al fin es lunes

Cortázar era grande como una palmera

Me preguntan mis amigos argentinos cómo era Julio Cortázar, a quien conocí en Nicaragua, tan violentamente dulce, como él la llamó en un libro que salió cuando estaba a punto de morir, en 1984 y en París

Me preguntan mis amigos argentinos cómo era Julio Cortázar, a quien conocí en Nicaragua, tan violentamente dulce, como él la llamó en un libro que salió cuando estaba a punto de morir, en 1984 y en París.

Un día se lo conté a Carmelo Rivero. Estaba yo junto a un periodista español, no recuerdo si era Manu Leguineche, quizá era Jesús Ceberio, esperando una de aquellas lecheras que llevaban y traían a los periodistas de los ya débiles frentes de la guerra, y en esto vi aparecer a Julio Cortázar.

Uno de aquellos amigos me tocó con el codo: “Mira, ese es Julio Cortázar”. Yo aún no había leído ninguna de sus novelas, no había leído ni siquiera sus cronopios, pero me sabía de memoria el capítulo 7 de Rayuela. Pero había visto fotografías, había escuchado declaraciones suyas, con aquella voz afrancesada que arrastraba hacia fuera las erres.

En aquel momento, quizá en 1975, Cortázar era más espigado que después; la guerra de la vida, su enfermedad y la enfermedad de Carol Dunlop, su novia, lo hicieron más achaparrado y más triste, así que cuando yo lo vi en Nicaragua estaba en el apogeo de su genio.

Los que estaban a mi alrededor, sandinistas y asimilados, escucharon el mismo rumor, ese es Cortázar, y se echaron a correr a su encuentro. Yo me quedé en mi sitio, como si me diera vergüenza hacer el camino al genio. No podía hablarle de sus libros, que no había leído, no le podía decir nada que nos uniera, pues yo acababa de llegar a Nicaragua y aquella batalla ya no tenía otro porvenir que el triunfo de Sandino. Así que me quedé junto al cobertizo en el que esperábamos el coche, la guagua, la ranchera, y el gentío se desplazó cerca del escritor argentino.

Hablaron entre ellos, uno vino con un papel firmado. “En este final de batalla, estamos otra vez felices de ser latinoamericanos de Nicaragua”, le había puesto al compañero español que estaba a mi lado, y yo lo copié como quien se queda con un fetiche. ¿Y cómo es Cortázar?, le pregunté, no sé si a Jesús o a Manu, pues con los dos coincidí. Y cualquiera que haya sido de los dos me dijo lo único que sé personalmente de Cortázar:

-Es alto como una palmera.

Y eso le dije a Carmelo y eso le dije también a mis amigos argentinos: Cortázar es alto como una palmera.

¿Y su literatura? Desde entonces no dejé de leerle, y aún hoy le leo; leo incluso sus cartas, era un gran corresponsal. Y debo decir, ya que me siguen preguntando, que creo que su literatura es aún mayor que él. Me alegro de no haberlo conocido tanto, porque a los escritores es mejor conocerlos por lo que firman, no por lo que parecen. ¿No, Carmelo? ¿No te pasa a ti lo mismo?

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