sociedad

Fui a la calle a encontrar una historia y huir de Twitter y encontré a un poeta con un vaso de vino

Las redes sociales se han convertido en la proyección infinita de la enfangada batalla política que intoxica a la ciudadanía, mientras nos acostumbramos a digerir una realidad donde se mezclan, épica, tragedia y pobreza

En 2011, después del 15-M, me apunté a una de esas plataformas sociales que surgieron, también aquí, animadas por la discusión colectiva que se estaba dando en algunas plazas. Las reuniones eran interesantes, a veces un poco intensas, pero de ahí surgieron complicidades que se mantuvieron con el tiempo. Lo que funcionaba fatal para discutir era la página de Facebook. No sé por qué, pero si una asamblea presencial acababa en abrazos y reconciliaciones, una discusión a base de intervenciones escritas se convertía siempre en una sucesión de monólogos narcisistas-alguno mío también- que servían de experimento sociológico, pero nada más. Cero comunicación.

Alguna vez se me ha ido la bola, pero discuto poco en redes sociales. Sobre todo estos días, con ese escándalo histérico que reproduce en Twitter el campo de lucha libre colmado de fango y estiércol en el que se ha convertido la política española. Mentiras, exageraciones, descontextualizaciones, tuiteros de todo pelaje intentando derribar al Gobierno en pleno desastre, a toda costa, sin esperar a que esto amaine algo para discutir. Y Sánchez negociando poco o nada.

Por eso salí ayer a la calle antes de escribir esto, a escuchar a alguien, que es lo que hacemos los periodistas, también en proceso de digestión de esta nueva realidad hecha de los gestos épicos. Pero también de la falta de recursos materiales en sanidad. Tantos años repitiendo que “éramos la mejor sanidad del mundo” que nos lo terminamos creyendo. Son los mejores médicos, pero en condiciones muy mejorables. Sin mencionar la emergencia social en una comunidad, Canarias, que ya estaba en emergencia social.

Salgo y me encuentro en el kiosko a Adrián, que es cubano. Y pienso que es una casualidad divina, porque estos días hablo de Cuba todo el rato. Y él me cuenta que se nota que el confinamiento ha apretado, que hay menos gente, que se vende menos prensa, pero ahí está él, con sus guantes, aguantando el tipo. Igual que la señora de la farmacia, que debe llevar cuarenta años trabajando ahí porque yo la recuerdo de toda la vida. Y me acerco a llevarle un pedido a mi madre, le toco el timbre y bajo unos cuantos escalones, ella abre y hablamos. Le digo que me preocupa Santiago Abascal, con sus gobiernos de tecnócratas y sus guiños al ejército. Y ella me dice que ha nacido un bebé en su lado del edificio, el primero en 37 años, después de mi hermana. Y pienso que dichosa la vida y los que trabajan y ayudan y no creen que lo saben todo. Y entonces voy y me acuerdo de ‘Alto jornal’, de Claudio Rodríguez, poeta de vino y cigarrillo entre los dedos que dice: “Dichoso el que un buen día sale humilde/y se va por la calle, como tantos/días más de su vida, y no lo espera/y, de pronto, ¿qué es esto?, mira a lo alto/y ve, pone el oído al mundo y oye,/ anda, y siente subirle entre los pasos/el amor de la tierra, y sigue, y abre/su taller verdadero, y en sus manos/brilla limpio su oficio, y nos lo entrega/de corazón porque ama, y va al trabajo/ temblando como un niño que comulga/mas sin caber en el pellejo, y cuando/se ha dado cuenta al fin de lo sencillo/que ha sido todo, ya el jornal ganado,/vuelve a su casa alegre y siente que alguien/empuña su aldabón, y no es en vano.

TE PUEDE INTERESAR