“No sé cómo lo hicimos, estábamos en un campo de batalla continua, pero no tuvimos tiempo ni de masticarlo. Todos dimos un paso adelante y dijimos: tenemos que salir de esta como sea”, responde Nieves López, jefa de sector en bares del H10 Costa Adeje, a la pregunta de cómo afrontó, junto con otros 14 compañeros, la odisea que le tocó vivir en primera línea desde el momento en que el director del hotel les comunicó, al filo de la medianoche del 25 de febrero de 2020, el confinamiento del establecimiento por orden de las autoridades sanitarias tras detectarse el primer caso de COVID-19 en Tenerife y segundo de España, después del precedente del turista alemán en La Gomera.
Nieves recuerda la “cara de asombro” de sus compañeros al recibir la noticia y la pregunta que de inmediato rondó por sus mentes: ¿qué va a pasar a partir de ahora en un hotel aislado con casi 900 turistas de 25 nacionalidades y apenas un puñado de trabajadores? Una vez encajado el golpe inicial, a cada empleado se le asignó una habitación para descansar esa noche, pero ninguno ni siquiera deshizo la cama: se ducharon y al cabo de unos minutos se personaron en Recepción.
El equipo de la resistencia lo conformaba el director del complejo hotelero, ocho empleados de bares y restaurantes, tres de recepción, dos de cocina y uno del servicio técnico. De entrada, había que limpiar un restaurante que acababa de ofrecer el servicio de cena y después preparar un buffet para 900 personas que a esa hora descansaban ajenas al sobresalto que les esperaba al salir el sol.
“Había que darles la noticia, así que durante la madrugada hicimos fotocopias con un mensaje que advertía de las restricciones sanitarias y fuimos habitación por habitación, hasta completar las más de 400, pasándolo por debajo de la puerta. Después montamos el comedor para los desayunos”, explica Nieves, que con las primeras luces del día comprobaría el desconcierto y la preocupación en el rostro de los clientes, pero también el de la incomprensión y la reivindicación.
“Tratábamos de quitarle importancia y les decíamos que les darían más información en recepción. Muchos lo entendieron, pero otros no comprendían por qué no se les permitía salir, hasta que alguien vio lo que pasaba en Internet y gritó la palabra maldita en el restaurante: ¡coronavirus! Ahí cundió el nerviosismo y de inmediato teníamos una avalancha de clientes encima pidiéndonos que les dijéramos la verdad. En ese momento nos sentimos un poco desprotegidos, pero lo peor lo pasaron los compañeros de recepción, que en esas primeras horas se vieron desbordados”.
El complejo hotelero llevaba varias horas cerrado a cal y canto, custodiado por un espectacular despliegue policial. Mientras por fuera se instalaba en tiempo récord un hospital de campaña, los casos sospechosos –empezando por los familiares y amigos del turista contagiado, un médico italiano- se aislaban en las habitaciones, donde los servicios médicos acudían periódicamente a tomar la temperatura y los empleados dejaban el desayuno, el almuerzo y la cena en la puerta.
De la noche a la mañana se congregaron frente a la fachada del establecimiento una docena de cámaras de televisión atentas a cualquier movimiento bajo las carpas sanitarias montadas en la entrada principal, en los balcones de las habitaciones o entre los empleados de refuerzo que se incorporaban.
A Ruth Jiménez, presidenta del Comité de Empresa, la noticia le cogió en su casa y un año después lo sigue recordando como una pesadilla. “Era festivo y cuando desperté vi el teléfono lleno de mensajes en los que me decían que pusiera la televisión. Cuando vi aquello me senté en la cama y no sabía qué hacer.
Me bloqueé”. Poco después reaccionó y se dirigió al establecimiento, “porque no sabía lo que estaba pasando, solo que el coronavirus, que era algo desconocido, estaba en el hotel. Me asusté al ver tanto periodista, el dispositivo que se había montado era impresionante y cuando entré sentí impotencia, había compañeros que no sabían si incorporarse o no porque primero les habían dicho que no se podía pasar y después que sí, aunque la gente que estaba dentro transmitía tranquilidad”.
Belén Tubío, camarera de bar, disfrutaba de unos días de descanso cuando se decretó el confinamiento y fue una de las que retornó a su puesto de trabajo como voluntaria. “Me dio mucha tristeza ver todo el hotel cerrado y la gente sin poder salir. En la entrada reinaba el caos, pero mis compañeros eran una piña”.
La incorporación voluntaria a los puestos de trabajo de los empleados a los que la cuarentena sorprendió fuera es una de las imágenes que recordará siempre Nieves. “No sabían a lo que se enfrentaban, a nosotros nos tocó vivirlo desde el primer minuto, nadie nos dio a elegir, nos cerraron las puertas y nos tuvimos que quedar, pero ellos decidieron voluntariamente venir, incluso, un compañero que se acababa de operar del corazón. Todos los que entraron se arriesgaron”.
