tribuna

Coles desde Bruselas, por Julio Fajardo

Es domingo y estamos a cuatro días de las elecciones. Algunas esteladas penden de los balcones

Es domingo y estamos a cuatro días de las elecciones. Algunas esteladas penden de los balcones. Están mustias y raídas, como si hubieran permanecido demasiado tiempo esperando algo que no llega. Quizá todo este movimiento no consista en otra cosa que en eso. Hay muchas ilusiones que nunca descaecen, porque entonces perderían su razón de ser. Esas banderas han aguantado a la intemperie más de lo deseable, recuerdan a esas carreras de fondo en donde no se dosifica el esfuerzo. Los corredores llegan derrengados y sin aliento, y otros caen exhaustos unos metros antes de alcanzar la meta.

Percibo una idea de ilusión que se debilita y que para muchos se transforma en frustración. Hay un ambiente que no se revitaliza, quizá porque la fiesta comenzó antes de la fecha en que debía celebrarse y porque en el simulacro se gastaron todos los fuegos de artificio; o porque el triunfo no estaba previsto, según decía la agenda Moleskine de Jové, y aún no era el momento para recoger la anhelada cosecha. Por eso todo fue un adelanto, un comienzo antes de tiempo, un acelerón imprudente al principio de la carrera. Ese debe de ser el motivo de que las esteladas anden desteñidas y hayan perdido su tersura colgando de las ventanas barcelonesas. No sé qué va a ocurrir dentro de cuatro días. Las encuestas callaron el pasado jueves, pero El Periódico de Andorra las publicará hasta la víspera. Después las harán a pie de urna para confundir a los impacientes. Todo sigue más o menos igual. Si es verdad eso de que els carrers seran sempre nostres, ahora lo son de la tranquilidad y el silencio.

Dicen que la hipertensión es el asesino silencioso, pero con un tratamiento adecuado se puede vivir con ella toda la vida. El aspecto de las banderas transmite pesimismo, aunque no el suficiente para convertir en melancólica a una ciudad tan dinámica como Barcelona. Pierdan o ganen, un chelista tocará El cant dels ocells, que es como A la mar fui por naranjas de Pedro García Cabrera, una atribución intencionada de lo tradicional a lo concreto, como se ha hecho en Cataluña con Pau Casals, que es el símbolo de la persecución política y del exilio. Ahora intenta hacer lo mismo Carles Puigdemont, vendiéndonos coles desde Bruselas que, como todo el mundo sabe, son más pequeñas que las nuestras.

TE PUEDE INTERESAR