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Olores de Carnaval

No sé si a ustedes les ocurrirá igual que a mí. Estoy agotado, pero no de trabajar, sino de leer y escuchar disparates en los medios de comunicación. Lo de Cataluña ha vuelto el país de patas, porque los catalanes se han vuelto locos, al menos la mitad de ellos. Pero es que también la derecha y la izquierda se han vuelto locas. La derecha, con esa pelea feroz entre el PP y Ciudadanos. El PP usa contra Cs. el arma que le queda, un arma terrible y mezquina: la Hacienda Pública. Ahora amenaza a Rivera con inspeccionar los gastos electorales de su partido y la procedencia de los cuartos. Y la izquierda se pelea por chorradas, porque la novia de Iglesias, la bella Irene, se mete con la ministra Báñez por no sé qué desigualdades de las mujeres. La izquierda es ingenua, reivindicativa y contumaz; la derecha es pura Agencia Tributaria. Estamos viviendo en un país de locos y eso lo sabe usted, desocupado lector, que lo sufre. Y aquí, en nuestro pequeño mundo, celebramos el Carnaval, que es la época en la que el barrio baja al centro de la ciudad, centro que se democratiza y se mancha de orín, pero no por nada sino porque no hay retretes para todos. A mí el Carnaval siempre me ha olido a meado y a polvos de talco. Es, exactamente, a lo que jedía el callejón del Corynto, el callejón de los rabinos; o sea que el callejón del Corynto era una sinagoga sin W.C. Bonitos años. Ya lo dijo García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Antañazo, los moros del Carnaval éramos nosotros vestidos de moros; ahora son moros de verdad. Don Hilarión lo dijo, en La Paloma: “Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad”.

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