san juan de la rambla

El charco de La Laja, el empeño de un pueblo que dinamitó y acondicionó su mayor atractivo

La popular piscina natural, situada en San Juan de la Rambla, se ha convertido en un importante reclamo turístico del norte de Tenerife. Fafe, uno de los vecinos que contribuyó a su acondicionamiento, relata a DIARIO DE AVISOS su historia

La creación del charco de La Laja es de esas historias que quedan grabadas en la memoria de cualquiera por lo inconcebible que resultaría a día de hoy. Situado en la localidad tinerfeña de San Juan de la Rambla, saltó a la fama después de que diversos medios nacionales lo definieran como “la mejor piscina natural de España”. Pero sus vecinos, conocedores del pequeño paraíso con el que cuentan en su costa, llevan disfrutándolo como tal desde hace más de 50 años. Y es que el charco, tal y como lo conocemos hoy en día, ha sido fruto de un arduo esfuerzo y dedicación por parte de un grupo de vecinos que, lejos de conformarse con la formación obsequiada por la naturaleza, soñaron con un entorno idílico.

Ocurrió en 1970, cuando se constituyó una especie de comisión liderada por el ya fallecido Manuel Borges, junto a otros rambleros y familiares, que ideaba estrategias de recaudación municipal para llevar a cabo su proyecto, entre otros, la verbena que ese mismo año se celebró en la zona del mirador. Su hija, Julia Borges, recuerda que “las mujeres de los que conformaban la agrupación montaron un ventorrillo con ensaladillas y otros platos para vender”, pero el evento resultó ser un fracaso y apenas se obtuvieron fondos. Lo que sí ayudó económicamente a los altruistas fue el sorteo de un vehículo que acabó llevándose un residente.

Rafael Hernández -conocido en el municipio como Fafe– también ha rememorado la historia, de la que es partícipe, a DIARIO DE AVISOS. “Este grupo de vecinos quería un charco mayor porque el que existía por aquel entonces era muy pequeño”, asegura el entrevistado, que coincide con Julia en los esfuerzos realizados por su padre y el resto de integrantes para lograr pagar “la dinamita, el gasoil y dos obreros; nunca he visto gente tan buena”.

En primer lugar, tiraron explosivos con el propósito de ampliarlo y, mientras el fuerte oleaje limpiaba los escombros de la detonación, se iniciaron los trabajos de acondicionamiento del acceso, “que era muy peligroso”. La construcción de la escalera, que con el tiempo Costas recubrió de piedra, fue vital para que los bañistas frecuentaran la zona. Tras el proceso, que “duró aproximadamente dos años”, la villa de San Juan de la Rambla vio emerger el que hoy en día es uno de sus mayores atractivos: el charco de La Laja.

Sin embargo, había un problema: cuando bajaba la marea, la piscina natural se vaciaba. Fue entonces cuando Fafe, que reside a escasos metros de la costa, comenzó a taponar la cavidad, fruto de la explosión. “Íbamos cada año al monte para buscar un tronco grande y ponerlo en el hueco, aunque lamentablemente no duraba mucho porque, al ser de pino, se pudría”, cuenta.

Tras más de una década realizando la labor, el vecino decidió hace ya 20 años, “con el mar como un plato”, hacer realidad la maniobra que llevaba un tiempo planeando. “Fui a primera hora a trabajar en unas obras que estábamos realizando en el hospital de la Tamaragua, en el Puerto de la Cruz, pero coincidió que ese día había varias mujeres pariendo a la vez y nos comentaron que volviéramos en otro momento; entonces lo vi claro: era el día del tapón”, relata el ramblero, que inmediatamente compró en una ferretería dos bolsas de cemento. De camino al charco, Fafe se topó con dos jóvenes del pueblo que, pese a que preparaban sus atavíos para practicar pesca submarina, se sumaron a la faena sin pensarlo. Los hermanos José Carlos y Alberto Luis se sumergieron bajo las directrices de Fafe y consiguieron rellenar el ansiado hueco, dejando como insignia en el propio tapón de cemento sus nombres y la fecha: un domingo de septiembre de 2002.

José Carlos Luis (izquierda) y Fafe (derecha). | Sergio Méndez

El charco de La Laja, que actualmente frecuentan cientos de personas al día durante los meses de verano, se ha convertido en uno de los reclamos turísticos más importantes del norte de la Isla. Aunque los propios lugareños admiten que cuando el mar se levanta “es bastante peligroso”. De hecho, para acceder a la zona de baño fue necesario sortear una puerta oxidada que poco hace por evitar la entrada y varios carteles de advertencia colocados por el Ayuntamiento. “Los vecinos pedimos a los extranjeros que bajan cuando hay oleaje que no se bañen, pero nos miran como si estuviéramos locos; desafortunadamente, ya he presenciado varias desgracias aquí”, reconoce cabizbajo.

Sea como fuere, la peculiar crónica de esta piscina natural, que sorprende gratamente a cualquiera que se asoma a la barandilla, demuestra el empeño y la perseverancia de un pueblo que hace más de 50 años soñó, y se cumplió.

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