tribuna

¿Retorno a la casilla de salida?, por Carlos Blanco

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de visita en Madrid, preguntaba a la gente, con esa capacidad tan suya de decir una cosa y la contraria, si existía la República Independiente de Cataluña

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de visita en Madrid, preguntaba a la gente, con esa capacidad tan suya de decir una cosa y la contraria, si existía la República Independiente de Cataluña. ¿Todavía estamos con esas? El consentimiento que el líder supremo de Podemos, Pablo Iglesias, ha sostenido con los indepes ha causado desasosiego entre sus bases y votantes, menos condescendientes con los separatistas que los dirigentes del partido. Carolina Bescansa fue transparente cuando se lamentó de que Podemos, a pesar de su planteamiento de partido estatal, careciera de un discurso para todos los españoles. Comprometida apreciación. Lo pagará caro.

Ada Colau y los comunes funcionan como si fueran una subcontrata de Podemos en Cataluña. Y algo similar podría decirse de Valencia y Galicia. El partido de Pablo Iglesias carece de organización propia en amplios territorios de España, y esto es algo que dificulta la elaboración de un mensaje único y coherente. ¿Coherente? Hay que tener mucho cuajo político, o ser un personaje feérico del tamaño de Ada Colau, para simular estar a la vez en contra o a favor de la independencia. Y aparentar el mismo convencimiento en función de las circunstancias y de la grey anticapitalista.

No habrá lista única independentista. No lo quiere Ada Colau, que solo admite a sus primos de Podemos con Doménech como cabeza de cartel. Una jugada que los republicanos aprovechan para alejarse de los viejos convergentes. Pero las escaramuzas electorales no han hecho más que empezar. Carles Puigdemont como la ramoneta, el personaje catalán que juega con varias barajas, tenía escondida la carta de su candidatura a las elecciones del 21-D en campaña desde Bruselas. Todo marcha tan rápido que nadie se aventura a decir qué puede pasar mañana.

Mientras, en Cataluña todo funciona con relativa normalidad. Muchos barceloneses aseguran no enterarse de las concentraciones y protestas en la calle. La aplicación por Mariano Rajoy del articulo 155 está propagando efectos relajantes en medio del lío. Ha formado un Gobierno tecnócrata con secretarios y abogados del Estado sin atisbos políticos. Y de muy corta vida. Hasta las elecciones que él mismo ha convocado. No hay, por ahora, grandes problemas aparentes en la intervención. Desde luego, no parece haberlos con la policía autonómica, de vuelta a sus funciones de policía judicial. Y tampoco parece que el Gobierno haya tomado el control de los poderosos medios de comunicación y propaganda, TV3 y las radios públicas catalanas, puestos al servicio de las tesis y hasta de la fabulosa geografía independentista. La intervención de Cataluña será también la ocasión para replantearse en España el ¿fallido? Estado de las autonomías. Y se hará. De momento ya se ha creado en el Congreso una comisión sobre la evaluación y modernización del Estado autonómico forzada por el PSOE. Cada vez cobra más sentido la necesidad de volver al comienzo de partida, al café de los años 70. Y renegociarlo todo. La descentralización no tiene objeto en la situación económica actual, con crisis territoriales y de autodeterminación por las bravas. No solo Cataluña, también el conjunto de España, y con más motivo, precisa otro periodo constituyente. ¿Improbable?

Deshacer el camino, recentralizar, es, en parte, lo que ha venido haciendo la Alemania Federal durante los últimos años con la excusa de una gestión más eficaz. Sin que Merkel, naturalmente, haya dejado de observar de reojo a Baviera. Mientras tanto, ¿alguien puede decir hacia dónde estaban mirando los gobernantes españoles mientras engordaba el germen de la independencia?

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