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Luis Balbuena, exconsejero de Educación: “Nuestro Gobierno tuvo una lucha sin cuartel contra la desigualdad, no fue una cosa de boquilla”

38 años después de la formación del primer Ejecutivo de la autonomía, charlamos con uno de sus miembros, que todavía es recordado como gran impulsor de la escuela pública canaria
Fran Pallero

Desde hace años, a Luis Balbuena, catedrático jubilado de Matemáticas en Educación Secundaria y Bachillerato, se le llama, sobre todo, para preguntarle por su inmensa labor de divulgación en esta materia de la que ha sido un magnífico profesor durante décadas y que ha difundido también a través de la Sociedad Canaria ‘Isaac Newton’, entre otras organizaciones de las que ha formado parte en España e Iberoamérica. Pero mucha gente también recuerda que Balbuena estuvo en primera línea de la política como consejero de Educación del primer Gobierno de la autonomía canaria, presidido por el socialista Jerónimo Saavedra, de 1983 a 1987. Entonces estaba casi todo por hacer, y Balbuena y su equipo se dejaron el alma construyendo los sólidos pilares de una escuela pública canaria.


-Siempre que se habla de personas claves en la educación pública de Canarias, sale el nombre de Luis Balbuena…¿qué le genera?

“Hombre, pues satisfacción. Porque hace casi cuarenta años. Aquel fue un esfuerzo muy grande, político y personal. Y claro, eso se ve compensado. Fueron cuatro años intensísimos, quizá los más intensos de mi vida. Los pocos minutos que me quedaban los dedicaba a la familia”.

-¿Cómo llegó al cargo?

“Yo había sido director Territorial del Ministerio de Educación desde marzo de 1983. Cuando ya se preveía la victoria socialista en las elecciones generales de octubre de 1982, me preguntaron si estaba dispuesto a colaborar, aunque yo, que comparto los objetivos del PSOE, nunca he sido militante. Pero necesitaban a gente para asumir puestos porque ellos no tenían cuadros suficientes. Llevaban más de 40 años sin gobernar [con una dictadura en medio], era lo lógico. Yo les dije que sí, pero siempre que me ofrecieran algo de lo que yo supiera. Y Eligio Hernández, que era ya gobernador civil, me llamó para ofrecerme la Dirección Territorial. Pero cuando el PSOE ganó las elecciones autonómicas de 1983, fue Jerónimo [Saavedra] quien se puso en contacto conmigo. Y a nosotros nos ha unido siempre una sincera amistad”.

-Y le dijo que aceptaba el cargo de consejero…

“Con dos condiciones: una, que si yo no notaba que aquello me quedaba grande, me dejara ir y no intentara disuadirme. Y la segunda, que me permitiera elegir al equipo. Siempre procuré trabajar con gente que sabía que respondería. El mérito de aquella Consejería no es exclusivamente personal, es de un conjunto de personas que se entregaron con tanta intensidad o más que la mía, como Ramón Álvarez Braun, ya fallecido, José Carlos Guerra, Manolo Torres Stinga o Emilio Mayoral, que luego fue alcalde de Las Palmas. Como decía un amigo, nosotros recibimos un huevo chino: muy bonito por fuera pero vacío por dentro”.

-¿Y cómo lo llenaron de contenido?

“Fue un trabajo muy intenso donde la enseñanza pública pasó de temperaturas bajo cero a temperaturas sobre cero y relativamente altas. Quizá, en esa entrega, influyó que estuviéramos en una democracia recién nacida y en una autonomía que quería demostrar que servía para algo. Yo recuerdo ir a Las Palmas en el Jet Foil que salía a las siete de la mañana para asistir al Consejo de Gobierno y pasarme antes por la dirección general a donde había ido a buscar un expediente de un colegio en el que habían estado trabajando en la consejería toda la noche. Todo para que ese colegio saliera aprobado en aquel Consejo de Gobierno. Creo que una de las cosas que nos unía era ser partícipes de lo que podía ser el espíritu socialista. Con un programa de lucha contra la desigualdad, pero sin cuartel, no una lucha de boquilla o una ayudita por aquí, no, no, no, lucha sin cuartel contra las desigualdades. Porque, en aquellos momentos, la situación era realmente espeluznante”.

-¿En qué sentido?

