entrevista

Cristina García Rodero: “He tenido la suerte de recorrer el mundo con mi cámara. Lo que siento es no tener más años para contar más cosas”

En esta entrevista concedida a DIARIO DE AVISOS, la miembro de la prestigiosa Agencia Magnum hace un repaso por su trayectoria, desde sus inicios hasta que recalara esta semana en la capital tinerfeña
La fotógrafa española Cristina García Rodero, Premio Nacional de Fotografía en 1996 | FRAN PALLERO
La fotógrafa española Cristina García Rodero, Premio Nacional de Fotografía en 1996 | FRAN PALLERO
La fotógrafa española Cristina García Rodero, Premio Nacional de Fotografía en 1996 | FRAN PALLERO

Pionera, referente y empoderada. Esta sería la forma más breve de describir la dilatada trayectoria de la fotógrafa Cristina García Rodero (Puertollano, Ciudad Real, 1949), quien atesora reconocimientos nacionales e internacionales de gran prestigio que han hecho de ella un punto de inspiración para varias generaciones de artistas, y que le han valido para entrar a formar parte de la selecta Agencia Magnum o alzarse con el Premio Planeta, la Medalla de Oro al Mérito de Bellas Artes y el Premio Nacional de Fotografía del Ministerio de Cultura (1996), entre otras tantas distinciones a lo largo de su medio siglo de carrera. Ha realizado numerosas exposiciones y su obra se encuentra en diversas colecciones permanentes dentro y fuera de España. Tal ha sido su afán por romper barreras, que incluso llegó a ser la primera mujer doctor honoris causa de la Universidad de Castilla-La Mancha. Y tras miles de kilómetros por todo el mundo, su última parada ha sido en la capital tinerfeña con la exposición Tierra de sueños, a través de la que, de la mano de la Fundación la Caixa, ha querido visibilizar la labor de la Fundación Vicente Ferrer en India, centrada fundamentalmente en mejorar las condiciones de vida de los residentes de 3.669 aldeas del país, y en especial, en la defensa de los derechos de la mujer.

– ¿Qué pretendía transmitir con Tierra de sueños?
“Sobre todo, dar a conocer la obra de Vicente Ferrer y también de quienes ahora la continúan: su familia, los voluntarios y toda la gente que trabaja para hacer que una zona desértica, con una tierra dura, tenga las mejores condiciones; que hayan hospitales que atiendan sus necesidades, que haya escuelas destinadas a personas con discapacidad, que haya una atención hacia la mujer, otra hacia la repoblación forestal y hacia el buen uso del agua”.

– ¿Cuándo comenzó todo? La Fundación Vicente Ferrer cumple ya 50 años en funcionamiento.
“Al principio, Vicente quiso trabajar en una zona, pero terminaron echándolo, y fue Indira Ghandi la que le consiguió un lugar donde él pudiera hacer realidad esa necesidad que tenía de ayudar a las personas más necesitadas, comenzar allí su obra. La Fundación se inició con tres personas, y al final han acabado trabajando 2.400 en ella. A mí me da mucha satisfacción que mi trabajo produzca trabajo, pero es que en el caso de Vicente Ferrer está dando trabajo a mucha gente de la zona. No solo asegurándose de que la embarazada y su bebé tengan una alimentación adecuada, que el niño pueda ir a la escuela y que tenga una buena atención sanitaria. También los voluntarios que van allí a enseñar idiomas encuentran esa ayuda mutua. Se convence a las empresas para que haya siempre unos puestos para la gente que vive en los pueblos, que no tiene tantas posibilidades en Bangalore. Hay becas para las universitarias y cuidado con la mujer; que sepa cuáles son sus derechos, que esté asesorada jurídicamente para una posible separación”.

– Precisamente, en la exposición que ha inaugurado la mujer juega un papel destacado.
“Sí, me hicieron hincapié en que pusiera especial atención en la mujer, pero es que ni necesitaba que me lo dijeran, porque los ojos se me van; es mucho más fácil entrar en contacto con ellas. Es muy fácil cogerle el bebé a una mujer, preguntarle por ella, ver la familia que tiene… su día a día es mucho más parecido al mío que el de los hombres. Se me va el interés hacia la mujer, los niños y los ancianos. Los niños por su espontaneidad, y los viejos por la ternura que me generan, por la desprotección que les veo, porque es una vida muchas veces agotada de tanto trabajo”.

