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Los misioneros dan su vida, superando la mayor solidaridad

La Diócesis Nivariense avanza en un renovado proyecto misional, dispuesta a acompañar y fructificar “a la luz del Evangelio”
Los religiosos Montserrat García (españa), Esteban Kamanga (Congo), e Ivanildo de Sousa (brasil), ante el Teide. JUAN MANUEL YANES

Los misioneros españoles, unos 13.000, suelen pasar desapercibidos en el normal acontecimiento de los días, salvo que la tragedia lleve sus nombres a la primera plana de la información, donde queda sujeta al dictado de lo efímero. Recientemente, coincidiendo con la celebración del Domingo Mundial de las Misiones, su entrega generosa en territorios de frontera se hizo más cercana.

A lo largo y ancho del mundo 180 canarios (75 pertenecen a la provincia tinerfeña) ejercen la labor de misioneros. Están en los llamados territorios de misión, lugares donde el Evangelio ha llegado más recientemente y por ello la Iglesia está en proceso de consolidación.

Todas las parroquias han recibido la donación de los fieles, destinada al Fondo Universal de Solidaridad de las Obras Pontificias de la Propagación de la Fe, responsable del Domund, que el pasado año distribuyó más de 87 millones de euros, de los que 12,3 millones fueron aportados por España. Con ese recurso se atendió a nivel global más de 4.000 proyectos misioneros de los que 658 los cubrió España (482 en África, 118 en América, 42 en Asia y 16 en Oceanía). Destacan las acciones desarrolladas en República Democrática del Congo, Trinidad y Tobago y Tailandia.

Los sacerdotes y religiosas de las diferentes congregaciones que participan en esa labor recorren las diferentes diócesis ofreciendo sus testimonios a los fieles, en especial a los jóvenes, mediante reuniones en centros y colegios. En la Diócesis de Tenerife esa misión la han realizado este año tres religiosos.

HERIDAS DE GUERRA

Esteban Kamanga, de República Democrática del Congo, comboniano, se ocupa desde el pasado año de los inmigrantes que llegan a España; lo hace en Casería del Montijo (Granada). Nació en Kinsasa y se ordenó sacerdote, consolidando la vocación que despertó con el ejemplo de los misioneros, la mayoría europeos, de EE.UU. y Canadá, “que habían dejado su tierra y decidieron entregar su vida al servicio nuestro pueblo. Percibí que les movía una fuerza interior, que lo llena todo”. Cuando le preguntan por el ser misionero no duda en señalar que su vida es “don e intercambio. Lo que soy es, ante todo, mérito de la gracia de Dios, sin que yo lo merezca y me lleva a responder de los dones que el Señor nos da.

La misión es un encuentro donde Dios ofrece a los hombres la oportunidad de compartir e intercambiar lo que hemos recibido de Él. Experimenté esa solidaridad en la selva de mi país con el pueblo pigmeos”. Le tocó vivir la guerra que asoló la región en 1998. “Los rebeldes querían derrocar al presidente Laurent Désiré Kabila. En medio de eso, los soldados y rebeldes destruían todo y se enriquecían y alimentaban saqueando a la pobre gente. La diócesis de Bondo, donde me encontraba, propuso un plan pastoral en ese tiempo de tanto odio: “Amar a todos, incluso a los militares y rebeldes, dando una atención especial a los más pobres y necesitados”. Era una respuesta espiritual en ese tiempo tan difícil en el que la población sufría tanto. La iniciativa tropezó con muchos impedimentos, pero asumimos que solo con la respuesta generosa del perdón se puede salir adelante. Antes de ejercer el sacerdocio en el Congo, Esteban compartió experiencias en otros lugares de misión. “He vivido en Perú a miles de kilómetros de mi país. Fue en mi última etapa de formación para ser sacerdote misionero. Formábamos una comunidad internacional, una quincena de combonianos originarios de Europa, América y África y a pesar de nuestras diferencias formamos una familia de hermanos movidos por el mismo ideal. De lunes a viernes nos dedicábamos al estudio de la Teología y los fines de semana íbamos a las afueras de Lima para compartir con los pobres el amor de Cristo. Esta etapa formativa no solo me ayudó a madurar la llamada de Dios, sino también me hizo amar cada vez más la vida misionera comboniana, en el sentido universal de la Iglesia”.

