avisos políticos

Secuestro antisistema

Avanzado el siglo XIX, el romanticismo político está en la raíz de dos nacionalismos periféricos españoles, el catalán y el vasco. La Renaixença catalana es un poderoso movimiento cultural y político que reivindica la lengua y la cultura propias, y se traduce en una literatura y un arte de alta calidad, con autores como Joan Maragall, Jacinto Verdaguer y Buenaventura Carlos Aribau, y unos planteamientos políticos en gran parte moderados, posibilistas y pactistas: el llamado catalanismo político. Uno de los puntos clave de su difusión fueron los Jocs Florals, que volvieron a instaurarse el primer domingo de mayo de 1859 gracias a las iniciativas de Antoni de Bofarull y de Víctor Balaguer, con el lema “Patria, Fides, Amor”. Por su parte, la primera Diada y el primer homenaje a Rafael Casanova, el defensor de Barcelona en 1714, se data en 1886 y fue una misa en su memoria. Estos movimientos se debieron a la burguesía catalana, que fue una poderosa clase media alta articulada en torno a la industria ligera textil y al proteccionismo comercial, que le aseguraba el mercado español cautivo. Y esa burguesía pacta con la clase dominante madrileña, que controla las fuerzas armadas, las instituciones políticas y la burocracia, un pacto siempre presidido por la amenaza nunca cumplida -ni deseada por ambas partes- de la secesión.

Por el contrario, la burguesía vasca de la industria pesada de los altos hornos, anclada en la religión y las tradiciones rurales del carlismo -“Jaungoikua eta Lagi-zarra”, “Dios y las viejas leyes”-, está en el origen de un nacionalismo intelectualmente mediocre, basado en el racismo y la xenofobia antiespañola y en una muy pobre construcción doctrinal. Un nacionalismo que, todo hay que decirlo, cuenta con el apoyo de un sector de la Iglesia vasca. A diferencia del catalán, la dificultad y la dispersión dialectal del idioma limita drásticamente sus posibilidades de expansión y chantaje cultural, y, en consecuencia, hasta la aparición de ETA en los albores de la Transición, su influencia en la vida política española fue muy inferior al nacionalismo catalán.

Es precisamente la aparición de ETA lo que invierte la estructura social del nacionalismo vasco. La burguesía católica y conservadora sigue presionando a Madrid por medio del Partido Nacionalista Vasco, que no ha abandonado las sacristías, pero ahora se limita a recoger los frutos de un árbol que agitan otros, que agita nada menos que la izquierda radical antisistema. Es un proceso que ahora también ha eclosionado en Cataluña y que se ha materializado en la destrucción de Convergència i Unió. Porque los antiguos convergentes, desgarrados por la brutal corrupción del pujolismo, y hasta Esquerra Republicana, están secuestrados por la CUP y por toda su constelación anarquista y antisistema. Una gente que terminarán por traicionarles, igual que ya han traicionado a la izquierda que hizo la Transición.

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