el hierro

Ocho días a la deriva en el Atlántico

Se cumplen 35 años de la odisea de tres pescadores herreños perdidos en el océano después de una avería en el motor del barco en el que regresaban a La Restinga desde La Gomera
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Zarparon de Playa Santiago, en La Gomera, con destino al puerto herreño de La Restinga el 22 de enero de 1983 a bordo del Moncho II, un barco de ocho metros que habían comprado por 1.225.000 pesetas un par de días antes en Tenerife. A las 14.30 horas, cuando les separaban dos horas de navegación de su destino, un inesperado contratiempo colocaría a Manuel Álvarez Espinosa (41 años), Noel Machín Hernández (41) y José Benito Morales (23) ante el mayor desafío de sus vidas. La rotura de la caja del motor de la embarcación les dejaría sin rumbo y a merced del Océano. Al caer la noche, los tres marineros, que no disponían de radio a bordo, contemplarían las luces de los coches por las carreteras de El Hierro, lo que abrigaría sus esperanzas de ser rescatados al día siguiente. Pero había un factor que complicaba aún más la situación: una densa calima comenzaba a envolver el Archipiélago y un temporal de viento se cernía sobre ellos.

La ausencia de noticias sobre el paradero del Moncho II estremeció a la isla y los peores presagios se extendieron por la pequeña localidad pesquera de La Restinga. Se activó la alerta para su búsqueda y se movilizaron aviones del Servicio Aéreo de Rescate, barcos de la Comandancia Militar de Marina y medios de Protección Civil. Pero las corrientes y la fuerza de los vientos arrastraba a los tres pescadores hacia el abismo: se adentraban en el Océano Atlántico. Las provisiones eran escasas: apenas tres bollos, tres panes, media docena de jugos, un par de naranjas, un kilo de peras y ocho litros de agua en un pequeño bidón con restos de gasoil.

No les quedó más remedio que racionalizar los alimentos y la bebida. Alternaban ratos en cubierta, desde donde escrutaban permanentemente el cielo y el mar, y en el camarote, en el que buscaban refugio cuando el temporal arreciaba. Los días pasaban y se agotaban los víveres, pero también la paciencia y la esperanza. La calima y el mal estado del mar empequeñecían aún más para el rastreo aéreo aquel cascarón que zarandeaban las olas a su antojo y en el que sus tripulantes se esforzaban con inútiles aspavientos cada vez que un avión sobrevolaba la zona. Al quinto día las condiciones marítimas mejoraron.

La angustia se apoderó de La Restinga y el dolor unió el pueblo como una piña. Algunos vecinos mantenían clavados sus ojos en el mar desde lomas y montañas, otros desahogaban su llanto en el muelle suplicando ver aparecer al Moncho II por su bocana, había quienes rezaban y encendían velas a los santos y estaban quienes digerían el sufrimiento en silencio, de puertas adentro.

Al caer la noche del sábado 29 de enero, octavo día en alta mar, y después de comerse las cáscaras de la última naranja, los tres bajaron al camarote. “En vista de que nadie nos encontraba ya casi pensábamos dejarnos morir allí”. Adormilados por el agotamiento, detectaron un sonido lejano que se distinguía entre las olas. “¿No sienten el ruido de un motor?”, exclamó Manuel Álvarez Espinosa. Los tres dieron entonces un brinco desde el camarote a la cubierta y no tardaron ni un segundo en proclamar a los cuatro vientos: ¡Un barco!

De inmediato prendieron una bengala y encendieron una linterna. “¿Pero esto será verdad o mentira?”, se preguntaron. La señal luminosa que emitió el buque que venía hacia ellos siguiendo el rastro del radar, desató el júbilo. Manuel, Noel y José Benito empezaron a abrazarse y a llorar. Se les había aparecido la Virgen de los Reyes, patrona insular, tantas veces implorada en la inmensidad del océano. El buque argelino Nedroma, de 172 metros de eslora, firmaba el milagro a 250 millas de Canarias.

Los pescadores herreños subieron entre lágrimas al barco que se dirigía cargado de minerales hacia a Baltimore, en el estado de Maryland (EE.UU.) y de inmediato su tripulación ofreció a los náufragos una cena caliente a base de sopa, arroz con pescado y agua, además de cigarros y mantas. Esa noche no pegaron ojo. La tertulia en el camarote duró hasta el amanecer.

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¡ESTÁN VIVOS!

La noticia llegó a El Hierro en forma de telegrama a Anita, la mujer de Manuel, que hoy todavía conserva: “Fuimos recuperados por un barco argelino y estamos en buenas condiciones. Vamos a ir a América y allí se arreglarán todos los problemas. Pensamos regresar a casa. Un gran abrazo para todos”. “¡Los encontraron, están vivos!”, gritó la isla, que estalló de alegría y volvió a llorar a coro en un sentimiento que se extendió como un calambre por todos los pueblos sin excepción. La Restinga se echó a la calle para celebrar la buena nueva en un ambiente de jolgorio, con música y bailes.