CON PEDRO DE BETANCOURT

Montserrat García Hernando, también misionera de la orden que fundó el italiano Daniel Camboni, nació en Campaspero, pequeña localidad vallisoletana. Es la quinta en una familia de seis hermanos; le precede uno que es misionero franciscano, en Bolivia. Cursó los estudios de magisterio y tras ejercer la docencia en España decidió entrar en la orden camboniana. Fue tras la lectura de los testimonios y la fidelidad informativa que recoge la veterana publicación Mundo Negro. “Lo mío llevó un proceso de discernimiento, pues es una decisión diferente a la de participar en un voluntariado temporal. Me he puesto al lado de las familias humildes de Guatemala, México y Ecuador, con las que he convivido durante más de 20 años. He comprobado lo mucho que enriquece compartir la vida y la fe con otras culturas; damos mucho menos de lo que recibimos. Con el tiempo llegamos a superar la tristeza, casi impotencia, de saber que somos una gota de agua en el inmenso mar de las necesidades. Comprendemos que no podemos arreglar todos los problemas, pero sí dar agua a un sediento, educar a los jóvenes, favorecer el entorno de las familias… Nos sentimos felices, pues percibimos que tenemos a Jesús a nuestro lado; sabemos que nos acompaña para que podamos construir desde aquí su reino. En Guatemala, por ejemplo, percibí la huella generosa que dejó el santo canario Pedro de Bethencourt, un ejemplo de fe y de compromiso con los más necesitados. Con su presencia la gente sencilla me daba motivos para seguir adelante, pese a haber padecido más de 30 años de guerra civil”.

Desde hace dos años Montserrat García está en Zaragoza, “con la maleta preparada para salir al camino misionero”. Participa en programas de animación misionera y percibe la inquietud creciente que le llama a llevar su vida a otro lugar. “He visto milagros en el quehacer cotidiano, en la compleja realidad de los pueblos que padecen las mayores carencias, con las secuelas de la pobreza, el machismo, la violencia… El motor para transformar esa realidad parte muchas veces de la mujer, porque las familias cambian cuando la mujer recobra su dignidad. Cuando se consigue el atisbo de querer avanzar se llega a superar la dependencia del alcohol, los códigos del machismo, las ataduras de la droga… Se va regenerando la familia y el pueblo encuentra la ansiada esperanza. Como maestra, sé la enorme repercusión que la enseñanza tiene en el despertar de las mujeres y en todo el pueblo, que a su vez se convierte en misionero. La evangelización y el desarrollo humano van unidos.”

DEL BRASIL ANCHIETANO

“Soy de Aettetuba, localidad próxima a Manaos, en el norte de Brasil, estado de Pará, que en tupi, la lengua que llegó a dominar el santo canario José de Anchieta, quiere decir tierra de hombres valientes y corajudos”. Es Ivanildo de Sousa Quaresma, el más joven, desde hace poco más de un año misionero javeriano “Nací en una familia de cinco varones y una chica y participaba desde pequeño en mi parroquia. Soy del de la Amazonia, frontera con Colombia y Perú. “Entré en el seminario con 19 años y poquito a poquito he ido desarrollando mi fe que me ha llevado a la labor misionera. He estudiado en la universidad, cursando la carrera de Psicología y completé los estudios de Teología en Parma, Italia. He venido a España para estudiar el español, en Murcia y Madrid, y participar en programas de animación misionera”.

A Ivanildo le puede la inquietud por seguir adelante, por avanzar en el camino de la misión. “Siento la pasión de ponerme en marcha para anunciar la buena nueva del Evangelio. Estos días, aquí, he podido hablar con muchos jóvenes que tratan de dar sentido a su vida, que les preocupa lo que sucede en el mundo; muchos encuentran respuesta en la llamada que Jesús nos hace desde el Evangelio. He hablado con muchas personas que tienen un caudal de valores sobresaliente. A nosotros nos corresponde sembrar la semilla y Jesús mantendrá en cada caso el diálogo necesario”.

El mensaje del Domund 2017: Se valiente. La Misión te espera, resume las palabras del Papa Francisco, que exhorta permanentemente a tener el valor de retomar la audacia del Evangelio. “Coraje y valentía para salir de nosotros mismos, para resistir la tentación de la incredulidad, para gastarnos por los demás y por el Reino, para soñar con llegar al más apartado rincón de la Tierra”. El pregón del Domund lo pronunció este año Luz Casal, en Galicia, que entre otras cosas dijo: “La belleza que provocan los pequeños gestos humanitarios regenera el mundo, y el amor lo salva. Son héroes anónimos, que en sus viajes al infierno acaban por alcanzar el cielo al juntar con ternura sus manos a otras manos”. En la Diócesis de San Cristóbal de La Laguna la misión es objetivo preferente. La Iglesia se sitúa en posición de salida, y la respuesta de los fieles se aprecia en múltiples acciones, que incluye a grupos de jóvenes, que desde asociaciones y centros educativos participan activamente en proyectos misioneros.

Canarios que han elegido vivir en las mil periferias del mundo

Mari Carmen Laray es misionera salesiana. Nació en Guía de Isora y desde hace mas de 20 años está en el Congo. Forma parte del gran tesoro de la Iglesia, que emprende el camino misional. En la Maison Mazzarello protege y educa a un amplio grupo de niñas y jóvenes, en las que se percibe la herencia de la guerra tribal. Sor Laray habla con la llaneza de la cercanía, mencionando a cada una por su nombre. Lo hace con familiaridad y la esperanza; les dedica toda su atención educativa, en la esperanza.

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