loterÍa navidad 2017

La bendita rutina del kilómetro 54

La mañana en la gasolinera más célebre de la TF-1 deparó momentos trepidantes, con una lluvia fina de premios que alcanzó su momento álgido al filo de las 11 con el Gordo, único ‘trofeo’ que faltaba en la vitrina de los González
Las escenas de alegría en la estación de servicio de la autopista del Sur se sucedieron a lo largo de toda la mañana. Sergio Méndez
Las escenas de alegría en la estación de servicio de la autopista del Sur se sucedieron a lo largo de toda la mañana. Sergio Méndez
Las escenas de alegría en la estación de servicio de la autopista del Sur se sucedieron a lo largo de toda la mañana. Sergio Méndez

La Chasnera vivió ayer otro de sus días grandes. Desde primera hora de la mañana, cuando los niños del Colegio San Ildefonso calentaban aún sus cuerdas vocales en los primeros compases del sorteo, la gasolinera más afortunada del país se preparaba para celebrar una jornada para recordar. Sus propietarios, la familia González, y sus empleados tenían el pálpito de que esta vez sí tocaría el Gordo, después de cuatro años ininterrumpidos repartiendo cada 22 de diciembre segundos, terceros y otros premios menores.

En la entrada, los compañeros de Onda Tenerife, con su director, Román Luis, a la cabeza, animaban el exterior de la estación con una trepidante retransmisión del sorteo que generaba expectación en la zona de surtidores y en el área de aparcamientos. La mayoría de periodistas comenzaron a aparecer pasadas las nueve de la mañana, minutos después de que cayera el primer quinto premio del día. Llegarían para quedarse porque, uno tras otro, los grandes premios irían aparcando en el kilómetro 54 de la autopista del Sur. Allí acabarían por establecer el cuartel general las unidades móviles de televisión, las emisoras de radio y la prensa escrita.

Mientras los operarios despachaban gasolina como si de una jornada normal se tratara, en el interior la clientela apuraba el café con leche con los ojos clavados en la pantalla, que, entre tabla y tabla, ofrecía imágenes de los primeros descorches de cava por toda España.

El segundo premio animó la mañana. Las vendedoras del receptor de la gasolinera prorrumpieron en un aplauso y gritos de júbilo. Poco después aparecieron con la emoción dibujada en sus rostros José Miguel González, propietario de la estación de servicio, y su hija Míriam, que no tardaron en abrir las primeras botellas de espumoso.

La presencia, casi inmediata, del delegado de Apuestas del Estado en la provincia tinerfeña, Luis de Montis, con los carteles y camisetas de rigor anunciando los premios, hizo revivir las escenas de 2013, 2014, 2015 y 2016. La Chasnera volvió a ser, un año más, parada obligada. “Dejen un hueco para pegar el cartel del Gordo”, comentó alguien en el momento en que De Montis y González estampaban los dos anuncios en el cristal de la entrada. “Desde que existen los receptores, esto ya no es lo que era, por aquí no aparece ningún premiado”, apuntó una periodista.

A falta de cuatro minutos para las 11 cayó la bomba. Uno de los niños del colegio de San Ildefonso ponía la palma de su mano sobre los alambres, señal inequívoca del anuncio inminente de un premio importante, el primero. Segundos después, se escuchó por toda la megafonía: “El Gordo, en La Chasnera”. Y todo el mundo se volvió loco. Los empleados de la gasolinera se quedaron petrificados junto a los surtidores, los camareros del bar se echaron fuera de la barra, las despachadoras de lotería se abrazaron y la familia González empezó a llorar.

Mientras los periodistas volvían a desenfundar sus micrófonos, los cámaras ajustaban sus enfoques y una nube de fotógrafos disparaba a diestro y siniestro, alguien preguntó: “¿Quedan botellas en la nevera?”. La respuesta llegó a los 30 segundos con un nuevo descorche de sidra. Casi coincidiendo con el momento culminante de la celebración entró a comprar un número para el sorteo del Niño un señor con evidente sobrepeso. La imagen del orondo comprador eligiendo su décimo y la coincidencia con el momento se prestaba al chiste fácil. Como cómico fue también el instante que se vivió minutos después al aparecer un hombre de mediana edad trajeado con corbata negra, gafas de sol y rostro serio. “Mira, ya están llegando los bancos”, murmuró un periodista. Pero era una falsa alarma. El señor venía a pagar el repostaje antes de volverse a subir al furgón azul oscuro de una empresa funeraria. En su salida se cruzó con Luis de Montis, que regresaba con otro cartel entre sus manos, esta vez con el número 71.198, el Gordo.

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