conversaciones en los limoneros

Fernando López Arvelo: “Yo me enamoré de una palabra: credibilidad. Si la tienes, eres rico”

Hoy, sus cuatro hijos –un hombre y tres mujeres— controlan su gran conglomerado empresarial y Fernando, riéndose, dice: “Estoy luchando para que me suban el sueldo, pero no hay forma”
Foto: Fran Pallero
 Foto: Fran Pallero
Foto: Fran Pallero

A los cinco minutos de conversación con Fernando López Arvelo (Tacoronte, 1938) tuve la impresión de que me encontraba ante un hombre extraordinario. Y, como él publicó sus memorias, que tituló Confieso que me he divertido, consideré enseguida que no hacía falta que yo contara lo que él ya había contado. Empresario de éxito, propietario de cinco hoteles y de más de una docena de empresas de distintas actividades, el Grupo Fedola, del que es fundador y presidente de honor, no tiene socios externos. Hoy, sus cuatro hijos –un hombre y tres mujeres— controlan este gran conglomerado empresarial y Fernando, riéndose, dice: “Estoy luchando para que me suban el sueldo, pero no hay forma”. Todo empezó desde una familia muy humilde, sus padres, que un día compraron un carro y una burrita para vender papas y cebollas de Guayonge en los mercados. Fue estupendo que Fernando viniera a Los Limoneros con Cayaya, su mujer, y con su hija menor, Ana Belén, licenciada en derecho por la Universidad CEU San Pablo y abogada. Así, la entrevista quedaría más redonda; incluso a veces se adelantaban a Fernando en sus respuestas. La verdad es que Fernando López Arvelo tiene 82 años, pero parece un hombre con veinte menos. Y eso que pasó el coronavirus –y su esposa también-, pero con nota. Sin inmutarse. Me costó que accediera a ser entrevistado, pero al final todos estábamos tan a gusto que no nos levantábamos de las sillas. Es premio Taburiente de DIARIO DE AVISOS y tiene otros prestigiosos galardones en sus vitrinas.

-Fernando, me interesa mucho lo que no cuentas en tus memorias.
“Es que conté muchas cosas más, que se quedaron fuera”.

-Las leí con verdadera pasión.
“Mira, para mí es un honor que tú me hayas traído a esta sección del periódico. Mi negativa hasta ahora lo fue porque soy reacio a contar mis cosas más personales, pero me convenciste”.

-Por lo que sé, lo tuyo con Cayaya, tu mujer, ha sido una historia de amor increíble.
“Sí, ella ha sido el verdadero soporte de la familia. Mira, yo la conocí cuando le compraba cebollas a su padre, luego mi suegro, en Guayonge. Y me enamoré”.

(Entonces Cayaya me confiesa: “Era flaco, muy moreno y feo y además ¡llevaba una gorra! Pero ha sido el único hombre de mi vida y no sabes cuánto lo quiero”. Y Fernando la interrumpe: “Yo reconozco que antes de conocerte tuve algunos roces, ¡pero fue antes!”. Y Ana Belén, por si quedara duda del estatus actual –ad honorem- de su padre, añade: “Mira, tenemos un protocolo familiar de comportamiento y de gestión. Nadie le pisa el terreno a nadie. Pero aquí quien manda es mi padre porque su experiencia es muy importante y lo necesitamos”).

-¿Cuáles eran las metas de un hombre que comenzó vendiendo papas?
“Bien, te las voy a contar; me las planteé en 1993. Una, llegar a los 80 años y celebrar los 50 años de matrimonio con mi mujer y mis hijos. Ya está cumplida. Dos, que mis hijos se hicieran cargo del Grupo Fedola. Y ya lo dirigen. Tres, jubilarnos, mi mujer y yo, cuando yo cumpliera los 81 años. Lo hemos conseguido. Y cuarta, escribir mis memorias, que ya han salido a la luz en 2020. O sea, misión cumplida”.

-Pero si se te ve un pibe.
“Me encuentro muy bien, es verdad. Y hemos trabajado mucho. Lo que más cansa ha sido nuestra obsesión por hacerlo bien. Esto complica las cosas, pero aligera la conciencia. Es cierto, nunca hemos devuelto una factura, jamás hemos traicionado la palabra dada, ni una vez hemos llegado tarde a una cita y mis hijos han heredado estas cualidades que yo creo fundamentales en un buen empresario”.

