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El hombre que fue jueves

La opinión más sensata -y acertada- sobre el problema catalán nos parece que sigue siendo la de Ortega y Gasset en su polémica con Manuel Azaña sobre el Estatuto de 1932, en el sentido de que es un problema que no tiene solución y es preciso aprender a convivir con él

La opinión más sensata -y acertada- sobre el problema catalán nos parece que sigue siendo la de Ortega y Gasset en su polémica con Manuel Azaña sobre el Estatuto de 1932, en el sentido de que es un problema que no tiene solución y es preciso aprender a convivir con él. En nuestra anterior columna escribíamos que algo se iba a acabar el domingo, y así ha sido. Porque ahora el problema sigue siendo insoluble, pero ha cambiado de naturaleza, y ha devenido en una insurrección antisistema y anarquista que se dirime en la calle y en las redes sociales, al margen de las instituciones. Y que, en consecuencia, es de imposible costura. Antes, en la época de Pujol, cabía el diálogo, el pacto y la compra, como en los viejos tiempos. Ahora no creemos que resulte posible; y ojalá estemos absolutamente equivocados. Mañana día 6 es el aniversario del intento de 1934, y podría ser el día simbólico elegido para que la mitad del Parlamento catalán proclame la independencia.

Asistimos al quinto intento de separación desde 1640, intentos siempre coincidentes con momentos de debilidad extrema del poder del Estado y crisis económica. Sin embargo, en los intentos anteriores el liderazgo fue siempre de las clases dirigentes catalanas y después de su burguesía, que manipulaban al común -los segadores- desde un férreo control de la situación. Pero ahora esas clases dirigentes y esa burguesía, desgarradas por la brutal corrupción del pujolismo, están secuestradas por la CUP y son rehenes de toda su constelación anarquista y antisistema. Han cometido el error de sacar a los antisistema a la calle, incluyendo niños y adolescentes; y ya sabemos que sacar a la gente a la calle y manipular sus emociones puede ser fácil. Lo difícil -imposible- es conseguir que vuelvan a sus casas y se olviden del asunto. Las tomas de la Bastilla siempre tienen consecuencias, sobre todo para sus instigadores.

La derrota de la burguesía catalana ha implicado que ahora la independencia de Cataluña se ha mezclado con un segundo objetivo, que es la destrucción de la Constitución, de la Transición y de lo que llaman el régimen del 78. Y los ingenuos independentistas deberían reflexionar sobre las consecuencias de pesadilla que atraerían sobre su soñada República si siguen conjurando al monstruo.
En un ejercicio de surrealismo, Puigdemont convocó la Junta de Seguridad catalana días antes del 1 de octubre, con asistencia del secretario de Estado y de los mandos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, para tratar de los disturbios que él mismo y su gente iban a provocar días después. El recuerdo de la obra de G. K. Chesterton cuyo título utilizamos se impone; una obra en la que un supuesto Consejo Mundial anarquista, cuyos miembros se denominan según los días de la semana, termina compuesto por policías. Hay que reconocer que el presidente catalán une a su insensatez un peculiar sentido del humor. Y no precisamente británico.

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