diario de cuarentena

La tres formas de soledad que no nos contó nunca en sus obras maestras Gabriel García Márquez

Consultas vacías en unos centros hospitalarios atestados de personas en otras dependencias, pasillos llenos de gente en silencio dentro de los centros comerciales y la tercera semana de confinamiento que llega a su final
Las salas de espera de las consultas del HUC. / DA

Gabo nos engañó. Nunca hubo cien años de soledad, aunque esta soledad del confinamiento parece que dure ya cien años. Es más que ese mal que dicen que no alcanza el siglo, es la triple soledad que siente gente como Carlos Andrés, el taxista que ayer dejó el asiento de su tumba de hojalata para pasar consulta con el neurocirujano en el HUC.

A la izquierda, al fondo, la administrativa, posiblemente haciendo algún sudoku para que esas horas muertas que jamás existieron en su jornada laboral pasen con menos penuria. A la derecha asientos vacíos, solos… y Carlos, de pie junto a uno donde pone en mayúsculas NO OCUPAR, con su pinta de haber sido alguna vez futbolista, de aquellos de los de campo de tierra.

Rubén hace sonar el bucio desde la azotea de su casa junto a sus padres en El Porís. / Fran Pallero

Se le nota en la pose, solo le falta el brazalete de capitán. Parece estar indicando una jugada ensayada, porque en esa zurda una vez hubo clase. Ahora, la soledad le entró por los huesos y eso no lo arregla ni el cartílago de tiburón. Aparenta estar lleno cuando atiende a sus clientes, pero se le ve vacío y jodido.
“Estoy de pie porque no puedo estar sentado más de diez minutos”. Ya bastantes horas pasa dentro de su ataúd laboral de donde quiere escapar cuanto antes, aunque la huida no sea tan fácil. “Vengo de Alcampo, mira la foto, el pasillo estaba lleno de gente, todo el mundo en silencio, era como un velatorio, pero en fila india”, cuenta Carlos, identificado cuando es llamado para entrar al médico.

Mela, vecina porisera, saca a su perro. / Fran Pallero

La consulta le duró media prórroga, sale de ella como quien perdió una tanda de penaltis. “Me tienen que operar, ya me darán hora”, dice con cara de angustia. Es lo que quisiera contar cuando al llegar a casa, pero ¿a quién? Solo en el taxi, solo en la compra, ¿solo en la vida? Pero con un consuelo. “Tengo un amigo que me contaba que vive un confinamiento dentro del confinamiento, con sus hijos adolescentes y su mujer dentro de su casa sin hacerle caso, eso sí que es soledad”. Es la tercera forma de soledad, otra que no nos contó nunca Gabriel García Márquez.

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