Un día, hace meses, recibo una llamada de una joven productora madrileña. Me preguntan por Óscar Monzón porque alguien le había dicho que yo era amigo suyo. Telefoneo a Óscar (Las Palmas, 1943) y me autoriza a darle su teléfono móvil. Transcurren los días y viendo la tele me encuentro a Carmen Lomana suspirando por su antiguo galán, el propio Óscar; ambos lloraban como adolescentes en el programa Volverte a ver, que presenta Carlos Sobera. Es curioso, yo no recordaba que, en cierta manera, había propiciado este encuentro. Óscar me lo comenta en Los Limoneros, delante de una botella de vino y de un plato de jamón, que consumimos entre otros manjares. El Repe de Los chicos del Preu (dirigida por Pedro Lazaga en 1967) había roto, quizá, su último corazón: el de una guapísima Carmen Lomana, que suspiraba por averiguar su paradero y por reencontrarse con su amigo, puede que novio, tantos años después. Porque, cumplidos los 15, tras un curso de bachiller en los jesuitas de Las Palmas, Óscar González Monzón decidió volar. Y voló.
“Le dije a mi padre que quería ir a Inglaterra, pero a mi aire. Nada de billete de avión y aterrizar en Londres. Era en el año 58, o por ahí. Me subí al barco “Ciudad de Cádiz” y me planté en la misma Cádiz, que no me gustó nada. Y de ahí, en el tren correo, hasta Madrid. Creo que tardé 24 horas en llegar”.
-¿Y qué fue lo que cambió tu vida?
“En Madrid me dediqué a recorrer la Gran Vía, desde Cibeles a la Plaza de España, varias veces. Había visto esa calle en las películas. Dejé la maleta en la consigna de Atocha. Y, en uno de aquellos paseos, oigo una voz: “¡Óscar!, ¿qué haces tú aquí?”.
-¿Se te apareció un ángel?
“Casi; era Jerónimo Saavedra, que no sé si estudiaba o ya había acabado la carrera y vivía en Madrid, junto a un grupo de canarios”.
-Tú ni siquiera tenías pensión donde quedarte, supongo.
“Ni pensión, ni dinero, ni nada. Me dieron alojamiento y comida y conviví con ellos durante un tiempo; creo que el edificio estaba en la calle Génova o por ahí”.
-Y en Madrid te quedaste un tiempo.
“Me ganaba la vida vendiendo libros. ¡Me los compraban hasta en los ministerios! Claro, yo era un hombre atractivo y las funcionarias se volvían loquitas; yo quiero pensar que no era por los libros, que les interesarían un carajo. Lo cierto es que gané dinero gracias a la editorial Plaza y Janés”.
-Entonces se leía más, me parece.
“No sé, yo los vendía, le echaba cara y sacaba mis buenos duros. Mis padres me ayudaban lo que podían. Y, más tarde, me matriculé en la Escuela de Cine”.
-Nunca llegaste a Inglaterra.
“No, me quedé en Madrid y me convertí, casi sin querer, en actor de cine. Más tarde llegué a dirigir obras de teatro. Por ejemplo, La tía Tula, la obra de Unamuno que en el 64 ya había adaptado para el cine Miguel Picazo. Había una actriz llamada Marisa, que era íntima de Carmen Lomana. Ella me la presentó”.
-Y surgió el amor, aunque tú no lo reconozcas. ¿Cómo fue lo de tu romance con la mediática Carmen Lomana? Por cierto, entre otros.
“A Carmen la quiero mucho. Nuestra relación fue casi paternal por mi parte. Yo le llevaba unos años y fuimos amigos de verdad. Ella pertenecía a mi mundo y yo al de ella y siempre tendrá de su propiedad un rincón de mi corazón. No se puede hablar de romance porque nuestra amistad llegó mucho más lejos que todo lo demás. Es el amor el que mueve el mundo, nunca debes olvidarte de esto”.
(En este momento, Óscar vuelve a emocionarse. Habla de la clase de esta mujer y también de su amistad con personalidades del cine, entre ellos Emilio Gutiérrez-Caba, compañero de reparto en Los chicos del Preu, una película que aún cautiva al espectador cuando se proyecta, 52 años después).
“Nunca pensamos que la peli iba a tener tanto éxito. Es que el elenco era fenomenal. Y, curiosamente, dos jóvenes protagonistas que luego iban a ser muy famosos, Karina y Camilo Sesto, intervinieron en ella. Pero hubo cosas mucho más importantes en mi vida que esa película que me dio a conocer”.
-Quizá luego volvamos atrás en el tiempo. Tras hacer la mili en Aviación y rodar por esos mundos, con 27 tacos aterrizas en Tenerife. Y rompes, tío. Te llamaban Óscar el guapo.
“Incluso algunos creían que era mariquita, porque yo impuse una moda avanzada, yo diría que audaz: camisitas de satén, pelo largo y rubio, zapatos a la última, pantaloncitos ceñidos. Recuerdo que cuando paseaba por Los Paragüitas (famoso bar de Santa Cruz, en la Alameda del Duque de Santa Elena), sonaban, lejanas, algunas voces que gritaban: “Óscar, maricón”. Yo me reía por dentro, como diciendo: si ustedes supieran”.
-También te atribuyen leyendas. Que si tienes 44 hijos.
“Sí, hombre, y los que habrán aparecido tras el programa de Tele 5. Me tienen loco con esa intervención en la tele. Y me ha llamado gente de la que no sabía nada desde hacía años. Tengo dos hijos y dos nietos gracias a una tinerfeña, Tere Molina Santaella, una mujer estupenda. Bueno, y gracias a mí también, claro. Estamos divorciados desde hace años pero eso no impide que le profese un gran cariño”.
