al fin es lunes

El pasado no se escapa nunca

Amigos que siguen en España lo que pasa en Cataluña me preguntan desde allí qué siento ante esa escaramuza grave contra la unidad de España

Por Ángel Arenas

Amigos que siguen en España lo que pasa en Cataluña me preguntan desde allí qué siento ante esa escaramuza grave contra la unidad de España.

A mí la verdad es que nunca me han preocupado las unidades, más allá de los números y de las unidades médicas. Cuando España era una grande y libre viví en Santa Cruz de Tenerife, cerca del Hospital Militar. Estuve luego unos años, amparado por Carmelo Rivero, que me dio un trabajito cuando él era todavía un pipiolo, pero es que siempre fue generoso conmigo.

Y luego me marché, tras la huella de mis parientes que se habían refugiado en Venezuela. Visto desde ese territorio ahora convulso e inmaduro. España era una amalgama de países, como luego consagró la Constitución. En un tiempo, en condiciones y con consecuencias realmente dolorosas, se intentó escapar Euskadi, pero ahí estuvo listo José Luis Rodríguez Zapatero, que lo ató corto en el Parlamento. Luego vino la tregua, y finalmente Eta se hizo el harakiri, para bien, sobre todo, del País Vasco.

Lo que pasó con Cataluña yo no me lo esperaba, aunque amigos que habían vivido en ambas partes de España, Euskadi y Cataluña, decían que iba a ser peor el conflicto catalán que el conflicto vasco. Yo no me lo creía, francamente, y aún hoy vivo en el espejismo de que esto que está pasando no puede ser verdad. Sé que la torpeza del Partido Popular puso leña al fuego, y ahora esta palabra, fuego, está más presente que la palabra diálogo.

Yo no me esperaba que una comunidad tan civilizada, y tan moderna, confundiera el Parlament y sus reglas con la agitación callejera; y ahí ves a la presidenta de tan importante institución agitando la calle como si todavía fuera presidenta del organismo que le pegó fuego a esta tarea de independizarse. Esa figura, Forcadell, ha dado la vuelta al mundo como si fuera una Juana de Arco, dispuesta a inmolarse, porque a la gente le gustan las heroínas. Pero desde mi punto de vista su actitud es la de una desaprensiva, que se ha hecho cargo de un lugar que no ha sabido respetar.

Luego están los demás, los que han decidido que en un país europeo y occidental se pueden tener dos leyes a la vez y no estar locos. En medio ha ocurrido algo horroroso: los insultos a Serrat, a Machado, a Marsé, tan solo porque a los rufianes de la situación no les gusta sino aquello que les viene bien.

No me lo creo, no me creo que Cataluña se vaya. Sé que las heridas ya están hechas. No hay remedio. Tardarán muchos años los catalanes en restañar el desastre, y para España el desastre será duradero.

No quiero ni verlo, no quiero ni ver ese día 1 de octubre. Pero vendrá. Y ojalá nos coja confesados de patrioterismo.

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