tribuna

El instante más oscuro

Es la proverbial cuesta de enero la que nos atora. Después -fingimos- todo será coser y cantar. Pero las anfractuosidades del camino no hay quien las evite por nosotros

Es la proverbial cuesta de enero la que nos atora. Después -fingimos- todo será coser y cantar. Pero las anfractuosidades del camino no hay quien las evite por nosotros. Decían los políticos locales más avizores, tipo Adán Martín o Victoriano Ríos, los dos ausentes que más pesan en la memoria de su partido tras 25 años -con este- en el poder, que había que mirar en lontananza, con las gafas de lejos bien puestas, sin perder hilo de lo que acontece, pero vigilantes y previsores respecto al mañana, que es la asignatura pendiente del dirigente cortoplacista de turno que gobierna para hoy, para ayer, para antes de ayer, pero se olvida de mañana, que es tanto como sembrar y que no llueva. En estos días de sequía, precisamente, y pese a las cuatro gotas de unas esporádicas borrascas que no nos consuelan la sed como el trabajo ya ni siquiera calma una vida austera de nueva pobreza, nos aturden -son los preludios de enero- las malas andanzas que adivinamos en el horizonte. ¿Pero quien atina a ver tan lejos, acaso, en la política corta de miras de hoy? El político canario -o todos por igual-, escasamente culto y desentendido, no se complica la vida con premoniciones y planes para las generaciones futuras, como invocaba desde La Laguna Jacques-Yves Cousteau en los años 90; suele darse más importancia de la que tiene, y de ese halo proviene una unción de pequeño líder que levita en el poder. Luego los ves cruzar una calle, tiempo más tarde, y en su condición de gente de a pie arrastra esa extraña zozobra, hasta que la decepción los abandona si no les amarga la existencia de por vida.

Vienen curvas y apenas tenemos líderes al volante. Ahora que la moda es Ciudadanos y una bella candidata inteligente de cuello alto crea tendencia -Arrimadas debe estudiar el caso de Ségolène Royal, por la que suspiraba Francia también- , todos los barones varones quieren ser Albert Rivera y mañana el PP convoca junta directiva nacional porque viene la ola naranja rompiendo las encuestas. En las islas, donde los vientos de Europa se topan con nuestra calima y llegan al ralentí, ya hacen cuentas los partidos con la reforma electoral que se desatasca este martes para tratar de averiguar cuántos tendrá en su bancada Melisa Rodríguez en junio del 19. Están los partidos que arden por dentro con todos los demonios familiares al descubierto porque este año es preelectoral y nadie tiene asegurados el cartel y la soldada para los cuatro años siguientes. Se dan codazos a tutiplén. En tiempos, se daban paraguazos por el agua, como sintió en sus huesos el ínclito Wladimiro Rodríguez Brito. Ahora sería por el petróleo.
Volvemos momentáneamente a África, sin movernos del sitio, con la resaca de la guerra de la era Repsol, a la vista de la concesión marroquí. Somos aguas indisolubles, un mismo mar que algún día tendremos que repartimos en son de paz si no lo hace por las bravas con una motosierra alguna multinacional ansiosa de crudo, de gas o de telurio. Con Rabat arrastramos una desconfianza mutua con ciertas treguas, a semejanza del pleito insular, que tan bien disimulamos cuando nos interesa y que subyace como esa falla de la discordia entre Gran Canaria y Tenerife recordándonos que somos tectónica y volcán. El tiempo dirá si el petróleo acaba con nosotros, nos saca de pobres o nos deja indiferentes. Pero hubo carajera no hace mucho en estas aguas tranquilas y declaramos persona non grata a Brufau, nosotros que no matamos una mosca. Por lo que esta segunda parte del petrodrama devuelve a escena la tramoya de las islas respingando por sus aguas inherentes, pero los personajes ya no son los mismos. No está en primera línea José Manuel Soria ni lo está Paulino Rivero, que eran como Tifón y Zeus en aquella gresca de titanes. Y esta es una lección de ese decalaje africano de las prospecciones que nos persigue. Ni el tiempo ni los personajes son definitivos. Viene un airón sirocado y desmonta toda la escenografía. En democracia -salvo dinastías como la alauí o Liberia, donde les costó cambiar de partido en favor de un gran exfutbolista como el nuevo presidente George Weah- se debería colgar un letrero en todos los despachos oficiales advirtiendo de lo pasajero y efímero del cargo político en cuestión. Olvidarlo conduce a traumas personales, como antes se dijo, y erosiona más al ciudadano que al gobernante.

Ríos y Martín Menis invocaban el mañana y el pasado mañana y dejaron ideas y planes que perduran. Victoriano Ríos invocaba un mar canario que hiciera cierto un territorio archipielágico, sin duda disuasorio ante conflictos como el del petróleo (el excremento del diablo). Adán Martín creía en la transcanariedad por tierra, mar y aire.

Pero, en realidad, Canarias sería ingobernable, porque carece de criterio territorial y cada isla tira de la cuerda y cuando no es la universidad es el silbo gomero o la fiesta de los indianos. Hacemos como que somos un archipiélago que va junto de cara a la galería (pero ya ven Fitur) y, de puertas adentro, desmontamos el encantamiento, como Penélope tejía y deshacía su famoso sudario, o como Sheherezade entretenía al sultán narrando mil y una noches para aplazar su condena a muerte. Así llevamos la tira de tiempo, peleándonos por las más peregrinas querellas, pero ya por último hemos sustituido el cainismo interinsular por la antropofagia más virulenta en cada una de estas celdas.

La plaga del pleito se ha ido mutando por un enconamiento de la vecindad, y ya no hay peor enemigo que el de tu propia isla y tu propio partido, como decía Churchill, que vuelve a la gran pantalla en su instante más oscuro, cuando se debatía entre firmar la paz con Hitler o liberar Europa. Fue el inglés más importante de la historia (como dice el actor Gary Oldman, su intérprete), cuya madera de líder lo hace irrepetible. El inglés que nos quiso invadir y que luego nos vino a ver en el yate de Onassis al Puerto de la Cruz. Todos quisieran ser Churchill, pero ni España ni Canarias, ni toda Europa junta, tienen cantera de ese nivel. Están los mezquinos partidos y la corrupción de a bordo degradándolo todo. ¿A quien cabría considerar el político canario más importante de la historia? Carraspeamos, con algún nombre en la punta de la lengua y pasapalabra. Pero lanzada la pregunta habrá que darle respuesta. Por unas cuitas u otras, el mucilago de torpes políticos canarios decadentes aborta todo optimismo al respecto. Las miserables rencillas, que decía Churchill, convierten todo este tiempo en un instante oscuro políticamente. Los rencores se endurecen como las piedras al modo de los odios africanos tribales que colapsaron todo un continente que tenemos al lado como luz y sombra perpetuas.

TE PUEDE INTERESAR