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Miraflores

No sé si será algún trauma juvenil el que obligue al cabildero Carlos Alonso a intentar elevar Miraflores, la popular calle de Santa Cruz, a patrimonio poco menos que universal. En Miraflores se desfogaba medio Tenerife, más los palmeros y de otras islas, que venían a hacer la compra a Santa Cruz y a folletear, por supuesto a espaldas de sus santas. Maya fracasó cuando se instaló en La Palma porque a los palmeros lo que les gustaba era comprar las cámaras aquí, en Santa Cruz, por obvias razones de desfogue. En un famoso robo perpetrado por unos cacos en la casa de un palmero, no sé si en la Calle Real, uno de los objetos requisados por la policía, tras la detención de los ladrones, fue una muñeca hinchable, cuyo propietario, obviamente jamás la reclamó, aunque sí otros objetos del robo. Desinflada, se pasó, años, esperando en vano en la comisaría. En Miraflores se sentaban al fresco las furcias con los muslos abiertos. Y ahora el Ayuntamiento quiere permitir el desarrollo de lo que queda de calle, que es poco, con la oposición de Carlos Alonso, que pretende elevar el putiferio a patrimonio de la humanidad, o eso quiero entender. Antañazo, decir Miraflores era hablar de pecado, pero todavía hay nostálgicos que entran y salen de allí con la picazón. No sé, yo estoy por el derribo, porque lo que fue, fue, y queda para la historia, pero ese cutrerío ya no tiene sentido en los tiempos que corren. A mí defenderlas me costó el puesto en este periódico, en la noche de los tiempos, y no me arrepiento, pero pienso que hoy esas viejas casas que un día se les caerán encima a los entusiasmados yacentes no tienen razón de ser. Pero en estas cosas de la follandusca siempre hay opiniones controvertidas, como las del señor Alonso.

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