los silos

Sales curativas con mucha tradición

Un grupo de mujeres mantiene viva la costumbre de recoger a mano este mineral de las lajas de La Caleta, en Los Silos, para uso doméstico
Su pureza y su intensa blancura provocan que la persona se encandile al mirar fijamente la sal. FRAN PALLERO

Es más gruesa y con un sabor mucho más intenso que la que se compra en cualquier tienda o supermercado. Al tocarla, las manos quedan aceitosas y al mirarla fijamente su blancura encandila los ojos. Parece escarcha de nieve. Así es la sal que se recoge en las salinas de La Caleta de Interián, un núcleo costero que se encuentra burocráticamente compartido entre Garachico y Los Silos.

Allí, en apenas un kilómetro de costa rocosa en medio de un paisaje solitario e idílico, un grupo de mujeres del lugar mantiene viva la tradición de aprovechar la sal marina para uso doméstico e incluso para canjearla o venderla, tras recogerla de los charcos formados por la acción de la lava y el mar. Un oficio que ha pasado de generación en generación y que perdura gracias a ellas.

Las salinas son las únicas que siguen en producción a nivel doméstico en Tenerife. No tienen propietarios, se dividen como si fueran parcelas que se adquieren por herencia y “cada uno respeta las de otros”, asegura Inmaculada Méndez Báez.

Ella es una de las mujeres que se ocupa durante los tres meses de verano de extraer este mineral en su estado más puro. Al no estar refinada mantiene todas sus propiedades intactas y los nutrientes que el organismo necesita y es famosa por sus propiedades curativas, por eso vienen a buscarla de todos sitios.

Aunque no sirva como condimento porque se puso amarilla como consecuencia de la suciedad, Inmaculada nunca la tira, sino que se la guarda para personas que sufren dolores musculares o de huesos.

En su caso no heredó la actividad de la familia. La atrajo su curiosidad y su afán por mantener viva las tradiciones. Nacida en Buenavista del Norte se casó con un caletero y fue allí donde Dolores, madre de una amiga suya, le enseñó los secretos para extraer la sal ya que a su hija no le gustaba hacerlo y le dejó sus charcos. Años después, Cruz Santa, otra vecina hizo lo mismo.

Hace 26 años que pasa entre dos y tres horas diarias en los charcos, preferiblemente por la mañana temprano o al atardecer, cuando el sol está a punto de esconderse y no aprieta tanto, sobre todo teniendo en en cuenta que es en verano cuando más se recoge. La cantidad varía pero en su caso puede alcanzar los 500 kilos por temporada.

El proceso
La tarea supone un esfuerzo grande. En primer lugar, porque hay que coger en cubos el agua de los charcos y cargarla para llenar las lajas. El agua tiene que estar en reposo ya que si es limpia o directamente extraída del mar las estropea y no se forma la sal, que tarda unos quince días.

La diferencia de la sal de La Caleta de Interián con la industrial es que se trabaja con las manos y ello se siente en el sabor. Una vez recogida, se introduce en sacos blancos para que se filtre el agua y se pone sobre un cubo a secar al sol. Cuando está bien seca hay que limpiarla porque al ser pura puede contener pequeños restos de piedras.

Pero no solo es cuestión de agua salada y sol, la piedra también es importante, por eso “no vale cualquiera ni tampoco que los charcos tengan mucho cemento”, aclara Inmaculada. Los tiempos también hay que respetarlos. Si la sal está lista, hay que sacarla porque al día siguiente el tiempo puede cambiar o subir la marea y ésta se pierde por completo.

Esta mujer, que en agosto cumplió 61 años y se confiesa una amante de las tradiciones, detalla el proceso con la misma agilidad con la que recoge la sal, cruzando ágilmente entre enormes y puntiagudas rocas. Desde hace 18 años preside la asociación de mayores de San Andrés Apóstol de La Caleta, que ella misma fundó, igual que la de El Tanque. Allí decoran los botes vacíos de mermelada y los llenan con la sal que regala, entre 25 y 20 kilos cada año, para el mercadillo solidario que organiza Ansina, el programa de dinamización sociocultural del Cabildo para mejorar la calidad de vida de las personas mayores.

Los frascos se venden para recaudar fondos para una ONG específica y de paso, promueve el oficio y las salinas, “porque si la tradición no se conoce, tampoco se puede proteger”, recalca.

Reparto entre cuatro familias
Inmaculada Méndez es de las lugareñas que más ha fomentado las salinas. Las demás son bastante reacias a hacerlo “porque quizás piensan que se la van a coger, aunque siempre se ha respetado y nadie se mete en la de nadie”, dice. También tienen que tener claro que el terreno no es de nadie, por eso si alguien quiere coger un puñado no le pueden decir nada, “pero hay gente que no lo entiende así”, apunta. Actualmente son cuatro las familias que se reparten las salinas naturales de La Caleta y prueba de ello es que se las conoce por su nombre, ‘las de marcela, las de las cruces y las de Inmaculada’.

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