despuÉs del paréntesis

Visita inesperada

Nos tropezamos en Barajas. Yo iba a Copenhague y él a Londres, donde trabajaba y vivía. Su Tenerife distante y mi Tenerife vecinal salieron al encuentro. El mundo se desveló

Nos tropezamos en Barajas. Yo iba a Copenhague y él a Londres, donde trabajaba y vivía. Su Tenerife distante y mi Tenerife vecinal salieron al encuentro. El mundo se desveló. Reflexionamos. Fuera del lugar, lejos; es decir, el azar decide, lo prodigioso nos sorprenderá. La realidad se construye con excedentes. Le dije: ya que regresas a tu destino, te contaré una anécdota por si puedes traducirla al inglés. Un caro político de Las Afortunadas afirmaba que lo que nos salva en este continente es pisar el suelo de la ciudad a donde tú vas. Saber inglés (él lo intentaba) es inexcusable.

Viajó con toda la familia para mostrarles el paraíso de los mortales. Los sacó del hotel para confirmarles el centro, Piccadilly. Eligió el metro. “Preparados”, dijo; “en la próxima bajamos”. En pie esperaron a que el tren parara y se abrieran las puertas. “¡Quietos!”, gritó abriendo los brazos para que los suyos no se movieran; “seguimos hasta la próxima”. ¿Qué ocurrió para que el ahora furibundo nacionalista abortara el apearse?, le pregunté a mi amigo. Esto: en el andén que habría de acoger a nuestro prócer, justo en frente de sus ojos, Jerónimo, un chico de Los Realejos que recorrió Europa vestido de mago y con un timple bajo el brazo, cantaba una isa en demanda de libras para subsistir. Mi amigo rió. ¿Sabes por qué se dice “hacer el indio”? No lo sabía. Me lo explicó. “Porque en 1892, con motivo del 4º Centenario del Descubrimiento de América, el ayuntamiento de Madrid pagaba un duro a quien se vistiera de indio en los actos de esas celebraciones”.

El relato madrileño de los indios me recordó a un profesor de mi universidad y su empeño en demostrarnos el poco aprecio que tenemos los canarios por nuestros guanches. Su teoría es que nos avergonzamos de los antepasados beréberes. Enternecedor. Nacionalismo que ha llegado al acuerdo de apartar lo cosmopolita y lo trascendental por lo propio más propio. Luego, le comenté a mi amigo, no estaría por demás exigirle a la Consejería de Turismo del Gobierno de Canarias que le pague diez euros a chicos y chicas apuestas para que se vistan de guanches y los coloque estratégicamente en las zonas de llegada a fin de sorprender a los turistas con lo que somos. Eso es “hacer el guanche”, dijo. “Cierto”, repuse; es lo que debiéramos conseguir, generalizar el “hacer el guanche”. “Fielmente reconocidos”. “No tendremos esa suerte”, repuso mientras caminábamos hacia las puertas de embarque.

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