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El Belén más feo del mundo

Siguiendo la inquebrantable tradición familiar -mi padre fue un gran belenista-, en la casa de mi hermano ha sido montado el Belén más feo del mundo

Siguiendo la inquebrantable tradición familiar -mi padre fue un gran belenista-, en la casa de mi hermano ha sido montado el Belén más feo del mundo. Los patos del estanque parecen gallinas; las casas y las figuras de personas no guardan relación de escala y si alguien quisiera resguardarse de una improbable lluvia en Belén, sencillamente no cabría por la puerta. Además, como las figuras fueron compradas en el Amigo Chino las caras de las buenas gentes de Nazareth se parecen a las de las muñecas barbies y los camellos se asemejan a jumentos manchegos, nada que ver con los sufridos cuadrúpedos de Tierra Santa. Qué decir de los caballos que pastan por los alrededores de la gruta, amarillos, similares a los taxis de Nueva York. Yo no he visto jamás un Belén más feo, con las montañas desgorrifadas de papel de estraza y una triste casa en la cúspide, que es igualita a la ermita de La Montañeta, en Los Realejos. Nada que ver con la tierra en la que dicen que nació el Niño Dios. Los Reyes Magos, chinos, vagan por aquel secarral, muy semejante al polígono de El Cebadal, en Las Palmas y hasta el caganer, situado cerca del pesebre, hace esfuerzos porque le salga la mierda, ya que los chinos cagan poquito y a ráfagas, como las metralletas de la guerra de las galaxias. El madero que soporta el desaguisado está enmantelado con el mismo papel de las montañas y pegado al borde con unas horrorosas chinchetas de colores. Lo gracioso es que mi ahijada Andrea anda encantada con el Belén horroroso que le ha construido su abuelo, para salir del paso, y que está acorde con su entorno: el Puerto de la Cruz, un lugar en el que la estatua del insigne Agustín de Bethencourt ha sido abducida por un kiosco de periódicos. Maravilloso.

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