viernes a la sombra

Carmelo Padrón: convicciones de su estatura

Sus convicciones eran de su estatura, de modo que persuadía con firmeza y con notable capacidad argumental. Aquella mirada tranquila, nunca altiva ni desdeñosa, aquella barba profesoral a la vez que soporte de eterna juventud, aquellas camisas canarias que lucía con tanto porte, aquella dialéctica sosegada ya fuera en una sesión plenaria del Parlamento ya en una reunión del Comité Regional de los socialistas canarios, aquellas elegantes reconvenciones que hacía en debates o en tertulias radiofónicas que degeneraban…

Apenas unos rasgos descriptivos de la personalidad de Carmelo Padrón Díaz, catedrático de Derecho Urbanístico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, fallecido ayer para dolor irreparable de cuantos conocíamos de su compromiso y de su bondad. Carmelo, ejemplo de integridad, probidad y coherencia política, asumió con todas las consecuencias su militancia socialista, incluso en la disidencia orgánica. Era arquitecto y se hizo jurista para reafirmar su amor por la tierra insular y su defensa sin fisuras de la causa naturalista y medioambiental.

Por eso lució allí donde le encomendaron tareas: en el Parlamento, en el Gobierno de Canarias, en el Cabildo Insular y en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Lució con el rigor de los capaces y de los brillantes que no solo se saben la lección, sino que la llevan a la práctica. Ahí supo ganarse el respeto de todos y la admiración de cuantos conocían de su seriedad y de sus afanes.

A Padrón Díaz le bullía el Pacto por el territorio, aquella bandera del segundo Gobierno autónomo presidido por Jerónimo Saavedra y del que Caco Henríquez fue un empeñado adalid. Acreditó su esmero y su amplitud de conocimientos en todas aquellas materias relacionadas con la protección del medio natural, con la sostenibilidad y con el adecuado uso y cuidado de los recurso naturales. Pocas personas en Canarias tan convencidas de que el territorio es un bien escaso, razón que intentó inculcar a cuantos se dirigía y le pedían criterio. “Se trata de evitar desmanes”, solía repetir. A él se le debe un primigenio sistema de control regional del territorio, primero con la Comisión de Urbanismo y Medio Ambiente de Canarias y luego con la Comisión de Ordenación del Territorio y Medio Ambiente de Canarias.

Su entereza sobrellevó la inacción o la lentitud de la administración de justicia, aquel caso Guillén que tardó más de una década en resolverse y que forzó su dimisión como diputado al Parlamento de Canarias en la cuarta legislatura. Fue absuelto. Y entonces volvió a verse al Padrón combativo, lúcido, predispuesto para el análisis y las alternativas. Su aportación al urbanismo canario, en todas las instituciones a las que sirvió, y contrastada también en su trabajo académico que consignan numerosas publicaciones, es de las más valiosas.

Es de justicia ponderar las convicciones de Carmelo Padrón en la hora del adiós definitivo. Si esa expresión de afecto que se ganó a pulso, con verbo y con hechos, fuera secundada, seguro que irían bastante mejor las cosas a la formación política a la que dedicó tantos afanes. Será recordado siempre.

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