por qué no me callo

‘Interviú’, que te vi nacer y morir

Interviú perdió público porque esto no es 1976, cuando vendió un millón de ejemplares en la púber Transición con Pepa Flores sin ropa. Hoy Marisol es una señora y la revista, también, y por eso se jubila

El cierre de Interviú no es un aldabonazo y apenas merecerá mayor repercusión en las élites políticas y económicas del país, más preocupadas por el toples del procés -con todas las vergüenzas al aire tras Junqueras entre rejas y Puigdemont de bóbilis en un retiro bruselense de marqués-, pero en sus buenos tiempos aquella revista jabata se las habría ingeniado y no cejaría hasta lograr un posado robado de Inés Arrimadas. Así se las gastaba en una España recién liberada que salía de un régimen de carnes fláccidas deseoso de verle a Victoria Vera el pezón. Lo de Franco era erotismo de puertas adentro en un país de cuernos y cuñados, de Serrano Súñer en amores prohibidos con la bella marquesa de Llanzol. De aquella doble moral se derivó un país de misa de doce del Pilar, que lavaba los trapos sucios en casa y mostraba una cara cínicamente amable al exterior.

Pero ya dijo Alfonso Guerra en el 82 que a este país no lo iba a conocer ni la madre que lo parió. Y así ha sido en cuarenta y tantos años que han transcurrido desde que Interviú se puso el mundo por montera y salió a la calle a mandar los tópicos y los pudores a hacer puñetas. Eso entonces estaba bien y era moderno y siguió siendo posmoderno varias décadas después, pero hoy ya resultaba casposo o camp o demodé. Hoy ya no es noticia desnudarse, sino que lo censure Instagram. Decir Interviú, a estas alturas, no era redimirnos de las cavernas . Estaba todo ya explícitamente dicho. En su origen, cuando la vi nacer antes de cumplir los veinte, era sexo e ideología, con un par de razones. Conviene recordar que hubo una época dorada para el destape de la revista de Antonio Asensio. La misma filosofía del despolete valía para un cuerpo serrano de algún icono de la progresía, del cine o la fauna pública, que para un ejercicio en absoluto desdeñable de periodismo de investigación. Era doble ración de destape y corrupción por el mismo precio y nos enterábamos de las entretelas del país en pelotas, con Luis Roldán en calzoncillos.

Luego, el Photoshop limó asperezas, pero Interviú no retocó sus scoops del mejor periodismo de investigación que se despachaba en los quioscos. Desvestía la vida pública y la dejaba en carne y hueso. La marca del Grupo Zeta, la de Interviú y Tiempo (magacín que también se va) tenía que ver con una idiosincrasia reprimida a la espera de estos lobos y lodos. Luego, aquellos polvos de Interviú tuvieron sentido cuando la Transición se fingió Caperucita. Ahora, ya curados de inocencia, uno siente nostalgia, una inevitable pena por los reportajes de José Luis Morales en la Sima de Jinámar y, por qué negarlo, también por el efecto erótico de aquellas portadas reveladoras. Hoy, ya no. Hoy se vuelve interesante si se oculta la luna, hartos como estamos de la demasiada desnudez de lo privado en las redes, donde la noticia de nuevo es el disfraz, ya no tanto el rostro detrás de la máscara. ¿Cómo dicen que llaman a esa maldita posverdad, si no?

Los tiempos dieron un vuelco de 180 grados y los premios Globos esta madrugada no extendieron una alfombra roja sino negra para recibir a la farándula y escuchar el discurso de la presidenciable Oprah Winfrey sobre “un nuevo día en el horizonte”. Interviú era nuestro Playboy con ideología, que también se reconvierte tras la muerte de su mentor, Hugh Hefner, y la consiguiente clausura de su mansión sicalíptica. No está el terreno abonado para el gineceo mercantil, y la prensa y el cine se reciclan tras las cenizas del imperio del acoso sexual con los escándalos del productor depravado Harvey Weinstein. Fin de ciclo.

Interviú perdió público porque esto no es 1976, cuando vendió un millón de ejemplares en la púber Transición con Pepa Flores sin ropa. Hoy Marisol es una señora y la revista, también, y por eso se jubila.

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