(Fernando y su hermano Domingo fueron socios e inseparables durante años y años. Pero llegó un momento en el que sus hijos crecieron y estudiaron la posibilidad de separar los grupos, como así fue, hace 23 años. “Mira, a veces bastaba lanzar una moneda al aire para quedarnos con una cosa o con la otra. Domingo es mi hermano y una persona fantástica, nos seguimos llevando estupendamente, nuestras familias también y seguimos teniendo relaciones entre los dos grupos. Lo último que desligamos fue la ferretería, que se la quedó Fedola comprando la parte de él. Luego cada uno ha ido creando más empresas, claro. Pero la separación estimo que fue modélica”).

-Cuando uno crea una empresa familiar, se ha dicho siempre que el padre la crea, los hijos la disfrutan y los nietos la dilapidan. Parece que esto no va a suceder en este caso.
“No, no va a pasar. Hemos sido muy cuidadosos en eso. Además, en nuestro caso tenemos la suerte de tener unos hijos bien formados y unos yernos fantásticos. Viajamos juntos, vivimos todos en un radio de dos kilómetros. Cuando uno nos necesita allí estamos todos. Y empresarialmente están firmados los protocolos para que todo funcione como un reloj”.

(Y entonces interviene Cayaya: “¡Pero si mis yernos y mi nuera son, incluso, más buenos que mis hijos!”. Lo dice con un puntito de ternura, mirando a Ana Belén, que añade: “Y, además, quien no se porte bien no recibe el ‘tupper’ de mami, que nos hace la comida a toda la familia”. No he dicho que Fernando y Cayaya tienen seis nietos, un chico de veinte años y cinco niñas. El nieto ha recibido el Mercedes 280 SE, un coche histórico, que un día su abuelo compró, cuando las cosas le iban ya muy bien).

-Fernando, ¿tú te atreves a designar una cualidad necesaria para tener éxito en los negocios?
“Yo me enamoré de una palabra: credibilidad. Si la tienes, eres rico”.

-¿Así de rotundo?
“Así de rotundo. Y hay otras cualidades que ayudan. Cuando empecé no tenía dinero, pero sí tenía audacia, y tenía respeto, y cumplía mi palabra. Hace poco estábamos en el mercado y me senté en una de las escaleras. Cayaya me preguntó, “Fernando, ¿qué haces ahí?”. Y le contesté que en esta misma escalera, quizá en este mismo escalón, me senté yo un día, siendo niño, recuerdo que era una festividad del Cristo (supongo que del Cristo de Tacoronte, un Cristo que no tiene cruz, o quizá del Cristo de La Laguna), a contar las 320 pesetas que había ganado vendiendo papas y cebollas”.

-¿Te resignas a la jubilación después de haber luchado tanto?
“Yo voy a la oficina dos días y medio a la semana, a dar una vuelta. La mía es una jubilación rara. A los 80 años aprendí a manejar el ordenador y ahora no tengo ningún problema para conectarme”.

-Hombre, eres el chairman del grupo, Fernando.
“Sí, así lo llaman los ingleses”.

-Después de tanto negocio con los británicos, ¿aprendiste inglés?
“Lo pasé mal las primeras veces que fui al Reino Unido a comprar semillas. Luego me fui acostumbrando. Para eso están mis hijos, pero algo me entero. Fui muy feliz cuando llevé a mi padre a Inglaterra. Todo eso lo cuento en mis memorias; y también mi luna de miel”.

-Que aprovechaste para cobrar una factura pendiente en Galicia, creo.
“Era un proveedor que se había retrasado. El hombre cuando me vio se quedó sorprendido, me pidió disculpas y me dio el cheque. Había que aprovechar, como tú dices. Yo estaba de viaje de novios en el Fiat 1500, que en aquella época era un coche muy rápido”.

(Victoria, la hija mayor, es licenciada en Empresariales y ahora imparte también clases, además de gerenciar empresas del grupo; Fernando jr. es informático; Mónica es también licenciada en Empresariales; y ya he dicho que Ana Belén es abogada. Los nietos en edad universitaria cursan diversos estudios superiores y los pequeños van al colegio. Los yernos y la nuera están unos integrados en el grupo y otros tienen sus propias actividades. Para este matrimonio de luchadores, la familia es sagrada).
“No sé si voy a parecer reiterativo, pero hemos tenido mucha suerte. La familia es nuestra grandeza, nuestro mayor gozo. Mira, por ejemplo, yo los domingos, todos, voy a misa con mi mujer y a jugar al envite con mis cuñados. Y disfruto un montón. Y hablamos, y recordamos cosas. Mi mejor negocio ha sido mi mujer, Cayaya. Confieso públicamente mi amor por ella. Y después vino todo lo demás. Cuando yo me casé tenía 30 años y ella 23”.

