cuaderno de viaje

Pablo Escobar sigue ‘vivo’ en Medellín

La ciudad colombiana intenta superar, sin traumas, el estigma de ‘el Patrón’, el narcotraficante más famoso de la historia, 24 años después de su muerte

Debo reconocer que, tras superar la prueba de las preguntas insólitas de la funcionaria de emigración de EEUU, en el transbordo del aeropuerto de Miami, rumbo a Medellín, y una vez acomodado en la butaca 15D del vuelo AA923 de American Airlines, que me llevaba al aeropuerto José Antonio Córdova de la capital colombiana, despertó en mí una insistente curiosidad, avivada por mi hija Tamait antes de partir. Quería descubrir qué huella había dejado en la segunda ciudad más importante de Colombia, asentada en las faldas del Valle de Aburrá, en Antioquia, veinticuatro años después de su muerte, Pablo Escobar, el mayor narcotraficante de la historia, convertido, con el paso del tiempo, en mito y protagonista principal de numerosas y millonarias producciones cinematográficas, documentales, libros y reportajes periodísticos para parar un tren.

Viajaba a Medellín, junto a un grupo de profesionales de la música de Canarias, para asistir a una importante feria del sector y no disponía de mucho tiempo para hacer turismo, pero mi instinto periodístico no podía quitarme de la cabeza la idea de bucear en el legado de Escobar en Medellín, la cuna, asimismo, de un gigante de la pintura Fernando Botero, que nunca tuvo relaciones amistosas con el narco, gran cliente de su obra, y a quien dedicó, a pesar de todo, uno de sus cuadros sobre el final sangriento, en el tejado de una vivienda, del hombre que desafío a EEUU en la década de los 80 y los 90.

Lo primero que noté desde que pisé suelo en Medellín es que nombrar a Pablo Escobar no deja indiferente a nadie y nadie se atreve a decir una palabra negativa sobre él. Han pasado veinticuatro años desde que aquel antioqueño de mediana estatura, de origen humilde y personalidad cautivadora cayera, a los 44 años, cercado y abatido, en el tejado de una vivienda del selecto barrio de Los Olivos [que hoy alberga una escuela de idiomas], por las fuerzas del Bloque de Búsqueda, creado por el presidente colombiano César Gaviria para darle caza tras huir, casi un año y medio antes, de la cárcel conocida como La Catedral, que el propio Escobar mandó a construir para que le recluyeran en ella tras pactar su entrega a las autoridades.

Cambio de imagen a favor del turismo

Los ciudadanos de Medellín, una ciudad de unos dos millones y medio de habitantes, que vive a diario a la velocidad del vértigo en calles colmatadas en las que los automóviles, las motos y las bicicletas se disputan a quemarropa cada metro cuadrado de la calzada en un auténtico caos, que no provoca más víctimas mortales porque Dios pone su mano, se han propuesto cambiar la imagen de Medellín asociada al crimen de los sicarios y al negocio de la coca. Quieren cambiar la fama de ciudad insegura, que aún muestra signos como las matrículas de las motos en grande en los cascos de sus conductores para identificar posibles sicarios o la numeración de todas las piezas de los vehículos con su matrícula para evitar los robos. Y se esmeranen fomentar la llegada de turistas, a quienes cuidan y aconsejan para que no tengan ningún percance y repitan la visita a un país agraciado por una naturaleza espectacular.

Pero esta tarea de reconstrucción social no se sustenta en la negación de Escobar. La gente de Medellín, en general, es consciente de que El Patrón, como se bautiza al célebre narco, forma parte de la historia reciente de la ciudad y su presencia sigue aún latente en todos los rincones.

No fue un personaje cualquiera. Más bien parece un inventado, a propósito, por la ficción. Para algunos, un monstruo, y para otros, un héroe. ¿Con cuál nos quedamos? Es difícil elegir. Por eso, cuándo se pregunta por él al ciudadano de la calle, al taxista, al recepcionista del hotel, no se aprecia mucho interés en hablar del asunto y todo se queda en respuestas ambiguas y evasivas. Lo cierto es que no hay muchas ganas de hablar de Escobar pero saben que les pertenece para bien o para mal.

Lo que no se puede ignorar es que Pablo Escobar no era un pasatiempo. Tenía cualidades y no sólo para delinquir y montar la red más perfecta que se conoce del narcotráfico. También quiso meterse en política. Y cultivó, en todo momento, su perfil filantrópico. Puso en jaque al imperio yanqui al que exportaba el mal, la droga, y al que exprimía económicamente sacándole los dólares que escondía en las caletas de Medellín, muchos de ellos alimento de las ratas.

Habla Laura Escobar, la sobrina preferida del narco

Su sobrina preferida, Laura Escobar, que nos recibe, a mí y a mi compañero de experiencia, el periodista Erick Canino, en la casa de su padre Roberto Escobar El Osito [famoso ciclista y criador de caballos], en Carrera, un lugar privilegiado desde el que Pablo Escobar divisaba la entrada y salida de sus avionetas,con dólares o coca, desde el aeropuerto de Medellín, nos cuenta que El Tío, como ella le llamaba, “siempre tuvo mucho afán por la plata”. “De pequeño dijo que si a los 30 años no soy millonario me suicido”, añadió. Escobar cumplió su propósito. Con 35 años era el segundo hombre más rico del mundo y era el dueño del diez por ciento de los billetes de 100 dólares en circulación. “Hay unos 1.500 millones de dólares que todavía no se han encontrado”, comenta.

