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Gorbachov, entrevista en La Mareta

Hace 25 años desapareció la URSS, tras el proceso de perestroika liderado por el hombre que cambió la historia del siglo XX

De pronto, a última hora de la tarde, se abrió una puerta lateral de La Mareta y Mijaíl Gorbachov y su esposa, Raísa, salieron, informales, a dar un paseo, rompiendo su retiro en la residencia. Gorbachov escribía sus memorias en Lanzarote, en las primeras vacaciones en el extranjero de toda su vida, en compañía de la exprimera dama soviética, que iba a morir de leucemia siete años más tarde. Con las secuelas aún recientes del golpe de Estado que sufriera un año antes, me encontré de frente a un Gorbachov deportivo, en mangas de camisa y con zapatillas de deporte, pantalón corto y una gorra con la que se cubría la célebre mancha de vino en su frente. A paso ligero, caminamos, a su zaga, ocho kilómetros en hora y media.

Ya no era el presidente de la URSS. Ni su país existía, siquiera. El propio Gorbachov había tirado la toalla el 25 de diciembre de 1991-hizo ayer 25 años- y anunciado en el Kremlin la disolución de la Unión Soviética. Como Suárez, se marchó, pero había derribado una dictadura para dejar pasar a la democracia. Era un hombre de dos palabras: perestroika y glásnost. Con la primera había pretendido reconstruir un imperio que apenas crecía al 2,8% (tras décadas de oro, en los 40, 50 y 60). Con la segunda instauró la transparencia. Yo lo conocí de cerca, lo conocí caminando, y un día me dio un abrazo delante de todo el mundo y me puse colorado. También me sonrojaban las zancadillas que se daban Agustín Torres y Dimas Martín, los reyezuelos de la isla, disputándose el agasajo del anfitrión. Se llevó un timple de recuerdo.
Era buen marchador que nos dejaba exhaustos a todos, a los escoltas, a su amigo e intérprete Wladimir Persov y a los escasos periodistas que cortejábamos la ilusión de que nos concediera una entrevista. Teresa Cárdenes, Rafa Avero y yo no cejábamos en nuestro empeño. Raísa -aficionada a los pantalones elásticos y las pamelas- mantenía el ritmo. Tal para cual, del Kremlin a Teguise.

Ahora que estoy a punto de cumplir esa edad, recuerdo decir de Gorbachov que no parecía tener 60 años. A Persov le caíamos bien. Nos deslizaba algunas pistas sobre el destronado amo de una de las dos potencias del planeta. “Esto es lo que más le gusta hacer: caminar. Y nadar”. Gorbachov no hablaba español ni inglés, pero aprendió pronto una palabra que nos decía con don de mando: “Adelante”. Raísa aprendió otra: “Gracias”. Vi filmando a los turistas vídeos del matrimonio del siglo chupándose los dedos por el documento. Entonces, aún no conocíamos Internet.

Concentrado en avanzar, lo distraían los volcanes y le hacía comentarios a Raísa y Persov. La primera vez se detuvo solo para quitarse una piedra de la zapatilla. Raísa jugaba con sus manos para sujetarse el sombrero de paja de las embestidas del viento conejero, al hacerse una foto con un ciclista que lucía el torso desnudo sin camiseta. El fotógrafo era el médico Igori Borisov, que los acompañó en el viaje.

Era agosto de 1992. Nadaron felices a orillas de La Mareta y cantaban de noche a la guitarra. Caminar se convirtió para nosotros en una rutina. Todos los días durante más de quince a la misma hora. Él siempre comprobaba en los carteles el cambio de divisas del día.

Al cabo de una semana y media, el matrimonio decidió ir de compras a Arrecife. Seguidos por la multitud, paralizaron la calle Real. Había rebajas, y Raísa compró cuatro pantalones elásticos, dos pares de zapatos del 37, una camisa negra, piezas de lencería fina, juguetes, golosinas y pañales para los nietos y hasta bastoncillos de algodón para los oídos. Gorbachov la secundaba, sin mostrar interés por nada en concreto. Le pregunté a Wladimir: se gastaron 35.000 pesetas. Los dueños de un comercio les regalaron un monedero de piel.

Hacíamos méritos a pie, mientras en La Mareta montaban guardia numerosos enviados especiales. Todos queríamos una entrevista exclusiva con el último presidente de la URSS. Yo había tenido un arrebato de osadía cuando Gorbachov aterrizó en Guacimeta: le entregué una tarjeta con la solicitud en ruso para El País. Wladimir siempre me daba esperanzas. Y largas.