(Y ella indica: “Estoy orgullosa de mi marido y de mis hijos. Aunque a veces lo intento, ¡no puedo pelearme con ellos!”).

-Fernando, ¿cómo ves la economía de Canarias en este momento? ¿Lo están ustedes pasando mal como grupo empresarial?
“Nosotros teníamos las espaldas muy anchas y ahora las tenemos un poco más estrechas. Resistimos bien, pero nos está costando muchísimo dinero. Ojalá las vacunas cumplan las expectativas y pronto podamos abrir los hoteles, levantar los ERTE y seguir adelante. No está siendo fácil. El grupo tiene en ERTE a dos tercios de nuestros trabajadores, que son muchos. Me da una inmensa pena de los empresarios, de los trabajadores y de la gente en general, que está sufriendo esta espantosa pandemia”.

-¿Crees en las ayudas europeas?
“Van a ser insuficientes. No darán ni para empezar pero espero que las distribuyan correctamente”.

-También pasaste la crisis de 2008.
“Sí, y con el proyecto de un hotel redactado, con el terreno comprado y sin recursos para acometerlo. En cierta forma, esa crisis nos benefició, en el sentido de que logramos alargar las cosas, que luego pudimos solucionar. Fueron tiempos de mucha dificultad”.

-Una pregunta obligatoria. O no. ¿Qué opinas de nuestros políticos?
“Hay de todo. Mira, te voy a citar a tres. Fuimos a ver a Bermúdez al Cabildo, en su día, y no nos dio esperanzas de poder superar la moratoria turística en vigor, para construir un hotel. Nos recibió con una especie de mala cara, pero enseguida vio nuestra actitud, firme pero correcta, y cambió. Luego fuimos superando todas las dificultades y logramos soluciones legales, que cumplimos y resolvimos. También tengo buenos recuerdos de Adán Martín (q.e.p.d.) y de Paulino Rivero”.

-¿Y de los bancos, qué opinas de los bancos?
“Hemos tenido buenas relaciones con ellos, en todas las épocas. A veces nos hemos enfrentado, no creas. Todavía se escuchan los gritos míos en el despacho de Andújar, el director del Banco Santander, por cambiarme unas cláusulas pactadas. Pero don Emilio Botín nos invitó a Cayaya y a mí a la junta de accionistas –yo lo soy— y nos atendió divinamente en Santander. Ahora trabajamos con el Sabadell como banco de referencia, pero también con otros, como el propio Santander. Estamos satisfechos con la relación. Guardo un buen recuerdo de Luis Rodríguez, aquel director de esta última entidad, que tantas facilidades nos dio en una época determinada. No sé qué ha sido de él”.

(Le he prometido a Fernando un regalo que me hizo en su día Luis Rodríguez, que fue gran amigo mío. Quiero que lo conserve él. Mañana se lo dejaré en Los Limoneros. No he dicho que el Grupo Fedola, además de en el turístico, mantiene empresas en los sectores de los seguros, la ferretería, la venta de embarcaciones de recreo, es mayorista en el ámbito empresarial de la papelería, la venta y distribución de uniformes y vestuario de hostelería, la construcción y, naturalmente, en los productos del campo, con fincas para el cultivo de la uva que posibilita los mejores vinos canarios, etcétera. Un conglomerado de actividades que honra a un grupo canario, tinerfeño, creado a partir de una burrita y un modesto carro de reparto. Parece un cuento de hadas, pero no lo es. Cayaya pone el punto final).

“Intentamos, mi esposo y yo, ser felices y hacer feliz a nuestra familia. Yo dejo mis obligaciones en mi casa para atenderlos a ellos, a mis hijas, a mis yernos y a mis nietos. Ellos son los primeros en las vidas de Fernando y mía”.

-¿Ana, quieres decirle algo a tus padres?
“Nuestra gratitud hacia ellos. Mira, nosotros lo que hemos hecho es apropiarnos de su ejemplo, imitarlos; hemos llevado a las personas de cada uno de sus hijos sus enseñanzas. Y así nos irá muy bien siempre”.

(Es el mejor epílogo de la entrevista. Les dije que estábamos ante un hombre extraordinario, pero quiero meter en el paquete a la familia entera. Un ejemplo. Igual que en las memorias, se han quedado muchas cosas en el tintero. Y es que no hay páginas suficientes para resumir una vida de trabajo, de amor, de honradez y de éxito).

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