– ¿Cuál fue la cronología del proyecto? ¿Cómo le plantearon que retratara esa realidad?
“Venía un bloque de personas, de la Fundación la Caixa y de la Fundación Vicente Ferrer, con una sonrisa de oreja a oreja, porque sabían que no les iba a decir que no. Lo tenían todo pensado, analizado, cómo explicármelo. Era fácil, en realidad, porque la India, desde los 16 años, ha sido un punto de interés para mí. No sé muy bien por qué, si es que vi danzas propias de allí en algún sitio, si leí un libro… No sé por qué esa fijación, pero siempre la he tenido, y eso que hasta los 50 años no pude visitarla. La primera fue en 2001, y en 2015 fue cuando recibí el encargo de ir a fotografiar la obra de Vicente. Me interesó porque era un reto y, además, quería colaborar con la Fundación. Pensé que dando a conocer la obra era como podía hacerlo yo, porque el dinero viene y va, pero dar una imagen de lo que se está haciendo, transmitir cómo la gente ha recibido esa ayuda, cómo ha influido en la mejora de su vida… no siempre es tan fácil”.

– ¿Había un itinerario marcado, o campó a sus anchas?
“Me dieron absoluta libertad. Lo mejor de todo esto es que me han respetado siempre y no ha habido intencionalidad de que fotografiara algo concreto. No. Pude convivir con las personas, oír lo que me contaban, entrar en sus casas o en los centros. El único sitio al que no pude ir fue a las casas de acogida, en una zona muy cerca de la frontera”.

– ¿Por qué motivo?
“Porque allí se refugiaban mujeres que necesitaban llevar en el más absoluto secreto dónde estaban para que no tomaran represalias contra ellas; para que no supieran dónde estaban protegidas y pudieran comenzar otra vida. Pero sí que pude fotografiar a mujeres que contaban su experiencia, que tenían a una mujer del mismo pueblo que les ayudaba, y a la líder, que también intentaba analizar todo lo que le contaban para ayudarles y aconsejarles, tanto a nivel humano como a nivel legal”.

– De todo lo que vio, ¿qué fue lo que más le llamó la atención?
“Ver que los sueños se hacen realidad. Que cuando un hombre sueña que puede ayudar y quiere hacerlo, lo consigue. Que se hacen realidad cuando hay una determinación y unas cualidades para formar a la gente, para convencer a personas de que formen parte de ese equipo, de que pueden hacerlo con sus donativos, con los voluntarios que acuden de todas las partes de España. Hacer el primer hospital fue un sueño de Vicente, pero es que en este momento hay tres, y seguirá habiendo más”.

– ¿Cómo se debe estar pasando la crisis sanitaria allí?
“Como en todos los países, pero con la diferencia de que en India hay muchos lugares rurales. Pequeños núcleos extendidos en un país que es tres veces España o más. No es que India no tenga magníficos médicos o laboratorios, es que son 1.300 millones de habitantes, y hay núcleos en los que, por sus circunstancias geográficas o económicas, es más difícil que llegue la ayuda. Y ahí es donde ha estado y sigue estando la Fundación Vicente Ferrer. Fíjese que desde que se declaró la pandemia la gente trató de huir a sus pueblos para estar más protegida y los trenes se llenaban. Otros muchos intentaron hacer el camino andando y morían. Entonces allí, en Anantapur, la Fundación se dedicó a dar cobijo a esas personas y comida a los que iban en tránsito”.

– ¿Desde pequeña sabía que se quería dedicar al arte?
“Nunca fui buena en matemáticas o en física. Me costaba mucho. Y sin embargo, el dibujo, la pintura, era algo que me salía de forma espontánea y de lo que empezaron a darse cuenta los demás, en mi propia familia, que siempre estaban comprándome lápices de colores. A mi madre le gustaba la danza y siempre me estaba comprando libros sobre ballet; me llevaba a ver los festivales que se hacían en Puertollano. Tuve la oportunidad de ver a Rafael de Córdoba, al ballet nacional… cosas que fueron alimentando mi interés por el arte. Luego hice Bellas Artes. Creo que si ha habido algo importante en mi vida es haber podido encontrar aquello para lo que yo valía”.