Hasta que llegó el día. El intérprete exmilitar me llamó al final de la caminata: “Mijaíl Serguéievich te recibe mañana en La Mareta”. La misma nube de periodistas nos abrió paso cuando nuestro coche atravesó el portalón, y Gorbachov y Raísa nos recibieron a Lucas Fernández, Martín Rivero y a mí. Tomamos café, y yo no me lo creía, como en el comedor de su casa. Raísa, que había conquistado con su estilo a Occidente, sentada en un sofá intervenía a menudo. Eran uña y carne. Los dos salieron, un año antes, de su dacha crimeana

-donde los golpistas los mantuvieron secuestrados en agosto de 1991- con signos de devastación personal, y, aunque Gorbachov retuvo aún cuatro meses el poder asumido en 1985, se dio por vencido el 25 de diciembre de hace 25 años y proclamó el final de la URSS y de su carrera política. Su principal verdugo había sido Boris Yeltsin. Cuando sonó este nombre en la entrevista, Raísa no se contuvo y pareció reprocharle a su marido cierta permisividad con el presidente de la Federación Rusa.
Era el 1 de septiembre de 1992. “Es la primera vez que nos bañamos en el Atlántico”, nos dijo Gorbachov en mangas de camisa con el mar a su espalda. La conversación duró una hora. “Estamos descansando sin que el dolor de Rusia se separe de nosotros”.

“He pensado en los problemas del mundo y tengo que decir que en Lanzarote me han surgido nuevas esperanzas. Veo desde aquí a mi país y a Europa muy próximos. Pienso que la tarea de los políticos es no sembrar dudas. La política tiene que ser dinámica, no puede quedarse en palabras. Hay que promover nuevas organizaciones capaces de actuar. Soy partidario de que se cree un Consejo de Seguridad Europeo. Los alemanes y los franceses apoyan esta idea. Tengo la sensación de que estamos perdiendo el tiempo”.

El Premio Nobel de la Paz (desde dos años antes) admiraba a España. “Pertenezco a una generación que desde niño estuvo muy ligada a España, que vivió el drama de la guerra civil. Los soviéticos acogimos a los españoles con muchas simpatías. Y eso queda grabado y se siente hasta hoy día. Incluso, durante el franquismo, ese sentimiento mutuo existía, aunque no tuviéramos relaciones. España ha dado un ejemplo único de transición del totalitarismo a la democracia. Su incorporación a la Comunidad Europea tiene una gran importancia, porque puede hacer una especial aportación a la civilización mundial”. Hablaba de “mi amigo Felipe González” y del “potencial del rey Juan Carlos”.

Nos contó su versión del golpe: “El 18 de agosto, yo, como presidente, rechacé el ultimátum de los golpistas. Era un intento de fuerzas reaccionarias para detener el proceso de la perestroika. El golpe hizo fracasar la firma del Tratado de la Unión. Después se ha producido lo que yo llamo un zigzag. Estos días he sacado algunas conclusiones. Yeltsin se ha equivocado en el ritmo de las transformaciones. La economía en Rusia está al borde de la catástrofe. Si no actúa pronto, puede verse obligado a dimitir. Si tiene la valentía de abrazar la nueva política, quizá no esté todo perdido. Yo soy el primer interesado en que las reformas no fracasen”.
Estaba escribiendo “lo que ha pasado en nuestro país y lo que ha pasado conmigo; será mi punto de vista sobre los motivos de mi conducta, lo que me llevó a desarrollar la perestroika”. Luego bromeó: “Sé que existe el peligro de toda autobiografía: la de querer presentarse uno mismo de color de rosa; no caeré en esa tentación”.
A Gorbachov lo llamaban Gorby. “Todo comenzó con la aparición de mi libro sobre la perestroika. La gente en todos los países del mundo se identificaron con mi idea para garantizar la seguridad ante la amenaza nuclear. Acepto que me llamen así, porque es la forma que tiene el pueblo de decirme que está de acuerdo conmigo. La gente siente que o sobrevivimos juntos todos o va a pasar algo tremendo. Ese es mi pensamiento. Faltaba un dirigente que lo dijera”.

Después de haber sido el personaje clave en la distensión, el desarme, la caída del muro de Berlín, la reunificación alemana y la democratización del Este, lo apreciábamos más en el exterior que en su país: “Hasta el año 90 la mayoría de los soviéticos apoyaba mi línea. Cuando la reforma afectó a los poderes fácticos comenzaron las críticas. Tras un año sin Gorbachov la situación ha ido a peor”. Se consolaba con las cartas que recibía: “De unas 14.000, el 60% me dan su apoyo”. La última pregunta que le hicimos y su respuesta fueron estas: ¿Es consciente de haber sido el hombre que cambió el rumbo de la historia? “Sí, lo soy”.

Encuentro en Lanzarote con la pareja que gobernó medio mundo

El encuentro en Lanzarote con Mijaíl y Raísa Gorbachov, el matrimonio del siglo en un mundo que había estado dividido en dos bloques tras la II Guerra Mundial, fue distendido y entrañable. El último presidente de la URSS nos recibió a Lucas Fernández, Martín y a mí en La Mareta, el palacete de los reyes en Teguise (Lanzarote), en septiembre de 1992, un año después de sufrir el golpe de Estado de los últimos comunistas recalcitrantes, que no evitó la demolición de la URSS, hace ahora 25 años. Raísa murió de leucemia en 1999. Gorbachov vive, con 84 años.

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