“Por un lado, estaban las personas que, por razones muy variadas, no habían podido estudiar. Gente que venía de estratos humildes a quienes la dictadura nunca les ayudó. Entonces hicimos campañas de alfabetización con la ayuda de los ayuntamientos. También intentamos dotar de medios y profesores especialistas a las escuelas rurales, que estaban en una situación de abandono. Eso tenía que ser un tema prioritario si queríamos impulsar un cambio. Y quizá el más agudo y difícil de resolver era el de la mala escolarización, porque era el que más inversión exigía. Y a larga, lo pudimos resolver gracias al apoyo de Jerónimo. Canarias tuvo la suerte enorme de tener un presidente como él. Porque era muy sensible a estos temas, siempre ha sido una persona preocupada por el tema educativo y cultural, por la promoción de las personas”.

-¿Y en el resto del Gobierno?

“Era un tema prioritario. Es verdad que yo fui el que diseñó y presentó todos esos proyectos al Consejo de Gobierno, pero nunca hubo la más mínima pega para sacarlos adelante. No sé si otros Ejecutivos con otra mentalidad lo habrían hecho, pero nosotros lo tuvimos claro desde que llegamos. Y hubo muchos elementos en los que esa lucha contra la desigualdad quedó manifiesta. Por ejemplo, en el programa de educación compensatoria [que, según el BOC de aquella época, pretendía “paliar las dificultades que inciden en el normal desarrollo escolar de alumnos que viven situaciones de desigualdad”], que fue interesantísimo y al que dedicamos bastantes medios, con personas muy entregadas. Y yo creo que todo eso llegó a calar en el profesorado. Y en muchas AMPAS, que estaban reivindicando su papel. Incluso pusimos en marcha un proyecto de embellecimiento de los colegios. Recuerdo una frase de Ramón Álvarez: ‘Hemos conseguido que, en los pueblos, el edificio más bonito ya no sea la iglesia sino la escuela’. Imagínese la satisfacción”.

-Esas transferencias educativas se hicieron sin fondos adicionales del Estado para compensar los enormes problemas estructurales de la educación. Y eso se lo criticaron…

“Sí, algunos sectores del STEC, no todos. Y yo mismo entendía que tenían razón, uno no es tonto. Pero eso hubiese supuesto, probablemente, retrasar la transferencia en educación uno o dos años más por cuatro perras. Y Jerónimo y yo lo vimos claro: ‘O empezamos ya o, en los cuatro años que tenemos por delante, no conseguimos nada’. La filosofía era: se transfiere lo que hay. Ya encontraremos los recursos: no podían seguir esperando aquellos niños mal escolarizados en colegios con triples turnos, eso había que erradicarlo. No podía ser que, en un entorno de un kilómetro cuadrado hubiese dos colegios concertados o privados y dos públicos, y que los públicos fueran los hermanos pobres. Ya luego el Ministerio, un tiempo después, incluyó un dinero finalista en los Presupuesto Generales del Estado para la educación preescolar, que estaba totalmente al pairo en aquel momento. Lo curioso es que los que me pusieron a caer de un burro, cuando llegaron a estructuras de Gobierno e hicieron transferencias a los cabildos, decían: ¡Se transfiere lo que hay”.

-¿No falta pasión política hoy en día por mejorar la educación?

“Yo veo con pena que algunos partidos, quizá todos, utilizan a la educación pública en las campañas electorales como un tema para atraer votos. Pero cuando llegan al poder, se olvidan. Y ahí hay un tema importante, que es el pacto por la educación. Mientras no tengamos uno, esto va a seguir en el pim-pam-pum. Las leyes educativas que llevamos, nada más y nada menos que ocho, nacen con la caducidad programada, que es lo que tarda el partido contrario en volver al poder. Lo triste es que estuvo a punto de conseguirse en la época de Gabilondo de ministro. Unos señores y señoras que podían haber pasado a la historia como los grandes héroes de la educación y, probablemente, del avance del país, han quedado como auténticos villanos. Simplemente porque venían unas elecciones, y cómo iban a darle el pacto escolar a esos del PSOE que estaban en horas bajas…”

-¿Y la izquierda no ha renunciado a la batalla cultural de defender que la educación es fundamental para esos barrios donde la pobreza se repite generacionalmente?

“Yo también he pensado en esos temas y creo que la guardia se ha bajado un poco. Pero claro, te hablan de la educación y la formación y luego te encuentras con esa televisión que tanto influye, y donde el éxito fácil parece que está esperando a la puerta de casa, sin necesidad de estudios. Es una cosa colectiva, no es individual. La televisión no engrandece el conocimiento y el mundo del saber. Ahora que la pandemia ha mostrado la importancia de la ciencia, alguien podría hacer una serie sobre un científico que logra avances importantes para la humanidad. Pero no… Y esas cosas influyen. Eso de la formación y la titulación, de prepararse para ser competitivos en el mundo, parece que ha quedado en segundo plano”.

