
Carlos Goñi se reencuentra al fin esta tarde de sábado con el público tinerfeño. El Teatro Leal de La Laguna será el escenario donde, a partir de las 19.00 horas, el músico madrileño -o si se prefiere, Revólver, tanto da- ofrecerá un concierto de carácter íntimo. Desde que comenzara Revólver, 30 años, la gira que plantea una mirada y una reflexión hacia una intensa trayectoria musical y personal, han pasado muchas cosas. La más evidente, el cambio de nombre de los conciertos, que ahora forman parte del Apolo Tour. Y, sin duda, la más determinante, una pandemia que aún nos tiene descolocados. De todo ello, pero, más que nada, de su pasión por la música, conversa Carlos Goñi en esta entrevista con DIARIO DE AVISOS.
-¿Cómo está viviendo este tiempo tan extraño que nos ha cambiado la vida a todos?
“Primero con incredulidad, porque nunca pensé que algún día íbamos a pasar por algo así. No obstante, vivo en un pueblo a 90 kilómetros de Madrid, en la Sierra. Es muy pequeño, de apenas 120 habitantes, y la vida y las cosas funcionan de otro modo. Todo se ve un poco desde la lejanía, tanta como la que hay con los Starbucks y los centros comerciales. Es una vida que transcurre de una manera muy tranquila”.
-Dar un concierto se ha convertido en una especie de acto de resistencia, ¿qué significa para usted reunirse con el público en un tiempo de tantas restricciones?
“Desde el principio me negué a llamar a esto nueva normalidad, porque es justo lo contrario, una completa anormalidad. Así que un concierto es un acto de resistencia, ya lo creo. La música es mi oficio y disiento de compañeros de profesión que incluyen esta actividad en el mundo de la cultura. No, yo me dedico a entretener y cuando me dejan actuar, actúo. Estas ventanitas que se abren poco a poco me permiten hacer lo que me gusta. Y estoy feliz por poder seguir adelante”.
-¿Cómo nos invitaría a acudir hoy al Teatro Leal? ¿Qué se encontrarán quienes asistan?
“Tocar en Canarias es algo que hago desde hace cerca de 30 años. Siempre son cinco o seis encuentros anuales. Es casi una obligación. Con lo cual, lo único que le diría a todos es que tengo muchas ganas de que nos volvamos a ver las caras, aunque sea con mascarilla. Ir a las Islas es un regalo”.
-¿Cuáles son las principales diferencias entre dar un concierto íntimo, casi en solitario, y hacerlo con una banda en un gran recinto?
“Esto lo llevo haciendo desde 1996: una gira en verano con toda la banda y luego, cuando empieza octubre, actuaciones en teatros. Es una fórmula que he cuidado muchísimo porque me fascina: siento una absoluta necesidad de coger la guitarra y estar prácticamente yo solo encima de un escenario. Da un poco de vértigo, porque no tienes a nadie a quien echarle la culpa cuando algo sale mal, pero también es gratificante conseguir llegar al corazón con la mínima expresión, o a lo mejor con la máxima, la voz. Para mí es inconcebible limitarme a hacer solo giras eléctricas con banda”.
-La gira Revólver, 30 años se llama ahora Apolo Tour. Apolo es dios de las artes, pero también de la curación. ¿Qué papel desempeña la música, el arte, en una época tan difícil como la actual?
“Hubiera sonado raro llamarla Revólver, 31 años [ríe]. El papel es el mismo. Durante mucho tiempo me planteé la pregunta: ¿y yo qué aporto? Un mecánico arregla cosas, un carpintero las construye y cada uno en la sociedad ofrece lo suyo. No hace tanto que descubrí que los músicos nos dedicamos a entretener. Es maravilloso darle a la gente algo que puede hacerle la vida más agradable”.
-¿Esta época tan rara ha cambiado su faceta creativa o sus hábitos continúan siendo los mismos?
“Con la pandemia he tenido una relación un poco particular. Así como muchos colegas se han dedicado a componer, en mi caso no ha sido así. Hace unos años mi vida dio un vuelco y decidí meterme en la cueva, con la guitarra, practicando 12 o 14 horas diarias, como la mejor terapia que hallé. Pero ahora, durante la pandemia, he hecho lo contrario. Primero, porque no quise escribir ni una sola línea para que el bicho no se colase en las canciones, y luego también porque tenía tanto material escrito que me permití el lujo de dedicar mi tiempo a cuidarme, algo que nunca antes había hecho. Así que me dediqué a otros menesteres, como mínimo, igual de importantes”.
-¿Cómo suele ser el trabajo de composición? ¿Es una labor meticulosa, de prueba y ensayo hasta que todo está perfecto o más bien todo sale de una manera más natural y cada tema evoluciona según lo va interpretando?
“No creo en la naturalidad a la hora de componer. De ser así, todo se quedaría en bocetos. En mi caso tiene más que ver con lo que hace un escritor o incluso un pintor cuando dedica mucho tiempo a hacer los bosquejos a lápiz o a carboncillo, para que luego, al final, la obra tome el relieve que busca. Tengo muchísimas notas y hay un momento en el que las vuelco encima de la mesa y me voy dando cuenta de qué merece la pena y qué no. Y a partir de ahí me pongo a trabajar. A veces eso llega a buen término y a veces no. Acaba en el cubo de la basura o se queda en el cajón de sastre, donde quizás hay una sucesión de acordes o una buena melodía que no hallaba acomodo y de repente lo encuentra. Es algo que me ocupa muchas horas de trabajo”.
-¿En qué nuevos proyectos anda o qué nuevos territorios le gustaría visitar con su música?
“Muchísimos. Tengo una idea aproximada de cómo quiero que sea el próximo álbum, pero aún necesito contemplarlo con más calma. Es muy sencillo: la música me interesa toda, desde el principio hasta el final y venga de donde venga. Lo que hoy pienso que haré mañana, quizás mañana haga lo opuesto, porque me encanta llevarme la contraria. Así que no me atrevo a decir por dónde voy caminar en el futuro. Lo único que no cambia es la pasión desmedida por la música”.