– Y hasta hoy…
“Se dice que ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para divertirte, pero no es verdad. Pasas toda la vida en el trabajo, por eso creo que algo fundamental es encontrar lo que nos gusta. Yo tuve claro desde muy pequeña que para lo que valía era la pintura, y después descubrí la fotografía; o casi al mismo tiempo, pero me siento muy feliz de hacer lo que me gusta, porque cuando algo te gusta no te importa el tiempo; se te olvida. Estás tan metida en el trabajo y disfrutas tanto, te interesa tanto, que el tiempo no cuenta para ti. Te centras en hacerlo lo mejor que puedes, y yo lo que quisiera decir es eso: que la gente busque su vocación, porque cada vez hay más despiste, quizá porque se tiene más acceso a estudiar en la universidad. En mi juventud, desde muy jovencita tenías que trabajar para ayudar a la familia, y ahora realmente la gente tiene capacidad para poder aprender en los mejores sitios. Yo he tenido la suerte de, con la cámara, recorrer el mundo y meterme en la vida de cualquier pueblo o ciudad, desde los aspectos más cotidianos y especiales. Y lo que siento es que mi vida no tenga más años para contar más cosas”.

– En esa inquietud por contar historias por medio de instantáneas es donde entra la parte de periodista de fotoperiodista.
“Bueno, no me considero fotoperiodista porque no estudié periodismo. Siempre digo que la actualidad, la prensa y yo, a veces coincidimos, pero mi mentalidad no es principalmente la de una periodista. Estudié Bellas Artes, y es más la mentalidad de una creadora; más que hablar de la actualidad yo lo que quiero es hablar de cosas que no tienen ni tiempo ni fin: del día a día con las particularidades de las zonas geográficas donde me muevo. Hablar de la vida, no tanto en la noticia. Muchas veces, los sucesos de actualidad que inciden en la vida de las personas son un eje de atención para mí, pero en especial quiero hablar de los momentos extraordinarios: sus festividades, sus bodas, sus ritos de la vida, sus ritos religiosos, sus fiestas de disfrute”.

– ¿Cómo se siente al ser una referente para muchos profesionales de la fotografía y el arte?
“Ni lo pienso. Mi preocupación es a dónde puedo ir para contar cosas interesantes, dónde se dan las circunstancias para que mi trabajo sea mejor, cómo puedo salir de lo fácil, cómo puedo construir una historia con pequeñas anécdotas, que interese a todos y que nos hable de distintos aspectos del ser humano. No me preocupa si soy referente o no. Lo que sé es que tengo muchos años, que he trabajado 50 sin parar y desde la libertad, porque la mayoría de los trabajos me los he pagado yo con mi sueldo de profesora. No he podido trabajar todo lo que hubiera deseado, pero sí desde la libertad absoluta, y eso es importantísimo: la consistencia de lo que quieres contar y la dedicación que le des. Cuando empecé, mucha gente pensaba que era una jovencita que duraría dos años; que cuando me metiera en lo difícil lo iba a dejar. Y mire, cada vez me ha interesado más lo que hacía y ha sido un aliciente para continuar. Iba a un país pensando en captar un ritual determinado y al final, lo que iba a ser una foto para un trabajo determinado se convertía en un libro sobre ese país. Casi todos mis libros nacieron así”.

– Igual rehúye el término de referente, pero el de pionera no se lo puede quitar nadie.
“Bueno, ha habido fotógrafas anteriores a mí. Ya en nuestra Guerra Civil hubo fotógrafas, y en la posguerra. Lo que pasa es que quizá no pudieron tener tantos años de dedicación porque eran otros tiempos, en los que la mujer estaba mucho más relegada: se le asignaban unas labores que siempre tenían que ver con la familia, y la economía dependía del hombre. Antes no había tantas profesionales; ahora se ha ganado la independencia de la mujer. En la época que me tocó nacer arrastrábamos una posguerra muy larga y muy pobre; pocas podían hacer un trabajo en libertad, pero yo tuve la suerte de tener unos padres muy comprensivos, y después mis sueldos como profesora los dediqué al trabajo”.

– ¿Recuerda cuál fue la primera historia que contó?
“La primera vez que hice un reportaje fue en Puertollano, donde nací, por una epidemia que hubo. Murieron todos los habitantes exceptuando a 13 familias, y ellos en acción de gracias regalaron 13 vacas para que sirvieran para dar de comer a los pobres, y eso se ha mantenido hasta la actualidad. Lo lleva el Ayuntamiento, aunque hasta la fecha no había pobres; era algo donde participaba todo el pueblo, en esas ollas, en esas calderetas de carne cocinada. Era como disfrutar de la tradición. Ahora, como se está empobreciendo tanto España, no sé qué pasará. Pero era algo importante dentro de sus tradiciones y fue lo primero que fotografié; no tenía ni idea de que iba a ser fotógrafa”.

