al fin es lunes

Isleños en Manhattan

Carmelo me llama siempre con una obsesión: -¿Tú qué tanto viajas nunca te encuentras con canarios de Tenerife?

Carmelo me llama siempre con una obsesión:
-¿Tú qué tanto viajas nunca te encuentras con canarios de Tenerife?
De Tenerife y de Gran Canaria… ¡Y de Fuerteventura! Lo que pasa es que no lo cuento porque me parece, le dije a mi director, de catetos explicar las aventuras de los paisanos. Esto de contar en periódicos de la tierra a aquellos a los que te encuentras en tierras extrañas me parece de un catetismo periodístico propio del siglo XIX.
-Como aquello de “Canarios que triunfan”, me dijo Carmelo.
-Exacto.
-Pero a la gente le gusta saber quiénes andan por ahí. Mira el éxito que tiene Españoles por el mundo, de Televisión Española.
-¡Pero a mí eso me parece viejuno!
-¡Viejuno eres tú!
Ante tamaño insulto me puse manos a la obra. Estoy en un hotel viejo de Manhattan, visitando a algunos amigos venezolanos que de vez en cuando me invitan aquí para que comparta con ellos arepas que hacen en una hamburguesería regentada por un canario…¡del Hierro!…, del que nunca he hablado antes.
El herreño se fue en los 70 con su familia a Venezuela; ya se cansó de aquella aventura, lo cansó Maduro últimamente, y se vino a Nueva York a montar una hamburguesería en Euston Street. Ante la presión de sus paisanos hizo una adición: las arepas, que sirve con mucho espero y con el sabor que proviene de la combinación herreño-caraqueño que habita en la memoria de su pituitaria.
Y allí me llevaron hace tiempo estos amigos venezolanos a comer… arepas. Recuerdo que alguien de cuyo nombre no tengo ya memoria me contó que cuando Pablo Neruda pasó por Tenerife en 1970 exigió arepas para cenar, y se las tuvieron que traer de una arepera de Taco, donde me parece que todavía está aquella Arepera Caracas. Pues si vienes a Nueva York, le dije a Carmelo, no tendrás tantas dificultades para encontrar areperas caraqueñas hechas por un canario…, o hechas por venezolanos, porque aquí hay de todo.
Este herreño me señaló dónde podía encontrar isleños: en Apple, la famosa tienda de productos electrónicos que ha revolucionado el mundo de la comunicación. ¿Y de dónde son?, pregunté. Uno es de Fuerteventura y el otro es tinerfeño; uno estudia música y el otro estudia Filología Inglesa.
-¿Y qué hacen aquí?, pregunté.
-Estudiar, ¿no te he dicho ya? Y búscalos, que un día se convierten en dueños de Apple.
Aún no se lo he contado al director, porque me mandaría en seguida en su busca y ahora hace demasiado frío como para acercarme hasta Apple.

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