-Mire, ¿y no cree que se ha cronificado la concertación con la privada? El objetivo debería ser que la red pública fuera capaz de cubrir las necesidades educativas…

“Ese es un tema que nos cogió muy de lleno en la época de la Consejería por eso que le decía de la mala escolarización. No había más remedio que concertar con centros que no eran de titularidad pública para que los niños estuvieran bien atendidos. A mí no me parece mal que la red concertada siga existiendo siempre y cuando la red pública no sea capaz de cubrir las necesidades de escolarización. Pero yo creo que esto se ha pervertido un poco. Todas las familias no están en disposición de ir a un colegio concertado porque hay una serie de pagos por la puerta de atrás -que si el comedor, que si actividades de no sé qué- que muchas familias no se pueden permitir. Y si la red concertada se paga con fondos públicos, cualquier ciudadano, de cualquier condición, tiene que poder tener acceso a esos colegios. En muchos casos, no es que los padres tengan derecho a elegir el centro, como se dice a veces, sino que los centros eligen al alumnado. Una posibilidad también sería que la red pública adquiriera esos colegios concertados. Pero claro, ahí detrás se mueven muchos intereses”.

-Después de un tiempo en primera línea, dejó la política…

“Yo tenía claro que tenía que ser algo transitorio, también por razones personales. Y me propuse estar ocho años y exprimirme como un limón. Después del Gobierno, los otros cuatro años los completé de concejal en la época en la que Pepe Segura fue alcalde de La Laguna. Fueron dos años, y otros dos en la oposición cuando nos hicieron la moción de censura. Tuve ofertas, algunas tentadoras, de volver a la política, pero no las acepté”.

-¿Y cómo fueron esos años de concejal?

“Era un trabajo completamente distinto. Yo a veces decía que cambiaba una semana de consejero por media hora de concejal. Era pasar de trabajar con un equipo amplio a estar solo, a pecho descubierto. A mí me tocó, como concejal delegado, la zona de Valle Guerra, que era un lugar donde ATI ganaba de una manera abrumadora. Y tuve que hacer una reconquista tipo Don Pelayo. Y dar a entender que yo no iba allí a proteger a los míos sino a ayudar a la gente. Cuando me venían a contar algo, yo no les preguntaba jamás a quién habían votado. Jamás. E intentaba resolverles el problema. Y entonces, las personas cambiaban de actitud. Alguno me llegó a decir: “¿Y usted no se presenta a las próximas elecciones? Preséntese, que aquí, en Valle Guerra, lo va a votar todo el mundo.”

-La izquierda fue fundamental en el nacimiento de la autonomía canaria, ¿no le perturba que algunos que venían de UCD, mucho más reticentes, y luego han formado parte de CC consiguieran patrimonializar en parte el discurso del autonomismo y la canariedad?

“Yo pienso que en Canarias se da una situación que no se da en otros muchos sitios, que es el insularismo. Eso está muy arraigado en Canarias. Parece que eres más canario cuanto más insularista seas. A mí, me hace gracia lo de la voz de Canarias en Madrid. Y los demás, ¿qué pasa? ¿de dónde somos? A ver quién ha hecho más por Canarias, lo discutimos cuando quieran. El programa que tuvimos en nuestra consejería fue totalmente autonomista y de izquierdas. Luchamos contra el elemento clave de la injusticia social, que es la desigualdad. Y era un partido de corte nacional. Lo que pasa es que el insularismo es un sentimiento que está muy arraigado. Con ese folklorismo de ‘lo nuestro’. Pero la cultura es algo mucho más amplio. ¿Por qué no se han hecho más programas de apoyo a la creación artística? ¿O por qué no se impulsan más iniciativas para llevar la cultura a los pueblos y barrios? Ahora tenemos un Gobierno que podría hacerlo. Y yo, que no estoy metido en ese mundo, me pregunto: ¿lo está haciendo?

-En plan ‘La Barraca’ lorquiana… Yo tengo un cuñado que se dedica al teatro y dice: ‘No me des dinero para llevar esta obra a Madrid, ábreme los teatros de los pueblos’…

“Ese es mi hombre. Esa es la política que yo creo que habría que hacer. Hay que dejarse de tanta floritura y fuego artificial e ir a lo profundo. Pero claro, se necesitan recursos, incentivar a la gente para que vaya. Eso eleva el nivel cultural a medio y largo plazo, hay precedentes que lo demuestran. El problema es que lo que da votos es lo que se hace de forma inmediata. Pero una labor en educación, en sanidad, que requiere tiempo… Imagínese un campaña cultural de ese tipo que se mantenga durante cuatro o seis años. Claro que se eleva el nivel cultural, cómo que no”.

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