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“Quería matarlo”: habla por primera vez Cristina, la protagonista de ’19 días y 500 noches’ de Sabina

El documental 'Pongamos que hablo de Sabina' se estrena hoy: hablan sus amigos de sus vicios, sus pánicos y sus generosidades, y lo mejor: habla la modelo que le hizo componer su mejor disco.

“Cuando se despertó no recordaba nada de la noche anterior”, dice Donde habita el olvido, uno de los temas más hermosos del maestro de Úbeda -el del bombín, ya saben: el crápula, el poeta, el nocturno, el alevoso, todo aquel arquetipo que ya le cansa-, y bien podría servirle de autobiografía. Una autobiografía tediosa, en realidad: la del ser brillante y poliédrico que ha sido reducido a su canallismo, la del hombre que lo vivió todo casi sin recuerdos nítidos. Hace bien: bastante tenemos ya con cargar con los años memorizados.

Ese es el poso que queda tras ver Pongamos que hablo de Sabina, nuevo documental original de ATresplayer Premium, que se estrena este mismo domingo 24 de mayo. Parece ahí que la vida del genio ha sido como un golpe en la cabeza, como una huida hacia adelante, como un navegar errante por los ríos de la indignación -y la devoción- pública.

El documental hace demasiado hincapié en que Joaquín tiene la sed del mundo, una sed bestial e inagotable para cerrar tabernas, para vaciar tequilas, para acumular resacas, para fallar a sus compromisos porque está alargando un guateque, para cantarse otra ranchera, para esnifar lo próximo. Es el cuento de un adicto. Fuera estigmas. A estas alturas del partido no nos sorprende, pero de alguna manera lo relatan como si fuese algo extravagante o condenable moralmente: pensábamos que en 2020 ya habíamos superado esos juicios de puritanos.

Cristina Zubillaga

¿Hay un Sabina más allá de sus clubs, de sus whiskerías, de sus heterodoxias, de sus pánicos escénicos, de sus achaques de vividor? Es cierto que de un personaje así, tan explotado mediáticamente, tan forjado como leyenda popular, ya parece complicado contar cosas nuevas, pero ese es el reto: no publicar más contenido de relleno.

En este sentido, el documental sí aporta algo valioso -además de las voces expertas del biógrafo Javier Menéndez Flores y de compadres suyos como Ana Belén, Wyoming, o Pancho Varona-: habla por primera vez Cristina Zubillaga, “la mujer que conoció a finales de los ochenta y que inspiró algunas de sus mejores canciones, como 19 días y 500 noches”. Cristina fue una liberación dentro de la liberación en aquellos años expansivos, postfranquistas, felices, rebeldes, hedonistas hasta decir ‘basta’ para acallar las décadas de represión.

Sabina había regresado de su exilio en Londres en 1976 y se había instalado en Madrid: a caballo entre un hogar que compartía con la madre de sus hijas, Isabel Oliart, y una curiosidad infinita por la ciudad y sus posibilidades. Ahí apareció Zubillaga, como una tentación que nunca le fue del todo asible.

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