tribuna

Dos historias de la América frenopática

En la saga de locos egregios de los Vallejo-Nájera faltan actuales especímenes que están en la cabeza de todos dentro y fuera de Canarias. Extrafalarios, esperpénticos…, predominan mandatarios, figurines y celebrities con los cables cruzados. Europa se las trae, pero América es donde siempre encontré un vivero de países frenopáticos, con su Bucaram (en Ecuador), que tocaba la guitarra y fue depuesto por lunático; su Fujimori (en Perú), que se daba autogolpes de pecho y engendró a Montesinos, que grababa vladivídeos con escenas reales de sobornos a terceros, y tantos otros granujas, chiflados y facinerosos en una sociedad descarrilada. En el último viaje a la otra orilla rescaté in situ el caso Rosenberg (en Guatemala) y me topé de bruces con el caso Nisman (en Argentina), que arruina ahora el regreso político de Cristina Kirchner. La viuda de Néstor es bipolar y codiciosa, pero cuesta considerarla una asesina en la novela negra de América que viví en 2015 cuando acababa de estallar el escándalo, ahora en su cénit mediático-literario.

En medio de dificultades energéticas, Argentina pactó con Irán petróleo a cambio de granos, bajo el supuesto compromiso de encubrir a los autores iraníes de un atentado terrorista que causó 85 muertos en una mutual judía de Buenos Aires en 1994. El fiscal Alberto Nisman acusó de ello, tras diez años de investigación, a la presidenta Cristina Fernández y al canciller Héctor Timerman, tras el chuponeo de sus tratos (pinchazos telefónicos). Nisman no vivió para contarlo. En la víspera de comparecer en el Congreso fue asesinado en el baño por dos personas que asaltaron su apartamento en el piso 13 de la torre Le Parc, de Puerto Madero, le dieron ketamina y le descerrajaron un tiro en la sien tratando de simular un espasmo cadavérico propio de un suicidio. Eran las dos de la mañana del domingo 18 de enero de 2015. La historia impacta y es un caramelo a la medida de Philo Vance, el meticuloso detective de S. S. Van Dine.

El refugio del fiscal, que temía por su vida y pidió un arma prestada a un amigo, contaba con un pasillo privado que comunicaba con un vecino extranjero y, entre artilugios de aire acondicionado, había pisadas recientes. La casa tenía dos puertas: la principal estaba trancada con llave y la de servicio no fue cerrada por quienes salieron por ella. El periódico del domingo seguía en el palier (rellano) y, como Nisman no contestaba a las llamadas, tuvo que acudir su madre y abrir la puerta con ayuda de un cerrajero. Su pistola, del calibre 22, apareció debajo de su cuerpo y al lado, un casquillo de bala.

Hubo cierta propensión en la fiscal Viviana Fein a inferir que se trataba de un suicidio, pero la exesposa de la víctima, Sandra Arroyo, jueza federal, no tragó y se querelló para consolar a sus dos hijas. A la mayor, de 15 años, Iara, la escuché preguntar en público: “¿Qué pasó con mi papá?”. El juez Claudio Bonadio avisó entonces: “Si aparezco suicidado, busquen al asesino”. Este jueves, Bonadio solicitó al Senado el desafuero de la expresidenta Cristina Fernández para detenerla como cabecilla de “un plan criminal orquestado”. Cuando uno se adentra en Puerto Madero siente la paz confortable de un entorno de mar y percibe hábitos de vida acomodada. Nisman escribió una nota con la lista de la compra para la empleada doméstica. ¿Alguien que hace tal cosa, acaso se dispone a matarse?

Escarbas en América y salen historias escabrosas debajo de las piedras. Como el caso Rosenberg que seguí durante años. Pongan atención. Resulta increíble. Este abogado, formado en Cambridge y Harvard, grabó un vídeo de despedida. “Buenas tardes, mi nombre es Rodrigo Rosenberg Marzano y, lamentablemente, si usted está viendo este mensaje, es porque fui asesinado por el señor presidente Álvaro Colom”. En 18 minutos, Rosenberg mira fijamente a la cámara, viste traje y corbata azul a tono con la tela de fondo. Uno asiste estupefacto al thriller de un personaje real. Los nombres y apellidos de sus ejecutores restallan con acrimonia en la alocución. “Todo el mundo espera que alguien haga algo”, dice en el monólogo, llama al presidente Colom “asesino, cobarde”, y exhorta: “Yo espero que mi muerte sirva para que la gente se rebele”. En Guatemala, un infierno de sicarios se han hecho amos del bazar de la muerte. El abogado, del despacho RosenbergMarzano-MarroquínPemueller&Asociados, era un “ciudadano honorable”, dirá el fiscal español Castresana que investigará el caso. Dos veces casado y divorciado, a la pérdida de su madre y de la custodia de dos hijos se le sumó esos días la muerte de su amante, Marjorie Mussa, hija de un empresario cliente suyo, Khalil, de 74 años, ambos tiroteados en su coche. Se querían con locura. “Te amo, te amo, te amo”, le mensajeaba. Se sentía culpable, porque había aconsejado a Khalil apartarse del presidente, y compró dos nichos en un cementerio privado, uno para Marjorie y otro para él. Hizo testamento.

La mañana que no aguantó más contrató a unos sicarios por 40.000 dólares. Lloraba constantemente. Entregó a un amigo 150 copias del vídeo casero para difundirlas llegado el caso, y almorzó con un sacerdote amigo al que se confesó. El domingo de su muerte salió a dar un paseo en bicicleta. La verdad rebuscada del suceso, a cargo del fiscal Castresana, refleja la paranoia secreta de ese país: en realidad, Rosenberg, de 48 años, planeó su propia muerte. La víctima de los disparos del sicario era él. Hizo de blanco fácil: recorrió dos manzanas en bicicleta y se sentó en la acera, a las 8 de la mañana, a escuchar música clásica con auriculares, junto a un monumento, siguiendo las instrucciones que dio a su verdugo. Quería desatar un golpe de Estado tras la indignación popular por su muerte. Lo calculó todo, pagó a sus sicarios post mortem: al día siguiente, se recibió en su despacho un cheque con el importe, que su secretaria, según lo acordado, cursó a sus destinatarios. Al presidente Colom -que no era ningún santo- lo habían crujido en manifestaciones de protesta tras aflorar el vídeo. Castresana tuvo acceso a las imágenes de cuatro cámaras de seguridad, que mostraban a Rosenberg pedaleando hacia la muerte. ¡Qué historia!

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