La casa de Carrera es anunciada en las redes, tímidamente, como un Museo Pablo Escobar. Sigue siendo la vivienda actual de Roberto, autor del libro Mi hermano Pablo, quien junto al primo Gustavo Gaviria, formaban con Escobar, el triunvirato de confianza en la organización para la que llegaron a trabajar un millón de personas, muchos de ellos vecinos del barrio de Manrique [popularmente conocido como Manrifle], al que llegamos, en taxi, sin saberlo, y recorrimos ingenuamente ante muchas miradas estupefactas, que luego supimos interpretar cuando nos contaron que nos habíamos metido en la boca del lobo. Menudo susto. Aunque, realmente nunca sentimos agresividad salvo cuando alguien del grupo tomó fotos y recibió varios insultos.

Laura recuerda, con nostalgia, lo bien que se lo pasaba, a sus dieciséis años, en Hacienda Nápoles, en la que Pablo Escobar creó un zoológico con sus animales preferidos. Llegaba en helicóptero, con la familia, y recuerda cómo se lanzaba desde la nave a la piscina. “Le dije al Tío que mandara a retirar una pieza de cemento que era un peligro cuando nos tirábamos al agua y me hizo caso”, nos cuenta orgullosa.

La casa de Roberto alberga vehículos blindados con impactos de munición de encuentros de Escobar con la policía, el primer vehículo de su propiedad y los escasos objetos de la importante colección del narco que han podido recuperar como alguna moto de agua que se utilizó en una película de James Bond. Este chalé forma parte del tour testimonial de la huella de Pablo Escobar, que se completa con su famosa cárcel de La Catedral de Envigado, convertida en hogar de ancianos sin recursos.

Pero hay más. Se puede visitar, además, el mausoleo de la familia Escobar, en un lugar privilegiado del cementerio de los Jardines Montesacro, que está permanentemente bajo los cuidados de un conservador y que, en cada aniversario de la muerte del narco, es embellecido con ramos y coronas de flores que depositan múltiples espontáneos. Pero dónde, sin duda, está más viva su memoria es en el barrio que lleva su nombre en la zona de Moravia, donde Escobar creó, en su etapa política, en 1982, un complejo de viviendas para gente humilde que vivía en un basurero, y que nos recibe con un mural paradójico: “Bienvenido al barrio Pablo Escobar. ¡Aquí se respira paz!”.

La muerte de ‘el Patrón’, según su sobrina Laura

“No es verdad que mataran a Pablo Escobar; se quitó la vida él, al verse acorralado, y luego lo acribillaron y lo remataron”. Así describe su sobrina Laura Escobar, el final del narco más importante de la historia, que, en los últimos años, las operadoras Caracol Televisión y Netflix, han convertido en personaje de película.

Escobar está, de nuevo de moda, gracias a dos producciones cinematográficas [la serie colombiana El patrón del mal [2012] y Narcos [2025], de cuño estadounidense] pero su estela en el celuloide ya fue alimentada por estrellas del firmamento hollywudensecomo Penélope Cruz, Johnny Depp, Javier Bardem o Benicio del Toro; por maestros de la literatura como Gabriel García Márquez y hasta por algún politólogo.

Laura nos reconstruye su versión de los últimos minutos de la vida de Pablo Escobar. Él tenía por norma celebrar siempre, el uno de diciembre, su cumpleaños. Esa vez tuvo que hacerlo en la más estricta intimidad porque el dispositivo policial del presidente Gaviria le pisaba los talones. Se había refugiado, con ese propósito, unos meses, en una pequeña vivienda en el lujoso barrio de Los Olivos.

El día de su muerte, el 2 de diciembre de 1993, Pablo Escobar compartía mesa con su prima Luzmila y su chófer y persona de confianza, Alvaro de Jesús Limón. Cuenta Laura Escobar, su sobrina predilecta, que, durante la comida, “cayó una copa al suelo y no se rompió”. “Mi tío, entonces, exclamó que era una mala señal”. Lo que ocurrió a continuación, los últimos minutos de la vida de Escobar, los narra con detalle Laura.

La tía Luzmila salió a comprar. Escobar llamó por teléfono a su hijo. La familia había sido secuestrada por la policía. El narco se entretuvo más tiempo de lo normal hablando con el hijo y al mirar, entre las cortinas, hacia la calle descubrió que había algún coche sospechoso. “Cortó la comunicación y le dijo a Limón que algo iba mal”. Limón salió a la calle a comprobar y fue fulminado.

Entonces, Escobar intentó escapar por una ventana trasera y se encontró rodeado por las fuerzas de seguridad que le perseguían desde su última fuga dieciséis meses antes. Según Laura, hizo un símbolo cruzando los dedos y se suicidó con un tiro antes de ser rematado por sus captores. “Que no digan que lo mataron”, subraya.

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