día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer

Camila, víctima de trata en Tenerife: “Te hacen sentir como el cubo de basura de la sociedad”

Tenía 14 años cuando sus captores le vendaron los ojos y la privaron de usar su nombre, por eso, hoy alza la voz para hacer visibles a las que todavía sufren la lacra del tráfico de personas con fines de explotación sexual
Camila es hoy una mujer liberada de las redes de trata y del peor machismo de la sociedad; logró salir de la prostitución y ahora trabaja como limpiadora. Asegura que por primera vez está conociendo el mundo tal y como cualquier persona lo ve. / FRAN PALLERO

Tenía catorce años cuando la enfermedad golpeó a mi familia en Brasil. Mi hermano pequeño había muerto y el estado de salud de mi madre empeoraba cada día. En casa dejó de entrar dinero y pronto esa situación llegó a los oídos de algunos hombres, que acudieron con falsas promesas de un futuro mejor para mí como niñera en el extranjero. Lo que no contaron a mis abuelos es que me llevarían a varios países con un carné de otra persona, que me vendarían los ojos para que no supiera a qué ciudades o lugares iba y que me obligarían a acostarme con cualquiera para pagar una deuda que ellos mismos crearon.

Esta es la historia de Camila Ferreiro. Por falta de costumbre, aún no usa su nombre real, sino el que le pusieron sus captores. Hace poco que tomó conciencia de que ha sido víctima de trata con fines de explotación sexual gracias a una charla de la oenegé Médicos del Mundo. Su vida ha estado marcada por esta lacra machista durante más de treinta años, pasando por Chile, México y varios países de Europa. Llegó a Tenerife cuando ya era una mujer madura y dejó de ser de interés para los traficantes, para acabar siendo prostituida en la calle. Hoy, 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, Camila alza la voz para denunciar su sufrimiento, “que es el de miles de mujer en el mundo”.

Entre la trata y la prostitución: más de treinta años de violencia

“¿Que cómo son los hombres que pagan por sexo?”, pregunta para sí misma. Se toma un minuto y mira al cubo de basura metálico que está al lado de su asiento antes de contestar: “Hay de todo, pero suelen ser aquellos que jamás voltearías la cabeza para mirar. Tienen problemas, no se han bañado durante años, maltratan a sus parejas, no saben lo que es el respeto. Todo lo que nadie quiere se lo come la prostituta y eso te hace sentir como el cubo de basura de la sociedad”.

De esta forma, Camila advierte de que la prostitución no se parece “en nada” a lo que refleja la película Pretty Woman, que “ha hecho mucho daño” en el blanqueo de esta forma de violencia. Además, el horror de la trata tampoco ha sido bien captado por el cine -cuenta- porque “ni la película más dura sobre los traficantes se acerca a la realidad”. Lo sabe porque lo ha visto, como cuando tenía como “compañera” a una niña que explotaban con tan solo diez años, y porque lo ha vivido en su propia piel, como muestran las quemaduras que un narcotraficante hizo en su espalda.

La violencia siempre está presente en la vida de una víctima de trata, pero hasta hace poco, y como consecuencia de haber sido “terminada de criar por proxenetas”, ella no era consciente del maltrato al que había sido sometida durante más de treinta años: “Yo no sabía lo que era una violación. Para mí, que me insultaran, me pegaran o me hicieran lo que quisieran era normal. El cliente te está pagando y tiene derecho a hacer cualquier cosa, pensaba”.

Siendo ella brasileña, asegura que el trato que recibía era incluso peor que el que se daba a las mujeres prostituidas que vienen del espacio Schengen. Esto es así porque quienes llegan de África o Latinoamérica sufren, además de la violencia machista, el racismo de proxenetas y puteros, que saben que ellas son “aún más débiles al no tener papeles”. “A nosotras nos ven el miedo en los ojos y se aprovechan de eso”, sentencia.

Dos objetivos: salir de la calle y dar una vida mejor a su hija

Cuando tenía cuarenta años -ya en Tenerife y fuera de las redes de la trata- en la cabeza de Camila siempre rondaba la misma idea: lograr salir de la prostitución para dar una vida mejor a su “niña”. Ella no quería verse “como otras compañeras, con setenta u ochenta años, que tienen la edad de mi madre y llegan al final de la vida de una forma tan triste”, y también quería proteger a su hija, por la que llegaron a ofrecerle dinero, algo a lo que nunca accedió: “Yo era capaz de cargar con todo el peso del mundo encima de mí, pero a mi hija no la tocaban”.

Camila reconoce que a la hora de salir de la prostitución, ella partía de la “ventaja” de no haber entrado nunca en las drogas. Algo que no es habitual, porque “los propios proxenetas y clientes te van invitando a consumir, te hacen adquirir vicios”. Además, el consumo de estupefacientes se vuelve a veces la única vía de escape a la realidad: “Una conocida me llegó a decir que al drogarse, veía a todos los clientes muy guapos, los hombres más guapos del mundo”.

Con sus objetivos claros, la brasileña tanteó varias oenegés, quedando descontenta con el trabajo que prestan algunas de ellas, porque “tratan a las prostitutas como niñas o como analfabetas”. Aunque pidió ayuda, se vio muchas veces frustrada, llorando en la calle. Sin embargo, un día una voluntaria de una de esas instituciones apareció en su vida para cambiarla al completo: “Ella es la persona que me rescató”.

Esta persona dio a Camila un trabajo como limpiadora en su casa y también la ayudó a lograr algunos contactos para ampliar sus ingresos. Como “soy puntual, limpio bien y sé hacer la comida”, el boca a boca hizo el resto. Así que ahora compagina varios trabajos en distintas casas y afirma “no necesitar que nadie le ayude”.

La liberación: recuperar la identidad y ver el mundo por primera vez

La psicóloga estadounidense Melissa Farley ha denunciado que las mujeres prostituidas sufren un estrés similar al de los veteranos de guerra. Este dato se le ha quedado grabado a Camila, quien cita a la investigadora para luego explicar que ha necesitado de tratamiento para sanar las cicatrices invisibles que le han dejado. Por ejemplo, ha visto tanta maldad, que lucha cada día para vencer la desconfianza que le generan las personas.

Esta es la primera parte de la historia de su vida, la que cuenta en su lucha por visibilizar a otras que todavía sufren las lacras de la trata y la prostitución. Los traficantes y los proxenetas le vendaron los ojos, le robaron gran parte de su juventud e incluso la privaron de usar su propio nombre. Sin embargo, ahora ella está escribiendo la segunda parte de su historia y la empieza como una mujer liberada, trabajadora y que “ve el mundo por primera vez como el resto de la gente, como tú o cualquiera lo ha visto siempre”.

Su hija está orgullosa de ella y la considera una superviviente.

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