-Tienes también fama de caballero.
“Bueno, es que cuando a mí me atribuyen romances y aventuras, siempre digo: “Yo no hablo de sexo, sino de amor”. He tenido amores muy bonitos, pero me reservo el nombre de las protagonistas de estas historias. Repito: siempre relaciones mantenidas por amor”.
-Oscar, ¿sabes que Juan Manuel de Prada escribió un libro titulado Coños?
“Sí, lo he leído, y estoy de acuerdo con él en que todos los coños no son iguales. Hay cosas que son irrepetibles. Me quedo ahí”.
-¿Es verdad que te rifaban las chicas de bien de Santa Cruz?
“Para qué voy a engañarte”.
-¿Y fuiste un referente de la moda masculina en las Islas?
“Bueno, para qué voy a engañarte también en eso”.
-¿Es cierto que había tres tipos guapos en Tenerife, que rompían todos los corazones posibles?
“Bueno, eso lo dijiste tú en un artículo, Óscar el guapo, Chicho el abogado y Quico Galván. Siempre andas con esa matraquilla. Hay más, hombre”.
-¿Cuántas películas hiciste?
“Siete, creo. Dirigí varias obras de teatro, pero me cansé y me vine a Tenerife, porque entonces en la Isla había una movida increíble. Y monté mi empresa de decoración, en la que gané mucho dinero. Pero me lo gasté todo”.
-¿Te consideras aún un galán?
“Yo no fui nunca un galán, en sentido estricto, pero te diré que depende de la pastilla que me tome. Ya he cumplido 76 años y no estoy para milagros”.
-Tuviste una novia guapísima, a la que yo conocí, tropecientos años más joven que tú.
“Yo era mayor que su padre, que me trataba de don Óscar. Sentía un poco de cosa por este respeto, que era, en cierta manera, un respeto al revés”.
-¿Sigues creyendo en el amor?
“Sí, pero las mujeres han cambiado mucho. Ahora, si no tienes dinero no te quieren. Hablo en general. Antes privaba lo romántico. En mis tiempos mozos, cuando el amor entraba por la puerta el demonio salía por la ventana; y ahora es al revés, entra primero el demonio y huye el amor”.
-Tienes un puntito cínico, me da.
“No, no, lo que pasa es que yo siempre he dicho lo que pensaba y relativizo la importancia de las cosas. Soy un hombre de percepciones; cuando veo a un abogado bien vestido, digo: “Este señor me va a ganar el pleito”. Siempre he huido de lo chabacano, me gusta el estilo. ¿No dicen que el estilo es el hombre? Ya sabes que la frase es del Conde de Buffon. Yo creo lo mismo”.
-¿Cuál es el secreto de tu eterna juventud?
“El chocolate negro”.
-Explica eso.
“Pues que cada noche, desde hace años, me como dos trocitos de chocolate negro antes de acostarme, porque me lo pide el cuerpo. Lo malo es que por la mañana me levanto con los dientes igualmente negros. Nada que no resuelva un buen cepillado”.
-¿Y no te sientes solo?
“La soledad para mí no existe. Los recuerdos, en todo caso, te ayudan a eliminarla, si apareciera”.
-¿Te has drogado alguna vez?
“Yo, no. Quizá me han drogado algunos amigos, pero poca cosa”.
-Yo te veía siempre, con envidia, como el hombre que susurraba a las mujeres.
“Es mucho mejor susurrar a las mujeres que a los caballos, como en la peli. ¿No crees? Las mujeres son seres maravillosos, mucho más inteligentes que los hombres. Siempre las he respetado y las seguiré respetando”.
-¿Lo de Volverte a ver fue como un regreso al pasado?
“Me trataron muy bien, tuve la oportunidad de abrazar a Carmen y de llorar con ella, más que nada por los recuerdos; y de que toda España se enterara de que los sentimientos, aunque sean viejos, son posibles en un mundo mercantilizado y cochino. Fue un programa de muchas emociones, creo que con un índice de audiencia y de emotividad jamás logrado”.
-Dime algo que te provoque nostalgia de verdad.
“Pues es una nostalgia yo diría que anual y gastronómica, pero que estoy deseando comerme cuando llegan las vísperas: el pucherazo que cada año cocina mi amigo Mario Hernández Bueno, en Las Palmas. Qué delicia”.
(Y que, por cierto, a mí no me invita a degustar, aunque sí me invitó una vez al Aquelarre, de Pedro Subijana, en San Sebastián, en compañía de nuestro común amigo Arturo Trujillo. Nos comimos la cagada exquisita de un ave, que me presentaron como un manjar. Y lo era).
-A estas alturas de tu vida, ¿has cumplido todos los sueños posibles?
“No; hay que seguir soñando siempre. Tengo la edad que tengo. Pero disfruto con mis hijos y con mis nietos. Uno es decorador, como yo, y el otro dirige a la policía portuaria de Santa Cruz. Estoy muy orgulloso de los dos”.
-¿Qué queda de aquel niño que en el 58 dejó la casa de sus padres para ir a trabajar a Inglaterra?
“El llanto de mi madre y la decisión de mi padre de que su hijo conociera mundo. Éramos tres hermanos. Y, cuando estaba en Madrid, mi agradecimiento a aquel cubano, poeta, escritor, muy culto, José María Martín Triana, que me dijo: “Óscar, tú tienes que dedicarte al cine”. Me animó a entrar en ese mundo, del que guardo infinitos buenos recuerdos y al que estoy muy agradecido”.