el charco hondo

El país de Gila

A ojos de terceros -de observadores y dirigentes internacionales- somos un cómic, una viñeta de país. Lo penúltimo es que, con un guión inspirado en los monólogos de Miguel Gila, el Gobierno de España se vea forzado a preguntar al Ejecutivo catalán si ha proclamado o no la independencia

A ojos de terceros -de observadores y dirigentes internacionales- somos un cómic, una viñeta de país. Lo penúltimo es que, con un guión inspirado en los monólogos de Miguel Gila, el Gobierno de España se vea forzado a preguntar al Ejecutivo catalán si ha proclamado o no la independencia. Las dudas sobre si se ha declarado o no la república catalana confirma que todo, de principio a fin, ha sido una burla; el proceso parodia una actividad extraescolar de la que Puigdemont ha pretendido escapar gritando pírdula -recuérdese, en determinados juegos infantiles voz con que uno de los jugadores se pone a salvo pidiendo que se detenga momentáneamente el juego-. El Estado catalán que prometieron ha quedado reducido al estado de confusión, incertidumbres, inseguridad y desmoralización que han provocado. A excepción de la CUP, que sí creen en lo que dicen y defienden, los separatistas han mentido y se han reído de cientos de miles de ciudadanos que sí aspiran a la independencia. La herida que se ha abierto alimentará a los separatistas más radicales, llevándose por delante a los zombies de Convergencia -¿por qué Junqueras siempre camina un paso por detrás?-. Este país le ha cogido gusto a los diferidos. Pagos en diferido. Independencia en diferido. Artículo 155 en diferido. A la vista está, el marianismo es ya una escuela de pensamiento: ganar tiempo perdiéndolo o perderlo ganándolo. Alargar el caos no conduce a nada, sólo contribuirá a multiplicar las facturas-fracturas económicas y sociales. En el Gobierno catalán están más preocupados por eludir a los jueces que por independizarse, de ahí la ambigüedad, el sí pero no, la proclamación interruptus, ni una cosa ni la contraria, suspender para dejarlo todo suspendido en el aire, en un limbo que arrastra a los ciudadanos de a pie a los cajeros automáticos aragoneses o valencianos. Hay que salir de aquí, y debe hacerse poniendo el punto final a este esperpento; aplicando la ley, sí, pero también abriéndose a cambios constitucionales, a reformas, a la política que ha faltado durante los últimos años, a interlocutores que nos rescaten del cómic y de la viñeta, del gilismo.

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