sociedad

Objetos de ‘otro mundo’ en Canarias

Entre los misterios que abundan en las Islas hay ciertos elementos que, al parecer, tienen un origen sobrenatural, vienen del más allá o de otra dimensión
Medallón animero de Agustín Alegría ‘el Majorero’, en Buenavista del Norte. DA

Por José Gregorio González

Una de las facetas menos conocidas del universo de misterios y enigmas que abundan en Canarias es el de la existencia de ciertos objetos que, al parecer, tienen un origen sobrenatural, vienen del más allá o, incluso, han llegado hasta nosotros procedentes de dimensiones ajenas a la nuestra. Creamos o no en las historias que realzan su hipotética extrañeza, conocerlos despierta nuestra curiosidad.

El talón de Aquiles de muchos potenciales misterios, de los encuentros con lo inexplicable que engrosan casi a diario nuestros archivos, suele ser la ausencia de lo que dentro del gremio de investigadores y curiosos solemos denominar “pruebas físicas” o “evidencias objetivas” que apuntalen de alguna manera los testimonios que describen situaciones inusuales, extrañas y que desafían a la lógica. Quizá el ejemplo más gráfico, longevo y al mismo tiempo actual sea el de los OVNIs, los Objetos Volantes No Identificados, un descomunal cajón de sastre que nos acompaña desde hace décadas y al que siempre, colectivamente, le hemos echado en cara que no proporcione evidencias fotográficas más clara y definitivas. Muchos se plantean, con toda la razón del mundo, lo contradictorio que resulta que en la era de lo visual y de la portabilidad tecnológica no dispongamos de miles de buenas fotos de OVNIs. Es más, que no dispongamos de al menos un puñado de fotografías OVNIs mínimamente fiables que vayan más allá de lejanos e imprecisos puntos en el cielo… A fin de cuentas, el más pintado lleva en el bolsillo un smartphone capaz de capturar o filmar cualquier cosa extraña que se ponga ante nuestras narices, y sin embargo, seguimos sin “pruebas físicas” en forma de imágenes de ese fabuloso fenómeno. Cabría pensar, ante esto, que los OVNIs no existen, cuestión que a nuestro juicio no es tan sencilla pero sobre la que, ahora, no toca debatir. Algo parecido podríamos decir de las apariciones de fantasmas, con una tradición milenaria pero tecnológicamente evasivos, salvo excepciones que tampoco toca ahora exponer.
Pues bien, a pesar de todo ello, contamos en Canarias con un puñado de presuntas “pruebas físicas”, evidencias o huellas del misterio y de lo inexplicable, objetos que en algunos casos se siguen conservando, pero que en su mayor parte se han terminado perdiendo. Repasamos algunos de los más significativos.

MADERA Y FOTOS DE SAN BORONDÓN

Sin duda, la enigmática y evanescente isla de San Borondón constituye uno de nuestros mayores y más queridos misterios, un hermoso mito cuyo digno abordaje escapa a esta escueta y concreta aproximación. La isla fue durante siglos observada, esbozada en informes y detalladamente representada en la cartografía. Incluso fotografiada, no sólo por Manuel Rodríguez Quintero en septiembre de 1957 desde el Valle de Aridane, siendo en tiempos más recientes a través de las cámaras de móviles de algunos palmeros, como reportan Poggio Capote y Reguiera Benítez en su libro La Isla Perdida. En la casuística histórica se incluye algún caso de arribada a sus costas y observación de actividad humana, como el lance del portugués Pedro Vello, que declaró haber visto huellas de grandes pisadas, una cruz de madera y la disposición triangular de tres piedras. También arraigó en el pasado la certeza de que tras grandes tormentas, a las costas del resto de las islas llegaban restos de vegetación e incluso frutas, que nadie discutía procedían de San Borondón. Y es, precisamente, en este contexto en el que, probablemente, aparece el único objeto conocido que se ha venido creyendo originario de la isla de San Borondón, conservado en el Puerto de la Cruz. La referencia al mismo se la debemos a la valiosa encuesta etnográfica realizada a principios del siglo XX por el médico chasnero Juan Bethencourt Alfonso. Allí da cuenta de la creencia recogida entre pescadores del sur de Tenerife de que la madera del palio de la iglesia de la Peña de Francia, en el Puerto, procede de San Borondón. Hoy ese palio está cubierto de plata, pero suponemos que bajo el metal conserva la madera original. El relato es escueto y no sabemos sí la creencia atribuía el origen de esa madera a los materiales arrastrados por el mar o, por el contrario, se pensaba que había sido recogida exprofeso en San Borondón para tal fin. En cualquiera de los dos casos en la mentalidad de la época el singular origen de la misma se pone en relación con el uso ceremonial que se le da. ¿Procede de San Borondón? Es bonito pensar que es así…

