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Black Week

Para evitar, como ocurrió una vez, que para trincar una lata de aceite rebajada, una señora le dejara clavada en el culo a otra su dentadura postiza, en su agobio por llegar a la dichosa lata, el Black Friday se ha convertido en Black Week. Es decir, en una semana de rebajas, en cuyo transcurso los televisores abandonan los grandes almacenes y centros comerciales como si fueran bolsas de papas fritas, sin darse cuenta los usuarios de que probablemente les están dando la correspondiente dosis de modelos viejos, que nada tienen que ver con las pantallas curvas y las nuevas tecnologías. Pero, bueno, se compra el presunto chollo y hasta se ve bien la imagen en casa. Yo me llevé ayer, por 40 euros, unos pedazos de altavoces para mi ordenador y ahora escribo con Joaquín Sabina y Olga Román, qué bien, gracias a la Black Week. Estoy encantado porque también, aprovechando la llegada extra de la pensión, me he comprado un jersey de colores en C&A de El Trompo, que además tiene un algodón estupendo. Ya voy a lo barato por necesidades del guion; he olvidado a Ralph Lauren y me refugio en las segundas marcas, sin complejo alguno. Ya me he olvidado de que un día fui marqués, qué digo marqués, duque, con grandeza de España. Ahora soy un comprador modesto y esporádico que vaga por los centros comerciales en la Black Week, sin el agobio, eso sí, de aquella gorda que clavó sus dientes en el culo de la otra gorda por una miserable lata de aceite. La crónica de la miseria también se escribe a dentelladas en las rebajas de los centros comerciales y la condición humana será siempre la condición humana, no se molesten en cambiarla porque así está escrito desde los tiempos de Ramsés II, tan citado por mi admirado don José María Hernández-Rubio, paz descanse.

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