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Higos pasados para la almas y granos de mostaza contra las brujas: los rituales palmeros

El colectivo Baile Bueno recrea en una exposición las costumbres relacionadas con el nacimiento, la vida y la muerte en La Palma

Desde que nacimos hasta que morimos, la vida está trufada de rituales que han ido evolucionando a lo largo de los siglos. Costumbres, supersticiones, creencias o hábitos culturales que marcan los acontecimientos más señalados en la trayectoria vital, en especial, el nacimiento y la muerte. En el siglo XIX, Juan Bethencourt Alfonso estudió estas tradiciones en las Islas y fruto de ese trabajo es la obra Costumbres populares canarias de matrimonio, nacimiento y muerte.

En La Palma, el colectivo Baile Bueno, ha rescatado de testimonios orales, principalmente de los barrios de La Laguna y Todoque, de Los Llanos de Aridane, buena parte de estas tradiciones, muchas de ellas ya olvidadas, que ahora muestran en la exposición Costumbres de Nacimiento, Vida y Muerte, abierta en el espacio cultural Real 21.

Fenómenos como Halloween han borrado buena parte de las costumbres vinculadas a la fiesta de Todos los Santos o Finado, que gracias a la labor etnográfica de los componentes de Baile Bueno, María Victoría Hernández y Marcelino Rodríguez, se salvan del olvido colectivo.

El día de difuntos, por ejemplo, relatan que las casas permanecían con sus puertas abiertas, “a la espera de que regresaran y entraran las almas de los familiares fallecidos”. En el interior, llenaban de higos pasados una caja de tea, en la creencia de que “las almas se pudieran alimentar”.

Una vela de cera recordaba cada familiar difunto y otra por las “ánimas benditas”. Por Finado también se aprovechaba para jurar la pipa y probar el vino nuevo. “Era una escusa para tener ese día, de temor y recogimiento, a toda la familia reunida ante la amenaza de que en calles y caminos pululaban almas buenas y malas”, comentan.

Ante la muerte fue una costumbre extendida en La Palma, como en tantos otros lugares, retratar al difunto, con la finalidad de tener un último recuerdo del ser querido. Cuando fallecía alguien, se paraban también los relojes de campana de la casa durante el velatorio, se retiraban los espejos de las paredes o se giraban hacia la pared.

Las tradiciones relacionadas con el nacimiento son también abundantes en la cultura palmera, desde el parto, donde la mujer o bien tenía a su hijo “atravesada en la cama, al contrario de cómo se duerme”, o sobre dos sillas. “La parturienta se sentaba en ellas, cada nalga en una silla distinta, abría lo pies y comenzaba a pegar”, recuerdan.

Cuando el nacido era un sietemesinos, se cuidaba los tres primeros meses de vida dentro de una teja, rellena de algodón, para protegerlo. La teja se iba calentando en una hoguera para mantener en calor al bebé. “Todo un antecedente de la incubadora”, señala Hernández.

La vida o el cordón umbilical se guardaba y se empleaba como remedio para tratar las enfermedades de los ojos del recién nacido. “Se cortaba un trozo de la vida, se guisaba en agua y con este líquido se le pasaba por los ojos enfermos”, recuerda María Victoria Hernández, que subraya el hecho de que la sabiduría popular se adelantara en el tiempo a la medicina genética en la conservación del cordón umbilical.

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