UN TELÉFONO DEL MÁS ALLÁ

En 2007 nuestro colega Fernando Hernández González, incansable investigador de nuestro pasado guanche y tradiciones, se topó de bruces con un insólito objeto, algo así como un teléfono para “contactar con el más allá”. Se encontraba en Buenavista documentando para televisión la biografía de Agustín Alegría el Majorero, el último representante de un oficio mágico y sanador, el de animero. Esta historia la cuenta en detalle Hernández en el libro Canarias Oculta, cuya lectura recomendamos para ampliar detalles. En esencia, el animero curaba enfermedades que se creían provocadas por espíritus que se acercaban, o se arrimaban pertinazmente a los vivos, absorbiendo su vitalidad. El animero, mediante rezos y remedios diversos, pero sobretodo gracias a su don para ver y mediar con el más allá, lograba desenganchar al alma arrimada. Lo interesante de esta historia en concreto es que Hernández localizó a las nietas de Agustín Alegría, que aportaron todo tipo de apasionantes detalles sobre el oficio sanador de su abuelo, mostrando un objeto único de Agustín que conservaban con una mezcla de respeto y añoranza. Una pequeña pieza cóncava de latón y plomo, que mostraba algunos signos en su cara externa. El viejo animero colocaba esa pieza en su coronilla cuando interactuaba con los espíritus, al parecer porque facilitaba esa comunicación y le protegía de las peligrosas almas arrimadas. Lo más singular de todo, y que justifica incluirlo aquí, es que dicha pieza metálica había sido fabricada por un latonero amigo de Agustín para ese fin, siguiendo las instrucciones que los propios espíritus le habían dado al animero. Una historia cuando menos curiosa para una pieza de verdadero museo.

UN CONTRATO CON EL DIABLO

El 9 de mayo de 1776 un documento redactado por la monja clarisa Sor Juana de San Bernardo Matos, religiosa del hoy inexistente convento de Santa Clara de la ciudad de Las Palmas, llegaba a manos del tribunal de la Santa Inquisición causando asombro y desconcierto. Se trataba de la pormenorizada e indecorosa confesión de la citada monja, en la que de su puño y letra declaraba haber firmado un pacto con el mismísimo Lucifer cuando tan sólo tenía 13 años, un contrato que, según su propia confesión, estuvo vigente durante 29 años. A cambio de que el Príncipe de las Tinieblas la sacara del convento le entregaba su alma y su cuerpo, lo que daría origen en connivencia con el lujurioso demonio Asmodeo, según confesó la monja, a una interminable y variopinta relación de encuentros sexuales con los propios demonios, religiosos, seglares e, incluso, animales. Los excesos son de tal calibre que, junto al historial de la propia clarisa que incluía algún intento de suicidio, quienes la juzgan entienden con criterio que no está en sus cabales. Toda la historia la narramos con detalle en nuestro libro, antes citado y a cuya lectura remitimos, Canarias Oculta, y el traerla a este reportaje está en relación directa con la conservación del documento original del pacto, es decir, el contrato escrito de puño y letra por Sor Juana, y que según confesó fue redactado con su propia sangre. Este tipo de piezas no abundan, por no decir, que son prácticamente inexistentes en España. Todo el proceso, incluyendo el contrato manuscrito, se conserva en el archivo del Museo Canario y el conocimiento de la existencia de ese documento en concreto se lo debemos al historiador Luis Regueira, a quien además debemos la última y apasionante novedad sobre el mismo. Resulta que el Laboratorio de Biología de la Unidad Central de Análisis Científicos de la Comisaría General de la Policía Científica, en Madrid, analizó el material para determinar sí había rastros de ADN o restos que permitieran demostrar que estaba escrito realmente con sangre humana, determinándose que no era así, y que se trataba de algún pigmento vegetal.

