“Aquí todo el mundo tenía su trocito de viñedo y mi padre, Antonio Fariña, elaboraba vino para casa”. Así cuenta Juan Francisco Fariña el origen de la bodega que comercializa el vino Los Loros, que se ha posicionado con fuerza en el mercado, aunque el 40% de la producción se vende en Estados Unidos.
Pero volviendo a los orígenes, “fue una tradición heredada de mi abuelo. Siempre se ha hecho vino en casa”. Hasta que un año “hubo una buena cosecha y aún quedaba vino de la vendimia anterior así que decidimos construir el restaurante El Borujo para darle salida. Eso fue hace más de veinte años -recuerda Juan Francisco-, pero tuvo tal aceptación que vendimos todo el vino y nos faltaba, así que nos planteamos qué hacer, si seguir con el restaurante o dedicarnos sólo al vino. Empezamos a producir un poco más y en el año 1999 decidí entrar en la Denominación de Origen Valle de Güímar y empezar a embotellar”.
La iniciativa “también empezó a ir bien hasta que llegó un punto, sobre 2008 o 2009, en que tenía que decantarme por uno de los dos negocios, la bodega o el restaurante familiar. La restauración es un sacrificio, fueron más de quince años y cansa mucho, así que cerramos el restaurante y me dediqué al completo a la bodega”.
Fariña reconoce que “con un restaurante bien gestionado ganas dinero, pero te quita también mucha vida, sobre todo los fines de semana que es cuando sale la gente a comer. Y a mí me picaba la curiosidad por el mundo del vino y tomé la decisión de apostar por la bodega y hoy en día considero que fue la decisión más acertada”.
Juan Francisco Fariña, nacido en Arafo hace 49 años, hizo un ciclo superior de viticultura en Tacoronte y tiene “algo más de un hectárea en propiedad y dos hectáreas más que no son mías”.
Los nombres de los vinos rinden homenaje a la tierra en la que se cultivan los viñedos. “El Borujo fue la primera marca con la que empecé. Aquí, en Arafo, cuando se hace el mosto lo que se tira es el borujo y como buscábamos nombre relacionado con el vino empecé a embotellar con esa marca en el 99; en 2007 empecé a hacer blancos con barrica y ya en 2012 empecé con la línea de Los Loros -que es como se denomina la zona donde está la bodega-, elaborando un blanco que pasaba por barrica, con una elaboración más cuidada. Quería que fuera una gama superior a El Borujo y al final Los Loros se comió a la marca original”.
Fariña destaca que “aquí, en el Valle de Güímar, se han adaptado muy bien las variedades blancas, hay como un 70% de blancas y un 30% de negras, y dentro de las blancas tenemos diversidad: la listán blanco, que es la mayoría, marmajuelo, albillo, vijariego blanco, moscatel que se produce mucho para los afrutados; y en las tintas listán negro y negramoll”.
La bodega produce alrededor de 15.000 botellas, dos tintos y como seis o siete blancos, pero lo que ha llamado la atención de los expertos es el carácter amontillado o ajerezado, que no son tradicionales en esta zona. Sin embargo, Juan Francisco Fariña precisa que “todos los vinos parten de una elaboración tradicional, fermentan en espontáneo. No hay levaduras comerciales, no hay enzimas para clarificar, ni nada. Prácticamente el 80 o el 90% del trabajo viene del viñedo y cuando la uva llega aquí prácticamente viene sana y camina sola. No utilizo sulfurosos en las elaboraciones ni en la crianza, solo se utiliza una pequeña dosis a la hora de embotellar para proteger el vino”. Fariña señala que “los vinos arrancan a fermentar de forma espontánea” y se muestra orgulloso de que sus parcelas, aproximadamente el 60% “se trabajan desde hace años en ecológico sin certificar. Aquí se ha tratado viñedos y se ha abonado con productos químicos sin necesidad”.
Siempre que puede, aunque ahora con dos niños pequeños en la familia está más limitado, Juan Francisco Fariña viaja a conocer viñedos de otros países. “Prácticamente me gusta todo, pero Francia y sobre todo Borgoña llevan miles de años de recorrido”, aunque le gustan vinos de Alemania, Sudáfrica, Nueva Zelanda… Eso le lleva a una reflexión: “Tenemos que valorar lo nuestro, el mito de que el vino canario es caro no es verdad. No es caro, lo que cuesta es producirlo”. Y reconoce que “es verdad que se valora más el producto fuera que en tu propia tierra” y pone de ejemplo Estados Unidos “donde están más abiertos a probar cosas diferentes. ¿Que repiten?, a lo mejor no, pero por lo menos los prueban”. Y los datos lo atestiguan: “un 40% de la producción la vendo en EE.UU., el 20% en Península y el resto aquí”.