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Tarjetas de visita

No hay nada que recuerde más los viajes, las situaciones y las personas que las tarjetas de visita

No hay nada que recuerde más los viajes, las situaciones y las personas que las tarjetas de visita. Yo poseo miles de ellas, clasificadas por álbumes y el otro día, buscando papeles, encontré dos carpetas llenas de tarjetas sin ordenar. Procedo a hacerlo. Y cuando llevo a cabo esta tarea, que me encanta, aparecen ante mí personas con las que he tenido contacto en algún momento de mi vida: amigos muertos, ingenieros y abogados desaparecidos en el combate de la vida y los traslados, novias muy profesionales, un montón de gente. En los Estados Unidos y en Japón, y en países de habla española, como Venezuela, al menos la Venezuela de antes, lo primero que alguien te da al conocerlo es una tarjeta de visita. Esa tarjeta se guarda y te ofrece luego la medida de la relación que has tenido con la persona que te la ha entregado. Yo lo guardo todo y ahora debo reconocer que ando muy entretenido metiendo en los porta tarjetas las históricas que he encontrado en dos gruesas carpetas de colores, olvidadas en un rincón del despacho. Muchas de las personas que figuran en los cartoncillos han muerto, sus teléfonos ya no valen para nada y además han cambiado porque fijos hay pocos: reinan los móviles, entonces inexistentes. Casi todos los que quedan vivos han cambiado de empresa o están jubilados y esas tarjetas ya no son sino recuerdos inservibles; pero me parece entretenido repasar quiénes fueron y lo que significaron en mi vida, si es que significaron algo, que la mayoría no. También antiguos amigos con los que cenaba, almorzaba o hablaba de las cosas que ocurrían a nuestro alrededor y a los que ya, desgraciadamente, no veré más. En fin, que un tarjetero es un álbum de recuerdos y yo tengo un montón de ellos para recordar vidas y muertes; la mía y la de ellos.

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