– ¿Qué cámara usaba?
“Una muy mala. La que pude comprar cuando tenía 16 años. Luego empecé a hacer fotografía creativa, cuando entré en la universidad, en Bellas Artes; fotos que imaginaba y que llevaba a la práctica. Más tarde fui a estudiar a Florencia y me dedicaba a salir a las huelgas, porque en España eran muy peligrosas, y a mí las italianas no me lo parecían. Entonces hacía mucho trabajo de campo, en la calle. Y bueno, empecé a conocer el trabajo de otros fotógrafos porque allí había buenos libros. Ya a la vuelta a España pedí una beca de la Fundación Juan March y realmente empezó todo: estudiaba la importancia de la arquitectura, el paisaje, la fiesta, las joyas, los vestidos… una visión general de España. Pero cuando conocí las fiestas me di cuenta de que debía dedicarme solo a ello, porque era salir a la calle y ver la historia, las condiciones económicas, el lugar geográfico; era verlo todo. Era muy potente y muy desconocido; un abanico de posibilidades para un fotógrafo. Y me propuse darlas a conocer antes de que cambiaran, porque todos los fotógrafos de mi generación sabíamos que éramos testigos de una España que iba a cambiar y que aquello había que fotografiarlo.”

-¿Y cumplió su sueño?
“Ya cuando terminé, en 1989, 15 años después, empecé por Europa del sur, después América, Asia, África… y ya el mundo se te queda accesible. No te da miedo marcharte a cualquier lugar porque ya llevas una dinámica. Lo que sí creo es que lo mejor es ir de menos a más; ser humilde con tu trabajo, autocrítico, esforzarte, estudiar y trabajar. A lo mejor tienes suerte y tu trabajo puede romper, pero la fotografía no es así. El mundo del arte está lleno de olvidos, y en el arte uno debe trabajar continuamente, durante toda su vida. Fíjese en los actores a los que les ha llegado el reconocimiento cuando eran muy mayores, como por ejemplo José Luis López Vázquez, Rafaela Aparicio, José Sacristán… eran secundarios hasta que dieron con un director que supo ver lo mejor de ellos. Muchas veces es que sepan ver el potencial que hay en ti”.

– ¿Su foto más perseguida?
“No lo sé. Haití, quizás, ha sido muy difícil para mí, pero al mismo tiempo me daba mucho. Era difícil geográficamente: la mayoría de las carreteras no estaban asfaltadas, no tenías hoteles, no tenías lugar donde alojarte, no tenías lugar donde dormir, no hablabas el idioma porque la gente se comunicaba sobre todo en criollo. Pero Haití me dio tanto que la quiero muchísimo, aunque es un país que a nadie le importa nada. No produce prácticamente; hay poca industria y es un país que si no llega a ser por el terremoto nadie lo ubicaba. Solo la desgracia lo puso en el foco de atención, los 300.000 y pico muertos. Me acuerdo que dieron la noticia como a las doce de la noche: Cristina, la catedral y el palacio presidencial se han caído. Y yo pensé: si se han caído el palacio presidencial y la catedral, ¿qué habrá sido de las viviendas que construían ellos con palos, plásticos y barro?”

– ¿Qué mensaje lanzaría a las generaciones de fotógrafos que ven en usted un ejemplo?
“Les diría que descubran su vocación, aquello que más aman, porque es lo que van a saber hacer mejor. Que se formen, que tengan confianza en ellos mismos, que se valoren, que confíen en ellos. Que sepan esperar luchando, trabajando y educándose. Y que resistir es vencer, porque en la vida hay que resistir, hay que creer en ti y hay que saber prescindir de cosas en función de otras. Yo tengo un compañero en Magnum que me decía: Mira, Cristina. Para comer, para vestir… cualquier cosa. Pero para trabajar, las mejores cámaras. Ahí yo no puedo ahorrar porque es mi trabajo. Y yo le decía que sentía lo mismo que él. Todo lo demás puede pasar a segundo término, pero trabajar con una mala cámara no puede ser. Recuerdo que cuando iba por ahí, iba siempre vendiendo rollos, prestando rollos, porque la gente se hacía un viaje de 600 kilómetros y se llevaba tres rollos, que si encontraba algo interesante los terminaba en poquísimo tiempo. ¡Pero por Dios! ¡Que estás dedicando tanto dinero y tanto tiempo a viajar hasta allá! Sé generoso con el material, quítatelo de otros caprichos, pero si para ti es importante tu trabajo, lo tienes que hacer dedicándole lo que haga falta”.

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