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La posverdad y Cataluña

Este confuso y flexible término que vemos reiterado en medios ha traído de cabeza a la Real Academia Española, que lleva enredada con su significado, habiéndose comprometido a llevarlo a la edición del Diccionario en diciembre

Este confuso y flexible término que vemos reiterado en medios ha traído de cabeza a la Real Academia Española, que lleva enredada con su significado, habiéndose comprometido a llevarlo a la edición del Diccionario en diciembre. Mucho me temo que quedará corta la RAE en acepciones, a la vista de lo que el término da de sí, máximo en el movido momento de la crisis catalana. Darío Villanueva, su director, señalaba como posverdad “aquella aseveración no basada en hechos objetivos, sino en emociones, creencias o deseos del público”. Aquí cabría colocar como posverdad lo que viene ocurriendo en Cataluña, donde la mitad del Parlamento construye una ilegal quimera jurídica sobre la que soporta, excitando los deseos de sus bases, comportamientos contra derecho que las élites políticas toman como su verdad.

Estaríamos por ello en la necesidad de abordar los términos de verdad y mentira. La primera, entendida como juicio que no puede negarse racionalmente y la mentira como expresión contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. Cuando ésta se entiende en términos morales, parece más acertada la clásica expresión de mentir como “decir lo contrario de lo que se piensa o cree con intención de engañar”. El desarrollo de las sociedades actuales, siguiendo los caminos de Maquiavelo, Kant y Hegel, han reconstruido a través del pensamiento la realidad, de manera que todo lo real es racional y de contrario todo lo racional es real. Trasladado al lenguaje, la expresión de cualquier idea se convierte en real, por repetición, descontextualización o segmentación. Replicada en los medios de comunicación y redes, se construye la posverdad, sin que ella tenga que coincidir con lo real ni con lo racional. De hecho la publicidad y el marketing, sobre los cuales se mueve buena parte del mundo globalizado, son en sí mismos ejercicios de posverdad. Sostenidos apelando a deseos o emociones, nos venden hoy casi todo. Entran en la esfera personal construyendo ilusiones, en el relativismo de valores de la sociedad líquida de la comunicación.

No acaba aquí el recorrido de la posverdad, donde el mundo de la política es reincidente. Éste es capaz de formular mensajes diferentes, incluso contrapuestos, según el grupo al que se destina. Con asomarnos al mundo catalán podemos ver su actividad. La posverdad aparece como expresión de un medio incapaz de construirse sobre bases racionales. Estas mismas realidades líquidas han acabado impregnando el mundo legislativo y sus desarrollos administrativos y no sólo en Cataluña, leyes y normas sujetas a la posverdad. Con ello aparece la verdad normativa que debiendo ser estanca, se construye sobre múltiples obligaciones incompatibles entre sí y que deben cumplirse simultáneamente. El prodigio de la compatibilidad se produce en el mundo de la posverdad, ajeno a la ley y a la razón, y cercano al clientelismo político. Precisan de la posverdad para gobernar con arbitrariedad y discrecionalidad.

Para ir cerrando el campo de acepciones para el diccionario de la RAE. La posverdad ante la Justicia ofrece su rostro más flexible y maleable. Vuelven a confundirse leyes con valores, justicia con humanidad. Se abandona lo principal por lo accesorio, permitiendo sostener con ello cualquier resultado, lo uno y su contrario. La justicia se vuelve justiciera, cambiando leyes por resoluciones. La oportunidad por la sensatez. El juicio público por el reservado. Todo ello se mueve en el escurridizo mundo de la posverdad, que el diccionario de la RAE deberá precisar en diciembre. El término es replicante y la posverdad inabarcable. Se lleva en Cataluña.

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