tribuna

Revolviendo papeles

Fue antes de la era de Internet, antes de la era de los ordenadores, incluso antes de la era de los bolígrafos, tal vez por ahí, por ahí

Fue antes de la era de Internet, antes de la era de los ordenadores, incluso antes de la era de los bolígrafos, tal vez por ahí, por ahí. Se usaba, claro está, la máquina de escribir y en cualquier oficina, empresa o administración, pública y privada que se considerase un poco, no faltaba un artefacto de esta clase manejado, casi en el 90% de los casos, por mujeres. Cualquier película procedente de Hollywood tenía una escena en la que una mecanógrafa rubia, con el pelo cortado a lo “garzón”, flirteaba con el apuesto galán de turno. El campanilleo al chocar el carro al final del trayecto daba motivo, incluso, a musiquillas editadas con gran éxito. Cualquier escritor de cierta fama siempre aparecía escribiendo en uno de estos aparatos ( sin olvidar la pipa incrustada entre los dientes del literato) aunque, en el polo opuesto, solía asomar también el o la mecanógrafa o mecanógrafo torpe, que golpeaba tecla a tecla casi a la velocidad en que se origina una estalactita.

Podríamos también hablar de las plumas estilográficas. Aquellos maravillosos aparatejo que tan pronto te manchaban los dedos como la única camisa blanca que tenías para lucir el tipo los domingos. Claro que también los papeles de calco que usabas cuando querías copias de la máquina te solían llenar los dedos e incluso la cara con tiznes azulinos lo cual, si no caía en carnavales, no te servían más que para lavarte las manos y la cara usando incluso un esparto, pues los dichosos tintes se incrustaban en la piel como chinches al catre del recluta. ¡Ah!, los tiempos de la mili…

Pero creo que en el encabezamiento pone algo de papeles y hasta el momento sólo he citado los dichosos calcos. Pues sí, decían no hace mucho que estábamos en la Era, con mayúsculas, del Papel (también con mayúsculas, como habrán observado); a mí me parece, con toda la modestia del mundo, que esta época se ha quedado en una erita del papel, es decir, una era pequeña (perdón, pero hay gente que no capta los conceptos y las ideas que se esconden tras la palabra escrita).

Volvamos al papel, que se ha quedado a mitad de carrera, como un estudiante malo (¿Esto si lo habrán “cogido”, verdad?). Dicen que ahora vivimos en la dulce etapa del mundo virtual, en la que todo es nada y viceversa. No sé si durará mucho o poco, pero lo cierto es que se está demostrando como método infalible para dejar en la cuneta a los pobres jubilados. O por lo menos los manda al psiquiátrico cosa que, por cierto, a mi me parece fatal. O los eliminas totalmente o no los toques. Nunca me han gustado las medias tintas.

Pero, ¿no queríamos hablar de papeles? Bueno, de papeles, de papelas, como decían los moros en mi época africana (ya sé que esté archipiélago está geográficamente hablando en África, pero es que escribir África continental o algo parecido resulta un poco largo) cuando se querían divorciar de su cuarta esposa, la más vieja siempre… curioso ¿verdad? De papelitos y de papelotes. Vamos allá.

Un compañero, condiscípulo en la vieja Facultad donde ambos estudiábamos, me recordaba hace algún tiempo la sádica (eso lo decía él, no yo) costumbre de un catedrático que, tras los exámenes colocaba una mesita vieja delante de su despacho, viejo también, en el rellano de la escalera (sic), lógicamente vetusta y sobre ella (sobre la mesa, no sobre la escalera) colocaba las papeletas de los resultados finales en tres montoncitos. Bueno, en realidad eran dos montoncitos y un enorme montón. En uno de ellos están los alumnos que habían conseguido nota, de notable para arriba; en otro estaban los aprobados “rascados” y en el tercero los suspendidos.

¿Saben ustedes que pila contenía los últimos citados? En efecto, ya veo que son ustedes inteligentes. Para que el ambiente fuera aún más cutre, la encargada de vigilar la dichosa mesilla de noche aquella, era una de las señoras que limpiaba las habitaciones y, por supuesto, igualmente la escalera.

Mi amigo encontró su papeleta en la cumbre del Everest.

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