al fin es lunes

Las cosas de la vida

¿Por qué se entera el maldito Carmelo de todo lo que hago entre semana? Ni idea. Lo cierto es que esta vez averiguó que me dirigía a Buenos Aires, sabía quién me había convocado y para qué iba

¿Por qué se entera el maldito Carmelo de todo lo que hago entre semana? Ni idea. Lo cierto es que esta vez averiguó que me dirigía a Buenos Aires, sabía quién me había convocado y para qué iba, y me dijo, como quien no quiere la cosa, que me acercara por la reunión que iba a celebrarse entre personalidades del mundo de la fiscalía, que ahí iba a estar el fiscal general del Estado de España.

No me acerqué, cómo me iba a acercar, qué se me había perdido a mÍ en ese estadio. Así que fui a mis cosas; fui al Ateneo, la extraordinaria librería, donde me encontré con un libro de un amigo de Carmelo, uno de los pocos que no compartimos, Juan Cruz Ruiz, el portuense que da más lata que un cochino bajo el brazo. No lo compré: ya me sé de memoria todo lo que puede escribir ese muchacho. Me compré, eso sí, una colección de crucigramas que se han compuesto con palabras sacadas de novelas de Juan Carlos Onetti y con algunas frases de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez.

Luego de esa excursión cultural, mis amigos, los que me convocaron, amigos todos ellos de Macri y enemigos sin freno de la pobre Cristina Fernández, me llevaron a Las Lilas, el mejor restaurante de carne de Puerto Madero. Allí me regalaron una novela del escritor argentino Jorge Fernández Díaz, La herida. Uy, si Carmelo leyera ese libro tendría para titular como a él le gusta, con metáfora y con categoría, porque lo que ahí se cuentan sí son escándalos y no los que lavamos en casa.

Pero a Puerto Madero se va a comer, no se va a leer, y allí nos pusieron un churrasco, que compartimos, como los que había en la vieja La Estancia, de Méndez Núñez, donde una vez me llevó Carmelo en Santa Cruz, cuando los dos éramos pipiolos y él ni soñaba con ser algún día peruano. Esto fue el sábado a mediodía, cuando sonó el móvil del que no se despega Carmelo, y del que tampoco me despego yo cuando estoy de viaje. Su llamada fue sombría. Me dijo:

-Ha muerto ahí el fiscal general del Estado.

No conozco a Jorge Fernández Díaz, pero estoy por buscarlo y contarle este sucedido, se le pondrán los pelos de punta.

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