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Cuando una tormenta solar puede cambiar el rumbo de la historia

Los estudios de Servicio Nacional de Meteorología Espacial sobre la tormenta solará han sido desvelados por El País.

El 23 de mayo de 1967, en plena Guerra Fría, los radares del sistema de alerta antimisiles de la fuerza aérea estadounidense en el hemisferio Norte, situados en Alaska, Reino Unido y Groenlandia, comenzaron a tener graves interferencias que dificultaban enormemente su funcionamiento. El primer reflejo fue pensar en los rusos y preparar los aviones cargados de bombas para golpear al enemigo comunista. El ataque a los radares del país era un motivo para meterse en guerra. Pero unos científicos del ejército se anticiparon y evitaron la catástrofe: desde el 18 de mayo se había detectado una intensa actividad solar. Y ese mismo día 23, el Sol había emitido una llamarada de inmensas dimensiones que se había podido observar a simple vista desde la tierra. Eso y no otra cosa había producido las interferencias. La guerra terminó sin ni siquiera haber comenzado.

Las tormentas a menudo son precedidas por oscuros agujeros solares que anuncian las turbulencias que producen esos vientos perturbadores. A nivel físico, la tormenta es “un bombardeo altamente energético de partículas solares formadas por hidrógeno que vienen con mucha energía. Y como están cargadas, el campo magnético terrestre las desvia hacia los polos”, cuenta José Carlos del Toro, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (CSIC). Una así, pero cierta dimensión, pudo provocar el ‘gran apagón’ de Tenerife el pasado 29 de septiembre, como publicó hace dos días el periódico El País, haciéndose eco de una investigación del equipo científico liderado por Consuelo Cid, responsable del Servicio Nacional de Meteorología Espacial y profesora de la Universidad de Alcalá.

“Con todo esto de la investigación sobre el origen del apagón” , cuenta Consuelo Cid, “un periodista me preguntó: ‘¿Y cómo se te ocurrió que podía ser el sol?’ Yo le dije: ‘Es que para mí es algo de lo más normal’. Yo no sé si fue el sol, pero sí tengo claro que el sol pudo hacer una cosa de esas”.

Y hay más precedentes históricos: en 1859 se produjo el conocido como “Evento Carrington”, por el nombre del astrónomo que lo identificó, Richard Carrington. La tormenta produjo auroras boreales que llegaron hasta el Caribe, a pesar de ser más habituales de las zonas polares, e interrumpió las comunicaciones por telégrafo entre varias partes del mundo.

“Hay registros de auroras boreales incluso en Canarias. Eso ocurre cuando esas partículas son especialmente violentas y el campo geomagnético no es capaz de desviarlas en su conjunto, así que golpean directamente en latitudes más bajas”.

Más normal fue lo que ocurrió en Quebec en marzo de 1989, donde la latitud es más alta: una tormenta solar produjo un apagón que dejó sin luz a unas seis millones de personas durante nueve horas. La tormenta también derritió algunos transformadores en Nueva Jersey.

Dice Cid que el evento de 1967 y lo que ocurrió en Quebec impulsaron la preocupación científica. “En ciencia, todo arranca cuando hay un problema”, afirma. En los noventa, ese interés se consolidó. “Después de la carrera, yo empecé a estudiar unas emisiones que salen del sol, pero no en el propio sol, sino en el medio interplanetario, entre el sol y la tierra”, explica. “De eso fue mi tesis doctoral. Pero luego me di cuenta de que esas eyecciones de masa tenían consecuencias en la tierra”. Según Cid, “la meteorología espacial es multidisciplinar porque no se puede trabajar solo con física solar, física del medio interplanetario [entre la tierra y el sol] o geofísica [en la tierra]. Hay que saber un poquito de los tres trozos y preguntar a menudo a los que saben mucho de un solo trozo para terminar de unirlo todo”.

Según Cid, en España se hace poca investigación sobre meteorología solar. “Estamos en el mundo y trabajamos con los científicos de otros países, al nivel internacional en el que podemos estar teniendo en cuenta que somos muy poquitos “. En siete u ocho años tendremos en La Palma un instrumento muy potente para saber qué cosas pasan por el sol, el Telescopio Solar Europeo. “El telescopio estará monitorizando la actividad del sol, y sabremos si hay alguna región activa en el sol que es proclive a producir inestabilidades que generen tormentas”, cuenta el responsable del proyecto, Manuel Collados, del Instituto de Astrofísica de Canarias.

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