domingo cristiano

Tontos con megáfono

Hay veces en las que, cuando no se sabe qué hacer con una persona, se la convierte en jefe de algo: en el primero de algo, aunque sea en el primero de una nadería

Hay veces en las que, cuando no se sabe qué hacer con una persona, se la convierte en jefe de algo: en el primero de algo, aunque sea en el primero de una nadería. Quizá por eso, la sociedad está llena de primeros que son unos completos inútiles pero ocupan puestos destacados. Es algo que he comprobado en todos los ámbitos en los que me muevo, que son unos cuantos.

A veces, promocionan a uno porque no hay nadie más a quien comprometer. Es problema reside en que, como no se le explica a las claras la postiza razón por la que ha llegado al cargo, pues el individuo de prontose ve a sí mismo como el poseedor de todos los atributos celestes y el dominador de todas las capacidades humanas. Lo que viene siendo un tonto con un megáfono.

También se llega a ser primero por el procedimiento que yo llamo de pico y pala. Es el que usan quienes, ávidos de cargos o nombramientos, no pierden una sola oportunidad para hacerse presentes allí donde está el que decide, de celebrar hasta sus ventosidades, de ofrecerse para lo que nadie quiere hacer, de pisar a quien sea o pactar con lo que sea con tal de conseguir un trofeo para enseñárselo al jefe. Muy cansino, oiga.

Hay pocas cosas peores que un don nadie convertido en primero de algo, porque la imbecilidad es difícil de disimular: la notan todos menos el imbécil.

El evangelio que hoy se lee en todos los templos dibuja la sólida personalidad de alguien bien distinto. Juan el Bautista no pierde ninguna ocasión para gritar a los vientos todo lo contrario que lo que berrearía un inmerecido primero: que él no es el importante, que lo que hace va destinado a preparar el camino a quien de verdad merece ser amado, que él es un segundo, que no tiene el más mínimo interés en parecer un primero.

“Yo soy la voz que grita en el desierto: Preparad el camino al Señor”, repite una y otra vez. Y de esta forma enseña a la Iglesia entera cuál es su función: formamos parte de una comunidad apasionada con el reto de hablarle al corazón de los hombres para que recobren la esperanza porque el Señor viene.
Cuando alguien en la Iglesia de Cristo olvida que su función es dirigir los ojos de todos hacia el Señor, cuando alguien en la comunidad va tan sobrado de sí mismo que su vida y sus obras no apuntan a Dios, pues entonces se comporta como un peligroso imbécil de esos que, siendo segundos, juegan a ser primero.

Primero sólo es Dios. En todo: como destino, como estilo, como ejemplo, como definidor de las prioridades y los acentos, como confidente. Pero nunca faltan -consagrados o laicos- quienes olvidaron su primer amor, o nunca lo experimentaron, y ahora se entretienen en escalar muchos primeros puestos para rellenar el insaciable hueco de sus carencias.

Un creyente de corazón sincero hipoteca su vida, allí donde le toque estar, para sumar sus al proyecto del único que es realmente el primero: proclamar la buena noticia a los pobres, curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros, la libertad; proclamar un año de gracia del Señor. Los verdaderos creyentes no necesitan más.
@karmelojph

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