despuÉs del paréntesis

La tumba

Escribió Unamuno, en Vida de don Quijote y Sancho, que pudo trabajarse hace ya 112 años en una gran cruzada, igual que ahora

Escribió Unamuno, en Vida de don Quijote y Sancho, que pudo trabajarse hace ya 112 años en una gran cruzada, igual que ahora. Es la cruzada del compromiso y de la sensatez de los hombres: rescatar el sepulcro de don Quijote. ¿Para qué? Para salvarlo de los académicos, de los curas, de los gobernantes, de los vividores, de los corruptos, de los ambiciosos, de los creídos, de los guapos, de los encumbrados por el éxito, etc. Una sagrada cruzada es esta. Y lo es porque pondría en tela de juicio eso que los susodichos elevan a categoría universal y dan el nombre de Razón, frente a lo ilusivo, frente a la quimera. El Quijote no tenía razón, porque era un loco, es decir, no hacía frente a la razón de la razón, se ufanaba en la suya, que era la razón de lo ilógico, de buscar en lo ya fenecido, en los bienes de la ética, en la grandeza de quienes estaban en este mundo para defender a los sojuzgados, a los perseguidos, a los maltratados, a los sufrientes de la injusticia, del deshonor, de la codicia…
Lo que está fuera del sepulcro del Quijote es el embuste, la patraña; lo que está dentro es la ingenuidad, el valor de lo esencial y de lo verdadero. Porque en un mundo depravado como este solo la ficción lo ajusta, solo la novela muestra la solvencia que habría de sostenerlo, no la impiedad, el egoísmo, el sectarismo, la impudicia, la autocracia, el fanatismo o la cobardía. Así es que es cierto que está loco el que está loco y el ingenioso de la Mancha lo está. Pero la locura escapa de la locura cuando se hace colectiva, cuando la multitud la acepta. Además, la locura del Quijote es fundamental. Por lo dicho cabe afirmar, pues, que frente al inmovilismo, frente a lo productivo o ante lo que vivimos (por ejemplo, la corrupción institucional o un Gobierno que abomina de la política), actuar. La indignación se explica como heroísmo. Eso es lo que nos propone el Quijote; si repudiado, si vejado, si maltratado, si zaherido, si golpeado… firme. Porque solo esa condición resiste a eso que los malignos seres comunes, los sujetos de poder y de ganancia confirman. Eso proclama en España el libro que no leen los españoles. ¿Por miedo o porque tiene muchas páginas? Acaso porque lo privativo de los individuos a los que retrata ese maravilloso texto sea el robar el sepulcro del Hidalgo, el custodiarlo, el guardarlo bien lejos de la consecuencia. Si dejamos que eso ocurra, espanto: es imposible que resucite el Quijote.

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