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Una vana ilusión

La candidatura a la investidura de alguno de los líderes independentistas catalanes huidos o en prisión, por ejemplo de Puigdemont, requeriría su presencia física ante el Parlament para la presentación y debate de su programa de gobierno

La candidatura a la investidura de alguno de los líderes independentistas catalanes huidos o en prisión, por ejemplo de Puigdemont, requeriría su presencia física ante el Parlament para la presentación y debate de su programa de gobierno. El Reglamento de la Cámara establece que deberá hacerse en el Pleno (art. 146), por lo que la utilización de técnicas como la videoconferencia no parece posible, salvo una interpretación forzada más que discutible del precepto. Y la tramitación de una eventual iniciativa de reforma se podría demorar hasta tres meses, afectando a los plazos legales para culminar con éxito una investidura. Hay un único antecedente, del año 1987, cuando el candidato a lehendakari de Herri Batasuna, que se encontraba en prisión preventiva, obtuvo permiso judicial para acudir al Parlamento en un furgón de la policía y exponer su programa, furgón en el que después regresó a la cárcel. En aquella ocasión el tribunal entendió que no permitírselo conculcaba sus derechos como diputado y los derechos de sus electores.

Un problema añadido a una investidura en ausencia sería la imposibilidad material de ejercer desde la distancia las funciones inherentes al cargo de presidente de la Generalitat y la imposibilidad legal de hacerlo por medio de un delegado o representante, bajo la figura de un conseller en cap o primer ministro.

Algunos han criticado a Mariano Rajoy por una aplicación tan suave y rápida del artículo 155, y han especulado con que una aplicación más dilatada en el tiempo habría permitido una pacificación de la vida política catalana, unos resultados electorales más favorables a los no independentistas e, incluso, una situación procesal y carcelaria más definida de los líderes catalanes. Se trata de una ingenua y vana ilusión de políticos y periodistas, que hablan de recuperar la paz social y cerrar la fractura de la sociedad catalana, como si tales cosas fueran posibles. Los más de dos millones de independentistas, con su intensa penetración social y su multitudinaria presencia en todos los ámbitos de la sociedad catalana, constituyen un suelo que no va a disminuir nunca, porque ningún independentista va a dejar de serlo, mientras, por el contrario, muchos jóvenes irán siendo convertidos y muchos no independentistas tibios o no militantes irán cediendo paulatinamente a la presión social y se pasarán al otro bando. La educación y los medios en sus manos harán el resto. Lo único positivo puede ser que, a la vista de la reacción del Estado, los independentistas abandonen por ahora la vía rápida que les impuso la CUP y que tan prematura ha resultado ser, y retomen la antigua vía lenta de horizontes diferidos en el tiempo, que tan buen resultado les ha dado en los últimos cuarenta años. El quinto intento independentista no ha terminado. Y esperar que los independentistas abandonen la idea independentista o que disminuya su número es una ingenua y vana ilusión.

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