Vanesa Méndez, cocinera, contextualiza el gesto de sus compañeros para realzar su acción, al recordar que “en aquel momento no se hablaba de COVID, sino de un virus que se había expandido en China y que había llegado a Italia, pero no sabíamos ni cómo se propagaba ni cómo se producían los contagios”. Ella se enteró de la noticia en su casa. “Me puse muy nerviosa pensando lo que se le venía encima a mis compañeros que estaban dentro, porque era demasiado trabajo y muy poco personal. En la cocina faltaban manos, era una locura. No quería estar en la piel de ellos en esos primeros momentos porque nadie sabía lo que iba a pasar, todo era una gran incertidumbre”.
Nieves, Belén, Ruth y Vanesa eran conscientes de que todas las miradas se dirigían al primer hotel confinado en el mundo por la COVID-19. El edificio de color teja de cuatro estrellas ubicado en La Caleta se convirtió en el gran epicentro informativo nacional e internacional. “Veíamos fuera a periodistas con carteles con números de teléfono para que los llamásemos y nos llegaban mensajes de televisiones, pero dentro no lo vivíamos así, no nos daba tiempo. Trabajamos más de 30 horas seguidas desde el cierre hasta que pudimos descansar. Ni veíamos la televisión, ni entrábamos en Internet, ni atendíamos a las redes sociales. Vivíamos en un campo de batalla”.
Nieves tampoco olvida los momentos en los que el ánimo flaqueaba en medio de tanta tensión. “Cada ratito que podíamos nos sentábamos, llorábamos, nos abrazábamos por los pasillos, había compañeros con niños en casa malitos, otros que echaban de menos a sus bebés… todos añorábamos a alguien, pero nos dio fuerza estar muy unidos. Por los pasillos nos animábamos unos a otros. Nos conjuramos: de esta salimos, repetíamos. Formamos un gran equipo y eso nos dio mucha fuerza”, explica la jefa de sector en bares, que subraya la labor de Mari Luz, la gobernanta: “Se convirtió en una madre para nosotros, se preocupó en todo momento de que no nos faltase ropa limpia ni productos de higiene”.
Pero también fueron testigos de cómo la presión le pasaba factura a algunos turistas. Belén vio una noche cómo comenzaba a llorar una clienta británica y no dudó en acercarse a ella. “Su hija me comentó que se emocionó al escuchar una canción que sonaba en ese momento en el día en que deberían terminar sus vacaciones, pero no podían marcharse y lamentaba, además, que no celebraría su cumpleaños en casa con su familia 48 horas después. De inmediato la arropamos, la hicimos reír con nuestras bromas y al final de la noche nos dijo que se encontraba mucho mejor y nos dio las gracias”.
La entrega del equipo de profesionales del hotel generaba constantes muestras de afecto por parte de los clientes en pasillos, comedores, jardines y piscinas. Ruth subraya que recibían notas de agradecimiento y que los niños colgaban dibujos de las columnas. Nieves lo corrobora con un ejemplo: “Un día estábamos recogiendo el restaurante y una niña nos entregó una caja de cartón que ella misma había hecho con forma de hucha gigante y un cartel en inglés pidiendo que nos dejaran propinas. Al final, se recaudaron casi 3.000 euros que entregamos a una asociación benéfica”. También recibieron mensajes de profesionales de diversos sectores ofreciéndose para trabajar en sus días libres.
El número total de afectados por COVID-19 fue de siete (seis ciudadanos italianos del núcleo familiar y de amistades del primer positivo) y una británica, lo que revela el acierto de la estrategia empleada para contener los contagios del equipo sanitario formado por 13 médicos, 42 enfermeros, 10 técnicos de gestión logística y 4 auxiliares administrativos a lo largo de los 14 días de aislamiento.
Belén guarda un imborrable recuerdo del último día de cuarentena. “A la medianoche, cuando acabó el confinamiento, vinieron muchos clientes al bar, se quitaron las mascarillas y las tiraron al aire todos a la vez en señal de alegría. Luego salieron a dar un paseo aplaudiendo a los sanitarios y a la Policía Nacional que montaban guardia y que respondieron con más aplausos. Fue una imagen preciosa”. Muchos de ellos calificaron a los empleados de “héroes” y aseguraron que volverían “con los ojos cerrados”. “Verlos otra vez es el mejor reconocimiento que nos pueden hacer, ahora mismo tenemos unos clientes vascos que han repetido, pero ya han venido otros”, apostilla Belén.
Para Vanesa, el compañerismo fue la gran lección de esta crisis sanitaria. “Esa actitud te hace más fuerte. Cuando ves de cerca algo tan descomunal y partes de cero, cerrar filas e ir todos a una es el único camino, te llena de orgullo”. Ruth también califica de “héroes” a los miembros de la plantilla que, sin apenas descansar, se vaciaron para atender las urgencias que se multiplicaban día tras día y subraya el apoyo diario que recibían de Sindicalistas de Base, fuerza sindical mayoritaria en la hostelería, cuyo líder, Manuel Fitas, acudió aquellos días a las puertas del hotel, intentando transmitir no solo apoyo, sino un mensaje de serenidad para mitigar los efectos de la crisis sobre el sector turístico.
“Yo no diría que pasáramos miedo”, concluye Nieves. “Es verdad que fue una experiencia muy dura, pero a la vez muy gratificante, que terminó llenándonos el alma de colores”.