despuÉs del paréntesis

Los zapatos

Era el tiempo en el que los cubanos cantaban a coro “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”

Era el tiempo en el que los cubanos cantaban a coro “Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”, la época en que la pelea entre las dos potencias (EE.UU. y la URSS) no excusaba salvar al mundo de una tercera guerra mundial, porque misiles soviéticos instalados en Cuba apuntaban al territorio del enemigo. John F. Kennedy habló; Nikita Kruschev no se calló. ¿Cómo es el mundo, como ustedes lo pintan o como lo resolvemos nosotros?

Dos años antes, en 1960, el líder soviético se quitó un zapato y comenzó a dar golpes sobre su estrado en la ONU, ante la Asamblea General. Exigía ser oído. Derecho por derecho; cada uno en su lugar, presentes ambos. La maniobra aunaba la posición política y de conducta de Kruschev. Diferencias ciertas, defensa de las diferencias también. ¿Qué convenir, capitalismo de las sospechas o comunismo? Han transcurrido casi sesenta años desde aquella imagen. El mundo de allá ha fenecido (caro Putin); el mundo de acá sigue moviéndose con evidencias cada vez más desoladoras. Por ejemplo, el presidente de la nación más poderosa del mundo (Bush) aplazó unilateralmente la discusión y su actuación en Irak se contará como uno de los episodios más escalofriantes de cuantos recuerde la historia; los habitantes de ese país no tuvieron por mal elegir como presidente a Donald Trump, el ser que confirma actuaciones frente a los avances de la humanidad contra el cambio climático, contra los refugiados, o, en su país, contra la sanidad pública, al tiempo que despliega su tenacidad en favor de las grandes multinacionales estadounidenses y sin recato. A la ruina económica se une la ruina de las posiciones éticas en EE.UU. Luego, ¿aquello que se discutió sobre la dignidad de los pueblos y de los contrarios aún pervive? Lo que ocurrió en los 60 en la ONU tiene una contrapartida. Lo vimos en Irak. El tal Bush sonrió por el triunfo. Adujo las razones del liberalismo salvaje y el valor de los supremos intereses de clase. Así es que el periodista no pudo aguantar más. Se quitó el zapato y lo lanzó a la cabeza del mamarracho. Falló.

Las fintas de la ultraderecha fundamentalista que nos rodea confirman sus falacias. Pero quien sufrió cárcel por su acción fue el reportero Al Zaidi, no Bush; no se detiene lo que semejante individuo representa. Es decir, el mundo de los infames confirma la impunidad cuando no hay contrarios que pongan en su lugar las desmesuras.
¿Hasta cuándo persistirán, hasta que los vuelvan a votar pese a las mentiras?

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