A Manuel casi no le dio tiempo a reaccionar. El atacante, que portaba una pistola en su mano derecha, le descerrajó tres tiros. Tenía 47 años. Sucedió el 15 de diciembre de 1992 en la oficina de Correos de un Puerto de la Cruz que quedó conmovido, en shock. Manuel Cabrera Mesa, Manolito el chico, como era popularmente conocido por los que le querían, que eran muchos, no tenía que estar allí. Su asesino, por el momento, no ha aparecido.
Aquel día todo el mundo en la Isla hablaba del encuentro que se disputaría en el Heliodoro Rodríguez López entre el CD Tenerife y el Milan. Los blanquiazules, dirigidos por Jorge Valdano, recibían al todopoderoso equipo de Fabio Capello, tan formidable que se dedicaba a hacer giras por varios estadios europeos. Todos querían ver a Rossi, Papin o Savicevic y los tinerfeñistas eran el conjunto de moda en España. Telecinco transmitió el mismo para todo el país. Además, había morbo añadido. Se rumoreaba que el conjunto lombardo quería fichar a Fernando Redondo, estrella local, por lo que desde la antigua grada de General de Pie lucía, orgullosa, una pancarta: “Redondo per sempre nostro“.
Manuel, según recordó el periodista Antonio Herrero en su serial La crónica negra (La Opinión), estaba viendo el encuentro en el piso de arriba de la oficina de Correos, que usaba como vivienda al ser su conserje, cuando, tras el gol visitante, bajó al piso inferior y se encontró a dos compañeros que estaban siendo encañonados por un individuo. Llegó a pensar que todo se trataba de una broma, pero no fue así. En un momento determinado, quiso hacer frente al atacante, fue entonces cuando sonó un primer disparo. El asesino, en su huida, volvería a descargar el arma en dos ocasiones más. Luego, huyó para siempre.
“Recuerdo la terrible conmoción que se vivió en el Puerto de la Cruz”, rememora el periodista Salvador García Llanos, por aquel entonces director general de Relaciones Informativas del Gobierno de Canarias y posteriormente alcalde portuense. “Manolo era una persona muy querida en el Puerto, un lugar que siempre ha sido muy tranquilo. Tenía muy buen humor, vacilaba mucho”, asegura.
La reconstrucción de los hechos fue precisa según lo que recogió DIARIO DE AVISOS. El atracador entró en la oficina, encañonando a dos de los empleados que se encontraban en ella. Los llevó a la caja fuerte, donde los maniató. Manuel bajó, se encontró con la escena y sus compañeros le advirtieron de lo que sucedía. No se trataba de ningún tipo de broma macabra. En un momento determinado, al asaltante se le dispara el arma, pasa cerca de uno de los trabajadores, pero no le hiere, por lo que Manuel, pensando que era una pistola de fogueo, trata de quitársela. Ahí recibe el primer disparo.
En su huida, el asesino vuelve a dispararle en otras dos ocasiones, escapando por una ventana de la oficina. Una niña llega a verlo en su huida, pero este se tapa la cara con una de las bolsas con dinero, por lo que fue imposible reconocerle. Eso sí, se logra tener algunos datos: el hombre mide, aproximadamente, un metro setenta y es español, por la manera de dirigirse a los asaltados.
Se suceden las informaciones. La propia Policía Nacional asegura que confían en capturar al asesino “rápidamente”. Tanto que llega a haber un arresto porque los investigadores están convencidos de que el atracador conocía perfectamente que aquel era un buen momento para llevar a cabo su acción como apunta Salvador García: “No hubo pruebas y dejaron libre a esa persona. Ese día hubo huelga de trabajadores de Correos, pero la investigación apuntaba a que el individuo sabía que había dinero en la oficina y muy poca gente en ella”.
La víctima pudo reconocer al asesino
Salvador García recuerda, incluso, un dato importante cercano a la investigación de los policías: la víctima pudo conocer a su asesino en el momento del atraco. “Es algo que circuló. Manuel identificó al agresor por su mirada, porque iba encapuchado, o por su voz, pero es algo que en sede policial se manejó”, asegura García Llanos.
Tocaba tirar del hilo del arma utilizada, una “pistola semiautomática marca Astra”, según el artículo anteriormente señalada escrito por Antonio Herrero. El periodista dio datos concretos de lo investigado: “El Servicio Central de la Policía Científica analizó tres vainas metálicas correspondientes al 9 milímetros corto, fabricadas en Toledo en el año 1980 por la empresa Nacional de Industrias Militares Santa Bárbara SA. El arma era una pistola semiautomática marca Astra. Estimaba el instructor que al menos dos de los disparos fueron efectuados a distancia “0” o incluso negativa, es decir, a quemarropa y a bocajarro”.
Hay varios movimientos sospechosos en la Isla. Dos vehículos comprados en metálico, dos armas encontradas en distintos puntos de Tenerife y, sobre todo, la sensación de que nunca se ha dejado de intentar esclarecer esta muerte. En 2005 se llevaron a cabo dos detenciones. Eran dos sospechosos que fueron dejados en libertad al no tener pruebas en su contra.
“Suena a tópico, pero Manuel no tenía enemigos, era una persona sencilla, nadie tenía motivos para querer hacerle daño”, recuerda Salvador García. Manolito, desgraciadamente, estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, queriendo, además, proteger a sus compañeros. Su asesino, quizás, sigue entre nosotros.