El entonces presidente del Cabildo, Tomás Padrón, recordaba esta semana en DIARIO DE AVISOS que las familias de Manuel, Noel y José Benito entablaron un primer contacto con el Nedroma en plena travesía hacia Baltimore desde el teléfono del Cabildo a través de la emisora costera de Francia, que enlazaba la señal con el barco. “Las mujeres de los marineros venían cada noche para hablar con ellos”, rememora. Al llegar el 10 de febrero a la ciudad estadounidense fueron recibidos por el cónsul de España en Washington, Luis Arias Romero, y atendidos por un médico español, aunque a su odisea le quedaba un último capítulo: una insólita nevada sobre Nueva York que afectó a las pistas del aeropuerto, lo que retrasó su regreso a España. Cuatro días después aterrizaban en Madrid, donde les esperaba Tomás Padrón, que a causa de la demora se vio obligado a pernoctar en las instalaciones de Barajas, donde, eso sí, encontraría una cabina telefónica con el cajetín de monedas estropeado que le permitía contactar gratuitamente con Baltimore.

El mandatario insular realizaría el viaje de regreso con los supervivientes hasta el aeropuerto Reina Sofía, en el sur de Tenerife, en medio de una gran expectación. Allí serían recibidos por el gobernador civil, Eligio Hernández, y por el delegado provincial del Instituto Social de la Marina, Manuel Perera, que le entregaría en mano a cada pescador 40.000 pesetas en concepto de ayuda social urgente. Nada más pisar tierra mostraron ante las cámaras y los micrófonos su voluntad de agradecerle el final feliz de su odisea a la vírgenes de Los Reyes, Candelaria, del Carmen y del Paso, en La Gomera.

Para viajar a El Hierro fue preciso alquilar una avioneta, toda vez que el último vuelo de aquel 14 de febrero de 1983 ya había salido desde Tenerife. El recibimiento en la Isla del Meridiano fue apoteósico, con una caravana de vehículos haciendo sonar la pita en dirección al aeropuerto, donde familiares y amigos abrazaron entre lágrimas a pie de pista a sus héroes. Esa misma tarde La Restinga sacó a la Virgen del Carmen en procesión y al día siguiente, Manuel, Noel y José Benito cumplieron su palabra y visitaron a la Virgen de Los Reyes en la Dehesa.

El Moncho II fue rescatado por el Nedroma, aunque a los tres supervivientes lo que menos le preocupaba al llegar a Baltimore era el futuro de la embarcación y así se lo transmitieron a la tripulación. No obstante, el Cabildo contactó semanas después con el consulado argelino para intentar rescatar el barco, pero ya era demasiado tarde: había sido subastado por los marineros magrebíes en Argelia. Los pescadores empezaron de cero y volvieron a la faena diaria en el mar. Hoy, 35 años después, Manuel y Noel ya están retirados, mientras José Benito sigue en plena actividad.

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Se cumplen 35 años de la odisea de tres pescadores herreños perdidos en el océano. / DA

Los tres protagonistas de esta odisea hablaron esta semana para DIARIO DE AVISOS. Noel recuerda que el último día a la deriva, al ponerse el sol “nos metimos en el camarote y dijimos ‘si nos lleva un barco por delante no pasa nada. ¿Para qué estamos aquí?’ Poco después escuché un sonido, salí corriendo, encendí a toda prisa una bengala y nos echaron los focos”. Manuel no olvida el momento en que sus ojos contemplaron la imponente figura del Nedroma: “Aquello no era un barco, era un ángel que navegaba hacia nosotros. Cuando vi que se acercaba me empiné el agua con gasoil que quedaba”. José Benito tampoco pudo contener las lágrimas: “Yo tenía la cosa de que no me iba a morir. Yo volvía. No lloré en los ocho días a la deriva, pero cuando vi el buque que nos enfilaba reventé a llorar, me rompí por completo”. Noel no olvida que el Nedroma se aproximó con una escalera colocada para que subieran, aunque “estaba todo oscuro porque la Luna estaba al otro lado; los tres estábamos locos por salir de allí”.

“Una vez a bordo, nos llevaron al comedor y nos dieron una sopa de marisco y una bandeja de pescado con arroz”, explicó Manuel, que recuerda “lo bien que hablaba español el capitán”, que les ofreció enviar un telegrama “a la familia o al alcalde”. De su estancia en Estados Unidos guardan en sus retinas “la nevada del siglo” sobre Nueva York, que les ocasionó un retraso de varios días en su regreso a casa. “Nos dijeron que hacía más de 40 años que no nevaba tanto”.

El recibimiento en El Hierro lo recordarán toda la vida. “Fue una locura. Nunca se me olvidará la imagen de tanta gente, ni cuando vimos a Tomás Padrón en el aeropuerto de Madrid. Aquello fue lo más grande”, comenta José Benito. “Todo el mundo que podía caminar fue a recibirnos al aeropuerto”, apostilla Manuel. “La isla completa estaba en la pista, no cabía la gente”, subraya Noel.

“Parar máquinas para un rescate no era lo habitual”

El expresidente del Cabildo herreño Tomás Padrón manifestó a este periódico que la acción del barco argelino Nedroma no fue nada usual. “Se trataba de un buque de grandes dimensiones y paró máquinas para socorrer una lancha perdida en el océano y rescatar a unos náufragos, lo cual no era demasiado habitual antes y no digamos ahora”, señaló. Aquella acción humanitaria mereció el reconocimiento del Cabildo herreño con la inauguración en el año 2006 de una plaza en La Restinga, denominada Rincón Nedroma que reunió a los tres pescadores y a numerosos vecinos. Padrón reveló a este diario que intentó hasta el último momento en secreto que el acto contara con un invitado sorpresa: el médico español que atendió a Manuel, Noel y José Benito en Baltimore, aunque lamentablemente un problema familiar de última hora lo impidió.

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