después del paréntesis

El París de Luis XIV

Por estas fechas que concluyen, recurro a lo que el supremo Borges defendió: releer. Así que revisité a un casi perdido Gombrowicz y devoré en dos días una novela que me apasionó: Ferdydurke. Incumplí el compromiso de este periodo de mi vida: un solo libro, el último capítulo en la posta final del regreso a casa. Al sol y sin letras. Resignación. Mas descubrí por casualidad en el lugar en el que nos solazábamos de paso (Cartagena de Indias) una especie de laberinto en el que una señora se ganaba unos pesos vendiendo los desechos de turistas. Me llevó al lado de las publicaciones. Inglesas muchas, Alemanas varias, algunas franceses y pocas españolas. “Esto nadie lo compra”, dijo. Luego… Adquirí dos textos norteamericanos para mi hijo, y (como me viene a cuento el idioma) pagué otro de un escritor francés de ciencia ficción absolutamente desconocido para mí que se llama Bernard Werber. Son muy ingeniosos los relatos de eso que en castellano puede títularse El árbol de los posibles. Uno lo comparto; viene a cuento. Se llama Vacaciones en Montfaucon. Un afligido hombre de principios del siglo XXI decide regalarse un descanso especial: viaje al pasado, al París de Luis XIV en el año 1666. Pierre Luberon quiere asistir a la representación de El médico a palos, de Molière (que se estrenó ese año), gozar del Versalles original (no el de ahora lleno de incautos), de la galantería, de una ciudad sin polución, de legumbres y frutas sin pesticidas, de fiestas convincentes… La chica de la agencia de viajes oyó y, en traducción resumida, exclamó “ajá”. Luberon partió y se encontró con tanto olor a orines que necesitó mascarilla, con las calles repletas de porquería y… Cae en manos de un ladrón. Una joven (que no sabía de cepillos de dientes ni de duchas) lo salvó. Agradecido, quiso inmortalizarla con su cámara fotográfica. Ella lo denunció por brujo. Un agente especial de la compañía lo rescató. No sin antes prometerle el protagonista de esta historia que en adelante asumiría los términos de la campaña por la que el sujeto en cuestión recorría los tiempos en busca de clientes en apuros: nada de vacaciones en julio o agosto, sin masificaciones, etc. Es decir, el atribulado Pierre Luberon se confirma como guía. Ni exotismos, el Louvre en invierno, agosto en Fuerteventura o en casa… Alejarte de la estupidez, de la banalidad o de las mañas horteras es bueno para la salud. Además, los libros siempre salvan; prueban que el azar, pese a todo, es muy buena decisión.

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