UN ROSTRO DIVINO

En el barrio teldense de Caserones Altos, en Gran Canaria, al borde de la calle Minerva, todavía es posible localizar una piedra en la que durante bastantes meses, allá por el año 1989, se pensó que la divinidad se había manifestado. Con algo de imaginación es posible ver en esa roca, hoy desatendida, el rostro de Cristo, que un buen día fue descubierto casualmente por una vecina del lugar. La singular pareidolia protagonizó un abrumador peregrinaje durante los meses de aquel verano, con largas colas de vehículos que echaban la tarde contemplando la curiosa forma, a la que se le llegó a construir un pequeño altarcillo. Con el tiempo, y puede que ante la escasa definición del presunto prodigio y la ausencia de otras manifestaciones divinas, la piedra mutada en rostro por voluntad celestial terminó siendo olvidada…pero allí sigue.

Casa Tacande, en La Palma, antes del incendio. DA

CRUCES DEL MÁS ALLÁ

En su momento nos referimos al caso del Alma de Tacande, en La Palma, como el primer “expediente X” español, es decir, el primer caso de fenómenos presuntamente paranormales investigado por una institución, en este caso la Iglesia. 87 días de misterio tuvieron en vilo no sólo a la localidad de El Paso, sino a buena parte del Archipiélago antes las manifestaciones del más allá que acontecieron en una humilde vivienda del pago de Tacande, entre el 30 de enero al 26 de abril de 1628. Una voz directa surgida de la nada habló repetidamente con innumerables personas, irrumpiendo otras voces y sonidos surgidos de la nada, objetos que se movían sin mediación humana o que directamente se materializaban desde la nada. El alma en pena terminó dando su nombre, Ana González, la Heradora, malograda vecina que falleció en 1625 instantes después de dar a luz a su último hijo, el pequeño Salvador. Al parecer penaba preocupada por su hijo y por pequeños asuntos que había dejado pendientes en vida con familiares y vecinos. Lo que durante siglos se consideró sólo leyenda dio un giro inesperado en 2007, cuando como motivada y como consecuencia de un reportaje que hicimos para el programa Cuarto Milenio, la tenaz y eficiente investigadora palmera María Victoria Hernández localizó partidas de bautismo y matrimonio que demostraban que los personajes habían existido realmente en el lugar y en las fechas indicadas. Lo que motiva que incluyamos el mismo en este artículo son las cruces procedentes del más allá que irrumpen en el caso, y que al parecer llegaron a manos del obispo Cristóbal de la Cámara y Murga, que se interesó e investigó el asunto hasta donde algo así es posible. La crónica de la época alude a como el Alma de Tacande hizo muchas cruces, aunque cuesta dilucidar si estas aparecían grabadas sobre objetos, mobiliario o paredes, o si se trataba en sí mismo de objetos.

“Y luego entraron, con que hizo muchas cruces en este poco espacio de la tarde, y antes de esto había hecho muchas más, las cuales mandó buscar el obispo don Cristóbal de la Cámara y Murga, y otras que llevó el P. Fr. Juan Montiel, y otras que llevó Juan González al Teniente General que era en aquel tiempo en esta isla y mucha gente principal llevaron cruces y muchos Religiosos con que tan solamente nos dejaron tres cruces que formó en la tapa de la misma caja donde formó las demás”.

Del párrafo anterior deducimos que eran muchas las “cruces del más allá” y que la gente se las llevaba, incluyendo al Teniente General y al Obispo, ya sea arrancando fragmentos de madera de una caja con ellas grabadas o cruces materializadas sobre una caja de madera como objetos en sí mismos, un fenómeno conocido como aporte. En cualquiera de los dos casos, ¿dónde están dichas cruces? ¿acaso se conservan en colecciones y archivos familiares? ¿tal vez en la documentación del incidente que pudo reunirse por la Diócesis de Canarias en Las Palmas?… Simplemente, apasionante…

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