La investidura de un presidente es un acontecimiento excepcional. En la memoria de los canarios está aquel voto decisivo de Luis Mardones que en 1989 salvó in extremis al socialista Felipe González. Tras una victoria por mayoría absoluta, su reelección era un puro trámite. De hecho, había previsto volar a Estrasburgo sobre la marcha ya en calidad de presidente y abordar los problemas de Europa Central y del Este en un Consejo Europeo, al parecer, decisivo. González entonces era un político que levitaba sobre los demás líderes, al que todavía le duraba la resaca de su éxito en octubre del 82. Pero Mardones (1938-2018) contaba con ironía que esa vez la suerte se le volvió en contra al político sevillano, y, horas antes de votarse la investidura, el presidente del Congreso, Félix Pons, recibió una mala noticia: los tribunales le quitaban un escaño al PSOE en Melilla ( antes se le habían caído por irregularidades otros dos en Murcia y Pontevedra) y perdía la mayoría absoluta. Necesitaba un voto, como tantas veces ha pasado, incluso hoy, en que otro socialista, Pedro Sánchez, depende de que un solo voto no cambie del sí al no.
González no tenía tiempo para esperar a una segunda vuelta, donde le bastara la mayoría simple, 48 horas después. Tenía que tomar el avión para Estrasburgo. Y si había algo que le sacaba de quicio, aupado ya en la celebridad del socialismo europeo, era saludar a Miterrand como interino. Mardones tenía la sospecha de que entre el histórico socialista francés y el español había una rivalidad inconfesable. Y el presidente de Francia habría disfrutado mucho recibiendo con la mano tendida al presidente en funciones de España con un saludo parecido a este:
-Hola, Felipe, ¿todavía no eres presidente?
De manera que González buscó una solución de emergencia. Ni Miquel Roca (CiU) ni Anasagasti (PNV) tenían capacidad de maniobra para alterar su voto esa misma noche. En cambio, las AIC (aún no existía CC, estamos hablando de ATI y las agrupaciones insulares), sí, y Manuel Hermoso convocó, diligente, un consejo político exprés y todos estuvieron de acuerdo en echarle un cabo a González (todos, salvo dos: Marcos Brito y Antonio Daroca, ambos ya fallecidos, pues eran tiempos de prehistoria en el aún nonato nacionalismo canario moderado). “Pudimos hacer la jugada de una manera limpia, elegante y contundente”, celebró mucho tiempo después Mardones en una entrevista con DIARIO DE AVISOS. Hermoso, Adán Martín y José Emilio García Gómez viajaron a Madrid a arropar a Mardones, que en paz descanse. Pero entonces, todos iban en el mismo barco, no cabía imaginar una salida de pata de banco por parte del diputado en la tribuna de oradores.
“LE DIGO MIL VECES NO”
El pasado sábado, cuando Ana Oramas proclamó “le digo no, no y mil veces no” a Pedro Sánchez en la primera jornada de la investidura, José Miguel Barragán, secretario general de CC, se llevó las manos a la cabeza, pues él (dicen sus allegados) había leído el discurso. “Era crítico, pero se atenía al acuerdo del partido de abstenerse”. En cambio, más de uno piensa que Fernando Clavijo no era tan ajeno al cambio de postura y de discurso de la diputada rebelde.
A Mardones lo asociaron con la izquierda y a Oramas afilian a la derecha; ahora la amenazan con medidas disciplinarias, pero en su partido en Tenerife (en la nunca extinta ATI) existen numerosas voces que la arropan y jalean. En efecto, Oramas se ha integrado en el bloque de derechas con un discurso patriótico alejado de las consignas seminales de CC, que orilló siempre el españolismo y se envolvió en la bandera con siete estrellas verdes, cuando no en las ideas de Secundino Delgado por la proximidad de su alianza con el PNC. Pero ese realineamiento de Oramas choca, además, históricamente, con la posición de Mardones, que era el menos nacionalista del partido y procedía del tardofranquismo. Sin embargo, no dudó en apoyar la investidura del socialista González, a riesgo de ser masacrado por la derecha. “Me insultaron, me amenazaron de muerte, me decían de todo, que me había vendido por dinero. Eran elementos derechistas y anti-Felipe”, recordaba amargamente. Telefónica tuvo que cambiarle el número de su casa, “porque era inaguantable”. Esa misma tarde, un diputado del PP subió a su escaño y le dijo antes de votar:
-Luis, humillalo.
Mardones le respondió: “Yo no he venido a Madrid a humillar a nadie políticamente”.
Al cruzar esa raya de la entente Canarias-Madrid, Ana Oramas ha sentado un nuevo precedente. Y tanto ella como Mardones han tenido la misma tentación.
LA PELÍCULA DE ESTOS DÍAS
Rebobinemos de nuevo la película de estos hechos. González había cubierto su larga estancia en el poder hasta dejar paso a Aznar, y este a Zapatero. De manera que había llovido mucho y corría el año 2007 cuando Zapatero tenía estrecheces para sacar los Presupuestos. Ahora, sí. Ya existía Coalición Canaria con todas las letras. Y contaba con dos diputados en el Congreso. A Paulino Rivero, que retornó a la política canaria, lo había sustituido Ana Oramas, y en vísperas de la votación le trasladó a Mardones la orden del partido:
-Luis, tienes que votar que no.
Mardones era el paradigma del diputado de Estado. En su cabeza no cabía traicionar en semejantes leyes a un presidente del Gobierno de España. Sí, quería jubilarse, dejar la política, pero no en contra de sus principios. Los Presupuestos eran sagrados. Ese había sido su dogma de fe durante una larga carrera de San Jerónimo.
-Y voté que sí -comentó al borde de la lágrima en aquella conversación con este periódico poco antes de morir.
“Era la última función. Terminó la legislatura y me fui a casa. Abandoné la militancia. Me dolió. Habría querido despedirme de otra manera”. Su confesión describe un estado de ánimo bipolar en la inclasificable Coalición Canaria. La que en Madrid pensaba que lo mejor era estar en sintonía con el Gobierno de turno, fuera de izquierda o de derecha, y al mismo tiempo hacer el máximo ruido posible desde las Islas contra el Gobierno central, porque “niño que no llora, no mama”. Oramas, la misma que impartió sin éxito la consigna de CC a Mardones contra Zapatero, despidió a este en su retirada en 2011 con el mayor piropo del hemiciclo: “Usted puede mirar a los ojos a los españoles”.
Ahora, acaba de ingresar en el laberinto del que Mardones salió hace 13 años.