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Lorenzo Silva: “En los comuneros de Castilla está la semilla del republicanismo español, por eso su historia fue ensombrecida”

El escritor madrileño presenta este martes en el Centro Cultural El Sauzal su novela más reciente, 'Castellano'
Lorenzo Silva acaba de publicar ‘Castellano’, que presenta este martes en El Sauzal. / Carlos Ruiz

En su nueva novela, Castellano (Destino, 2021), Lorenzo Silva (Madrid, 1966) se adentra en un episodio de la historia de España que ha sido interpretado y reinterpretado en función del relator y de la corriente política imperante en cada momento: la rebelión de las Comunidades de Castilla contra el emperador Carlos V. Castellano no es un libro de historia, sino una creación literaria, pero quizás precisamente por eso, por la voluntad de dar voz a unos y a otros, refleja de una manera más amplia y plural lo sucedido entre 1520 y 1522. Lorenzo Silva presenta este martes su libro en el Centro Cultural El Sauzal (19.30 horas), en un encuentro organizado por la Librería El Barco de Papel.

-Si estamos de acuerdo en que la novela negra nos puede ofrecer, entre otras cosas, una fotografía del momento actual de un país, ¿qué función cumpliría la novela histórica?

“Hay muchas maneras de plantearse la novela histórica y muchos lectores de novela histórica. Hay un lector que busca entretenimiento, acercarse a un lugar exótico o a una época diferente a la suya, para evadirse de la realidad cotidiana. Pero también hay uno que busca claves sobre el presente. En qué medida las cosas que sucedieron nos dicen algo sobre las que suceden. Uno de los autores a los que he leído durante la preparación de este libro, José Antonio Maravall, afirma que lo que nos importa de la Historia es lo que son hoy las cosas que fueron”.

-Pero Castellano no es exactamente una novela histórica. ¿Cómo se planteó la escritura de este libro sobre los comuneros y la Batalla de Villalar, de la que ahora se cumplen cinco siglos?

“Para mí es una novela histórica, pero no una novela histórica al uso. Intento ofrecer una narración literaria y trasladar al lector de manera transparente el ejercicio de interpretación que cualquier novelista desarrolla a propósito de unos hechos históricos. Un novelista nunca es un narrador objetivo, aunque recurra a una tercera persona que pretenda serlo. Digamos que he preferido plantearle una narración literaria de carácter histórico en la que se ve de dónde viene ese relato, qué se intenta extraer y cuáles son las conjeturas e interpretaciones del autor. ¿Y por qué viajar a este episodio? Porque me parece relevante en un doble sentido: como un hecho quizás no suficientemente conocido de la Historia de España que ha influido en el devenir de los españoles y porque experimenté una conexión personal. Con personajes de los dos bandos que tenían en común, defendieran la causa del emperador o se hubieran sublevado contra él, ese carácter castellano que me interpelaba, pues tengo ascendencia castellana por parte materna”.

“Hay un lector de novela histórica que busca claves sobre el presente; en qué medida las cosas que sucedieron nos dicen algo sobre las que suceden”

-La revuelta en Castilla contra el emperador Carlos V es una de las claves para entender cómo se construyó España, la idea de España. Sin embargo, como apunta, ha quedado oculta.

“Tras haberlos considerado poco menos que unos revoltosos intolerantes y nostálgicos del Medievo, en el siglo XIX se exaltó bastante a los comuneros. Ahí están ese famoso cuadro [Ejecución de los comuneros de Castilla (1860), de Antonio Gisbert] o las calles de Madrid dedicadas a su memoria. Pero después, en la Restauración [1874-1931], se dio una corriente contraria que les restó importancia. En la Segunda República hubo de nuevo una reivindicación, que hizo, entre otros, Manuel Azaña, pero la República fue bastante efímera y a partir de ahí se impuso una Historia de España alineada con la visión imperial de Carlos V. Eso hizo que los comuneros volvieran a caer en el olvido. Lo que yo estudié en el colegio fue que Carlos V vino a España y se encontró con una china en el zapato, los castellanos, a los que se quitó de en medio y prosiguió con su gran empresa, el imperio. Por ese relato simplificado y por no querer ahondar en un movimiento en el que está la semilla del liberalismo y del republicanismo español, así como por la exaltación de la figura de Carlos V, la historia de los comuneros quedó ensombrecida hasta hoy. Por ejemplo, hay una serie de televisión, Carlos, rey emperador, centrada en Carlos V, que despacha la rebelión de los comuneros como un acontecimiento marginal, cuando estuvo a punto de costarle el reino”.

-Hoy se habla mucho de la cuestión identitaria y de agravios históricos. En esa lectura, Castilla aparece como la generadora de estas ofensas…

“Siempre que escucho ese argumento me pregunto, y permítame la ironía, ¿dónde se lo ha llevado Castilla? Si vas a los pueblos de Burgos, de Soria, de Palencia…, ¿dónde está todo eso que Castilla le ha quitado a otras regiones? Tras la revolución de los comuneros, reprimida con dureza, Castilla quedó maltrecha. Y a partir de ahí se fue deshaciendo, primero en el imperio y luego en el conjunto de España, sin que quienes han encarnado el poder la tuvieran en cuenta. Castilla no ha sido destinataria, con excepciones, de grandes inversiones públicas; no ha sido una voz que sonara ni se escuchara mucho en el mostrador de las reclamaciones que es Madrid. Y es verdad que Madrid era una ciudad castellana, pero ahora es otra cosa: la capital, el centro de poder, donde no hay ni madrileños ni castellanos, sino un totum revolutum. Madrid hoy no tiene una personalidad castellana”.

-Cinco siglos más tarde, ¿ha sido la España de las autonomías el mejor modelo de los posibles?

“No lo sé. Fue un parche muy inteligente. Pero, como todo parche, no estaba destinado a durar. Sí merece una reflexión analizar en qué medida las decisiones de entonces han conducido a algunos desequilibrios. Nuestro ensamblaje territorial no goza de buena salud. Tenemos alguna que otra crisis importante, y no solo la que llama hoy más la atención. Se pueden apreciar otros zurcidos mejorables. Pero, bueno, si queremos revisar esto, lo deberíamos hacer entre todos, con ánimo solidario y constructivo, que fue como se hizo, con sus errores, el diseño de 1978”.

“Cuando escucho el argumento de los agravios históricos, me pregunto: ¿dónde está lo que Castilla le quitó a otras regiones?”

-Desde un punto de vista histórico, ¿cómo observa Lorenzo Silva el conflicto en Cataluña?

“Es un conflicto muy antiguo, en el que una y otra vez emergen fuerzas que no tienen vigor suficiente para ganar la partida. El impulso inclusivo de Cataluña en España no ha sofocado el movimiento identitario catalán, pero tampoco este ha tenido la fuerza para plantear un proyecto alternativo. Ese empate perpetuo en el que llevamos siglos invita a una reflexión más profunda: reconocer una diferencia, que será difícil que deje de estar ahí, y, por otro lado, asumir que la solución no es tan sencilla en una comunidad que teniendo una personalidad tan marcada, también está muy imbricada en la realidad española”.

-Volvamos a la literatura. ¿Es más compleja, plantea más límites, la construcción de unos personajes que existieron frente a crearlos desde la imaginación?

“Exige más trabajo. El esfuerzo de fabulación está ahí, pero cuando tienes unos personajes reales y quieres hacerlos literarios para que sean atractivos, y a la vez estás limitado por unos hechos y por el testimonio siempre parcial que posees de ellos, te enfrentas a una dificultad adicional. En este caso, hay personajes de los que existe mucha documentación, incluso largos textos que escribieron y que nos dan una medida de su personalidad, como Juan de Padilla o el almirante de Castilla. Pero de otros, como Francisco Maldonado, quedó un testimonio mucho menor. En el personaje real se acumulan las tareas: tratar de darle forma literaria, documentar lo que escribes y buscar la manera de hacerlo”.

“Si queremos revisar el ensamblaje territorial, debería hacerse con ánimo solidario y constructivo, como se diseñó, con sus errores, en 1978″

-¿Cómo fue ese proceso de documentación? ¿Halló alguna sorpresa frente al plan inicial?

“Me encontré con algún personaje que me sorprendió y con un conflicto más complejo e interesante de lo que parecía a primera vista. Me llamó la atención, por ejemplo, que aunque el conflicto fue muy enconado y tuvo episodios de violencia y hasta de violencia extrema, no había una divergencia descomunal en la visión del mundo de unos y otros. Un personaje muy interesante, y del que tenía poca noticia antes de investigar sobre él, es el almirante de Castilla, Fadrique Enríquez. Era uno de los virreyes que dejó Carlos V para que le sofocasen la revuelta. Pues bien, en sus cartas expresa, y a veces incluso a su propio señor, en qué medida las reivindicaciones de los comuneros son justas y en qué medida el gobierno imperial ha cometido graves errores”.

“Creían que un rey solo tiene sentido si sirve al reino y no se sirve de él; les costó la cabeza, pero su doctrina triunfó”

-Supongo que uno de los riesgos al abordar un relato de este tipo es crear una historia de buenos y malos. ¿Cómo se elude el maniqueísmo?

“Es fácil siempre que uno se acerque a la realidad de las cosas y disponga de la documentación suficiente, que aquí, por fortuna, la tenemos. Hay documentos que prueban que en muchos aspectos los servidores del emperador fueron brutales, despóticos y soliviantaron al pueblo con acciones injustificables, pero también tenemos pruebas de que los revolucionarios cometieron abusos y tropelías. Había personas entre quienes abrazaron el partido del emperador que se movían por intereses personales, pero no dejaba de haberlas tampoco en el bando de los comuneros. Creo que la causa más justa era la de las comunidades, porque lo que ellos postulaban, que un monarca solo tiene sentido si sirve al reino y no si se sirve de él, fue la doctrina que triunfó. No en ese momento, porque ganó el absolutismo y les costó la cabeza, pero la Historia acabó decantando que esa era la idea más sensata”.

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